domingo, 10 de junio de 2012

París Tombuctú (1999) - Luis García Berlanga

Uno de los mayores directores de la historia del cine español pondría punto final a su brillante filmografía con esta cinta. El inolvidable y titánico Luis García Berlanga se despediría del siglo XX, y del cine, con una cinta que es por demás enigmática, desafiante, en el sentido que uno es expuesto al desafío de interpretar exactamente qué sucedió con Berlanga para que dirigiera una cinta en muchos aspectos incomprensible, viniendo de alguien de su talla. Muy símilmente a lo que hiciese en Calabuch (1956), la historia en esta oportunidad se centra en un individuo, un anciano individuo, un doctor impotente, que, cansado ya de su impotencia y de la vida misma, emprende impensado viaje en bicicleta a París Tombuctú, una suerte de paraíso quimérico que jamás encontrará, quedándose en Calabuch, comunidad levantina en la que conocerá a la más variopinta colección de personajes, que ciertamente son la colección de personajes que apreciamos durante toda su carrera. Filme que pareciera querer encerrar lo que toda su existencia le hizo vivenciar, pero el resultado viene a ser un complejo y extraño entramado de no solo bizarros personajes, sino además de bizarras situaciones y figuras que destrozan por completo lo esperpéntico, son imágenes que aterrizan ya en lo grotesco, que no dejan de sorprender, y que tiene un final sumamente humano, que en buena parte soluciona el desafío mencionado.

       




El doctor Michel des Assantes (Michel Piccoli) está recibiendo peculiar tratamiento de su impotencia, recibe estímulos físicos y visuales, pero nada funciona. Hastiado, está a punto de arrojarse por la ventana, pero entonces va a un frutero con una bicicleta que dice París Tombuctú; es entonces que para, le compra la bicicleta y emprende viaje a esa locación. Durante el trayecto, sufre un accidente en la carretera, por lo que es atendido y auxiliado por personajes, que lo llevan a una comunidad, donde Trini (Concha Velasco) lo acoge en su casa, afirma ser hija del mítico Manolete, ella y su hermana Encarna (Amparo Soler Leal) bañan a su huésped y la hacen probar la comida típica. Es Calabuch, es el fin de milenio, 1999, Michel duerme con un muñeco. Conoce Michel a la alcaldesa del lugar (Cristina Collado), mujer lesbiana, además de un anárquico mecánico, Boronat, (Juan Diego), nudista individuo que siempre tiene problemas con la policía por su afición, además de un singular sacerdote (Santiago Segura), a él esposado. El sargento policial le pone algunas trabas, es un incompetente, mientras Trini se muestra más que hospitalaria con Michel. El doctor conoce asimismo después al hermano de sus anfitrionas, Gaby (Javier Gurruchaga), manufacturero parlanchín.




Sigue conociendo a los personajes de Caslabuch, como un joven negro que practica fútbol y desea emigrar a algún club grande, además de Vicente (Eusebio Lázaro), fabricante de inodoros. Llegan las navidades,Michel ve a los tres hermanos discutir por motivos de su herencia, no saben cómo repartirla. Acompaña luego a Boronat a un paseo por la playa, y después Trini le hace muy directas invitaciones sexuales, las mismas que Michel no materializa. La alcaldesa, por su parte, está ajetreada con todos los preparativos de la fiesta del nuevo milenio, la censura y el estrés la agobian. Hay una campaña por recibir el nuevo milenio todos desnudos, por lo que hay desorden laico y conservador. Entonces irrumpe un inesperado visitante, la mujer de Michel, joven mujer aún que se hizo una operación en el busto, tal cual Trini quería. Se va Michel, en medio de los desfiles y disfraces, llega un famoso ciclista (Antonio Resines), singular personaje que golpea a un individuo. Trini se entera de serias dificultades para aprobar su supuesto distinguido abolengo como hija de Manolete, además de complicaciones con la herencia. En la gran fiesta de año nuevo, Michel intenta ahorcarse, pero sobrevive. Finalmente, se marcha otra vez, a París Tombuctú.




Muy peculiar la cinta final de Berlanga, que alcanza una complejidad que sobradamente supera las expectativas de una mera película.  Sorprende, primero que nada, pues desde el inicio queda retratado, las inusualmente toscas imágenes del ibérico, imágenes vulgares, crudas, que ciertamente colindan en demasía con lo grotesco; y es que es muy probablemente el comienzo más grotesco de un filme que se haya visto en Berlanga, con un doctor recibiendo una felación desfachatada, y con una serie de imágenes que ciertamente desafían al buen gusto de quien conoce la obra berlanguiana. Y esas figuras, por demás sorprendentes y, sí, desagradables, son tan indeseables como reincidentes, viejos desnudos, sexo al descubierto, sexo nada sutil ni elegante, y es que el sexo mismo es uno de los temas capitales del filme, algo que Berlanga desliza sin el menor ornamento o disimulo, como ya venía advirtiéndose en sus filmes anteriores. El protagonista es un doctor impotente, cansado de tratar de corregirlo, a sus años, aún eso le preocupa, y quisiera señalar aquí ciertas similitudes en ese estricto sentido, mostrar sexo sin sutileza, con Chabrol, quien símilmente, en el ocaso de su carrera, dio muestras se similar actitud, acaso de desgaste y decadencia artística. Así, casi calcando lo hecho en Calabuch, un viejo personaje llega, escapando de un mundo despreciable, que lo colmó y hastió, a un mundo paralelo casi, un mundo aparte, aislada locación donde descubrirá un nuevo orden de cosas, y desde donde se despide el milenio, un mundo que se rige por sus propias reglas y en el que Berlanga parece exponernos el bosquejo, el compendio de todos los personajes de su carrera. Una alcaldesa lesbiana, un sacerdote que habla de lo positivo que sería la eutanasia, o de lo factible y aceptable que sería la clonación, del comunísimo, es una clara ironía y bizarro retrato religioso, y claro, imposible no notar la obviedad, el anarquista desnudo.



Es el anarquista el evidente simbolismo al franquismo, elemento indivisible de su carrera, anarquista individuo que es retratado como un  nudista, y que, al final pierde su afición y se viste, como si la quimera se hubiera acabado. Así, tenemos al extranjero de Bienvenido Mister Marshall (1953), forastero que descubre un nuevo mundo, también el fetichismo de Tamaño Natural (1974), y los personajes berlanguianos ya descritos, tenemos en este filme una suerte de bizarro compendio de todo su recorrido. En ese circense micro universo al que llega el doctor, el sexo es un tema recurrente, mucho de lo que escapaba está de nuevo ahí, y el director materializa en ese espacio un entramado de situaciones que no parecen tener norte. Si en Calabuch el anciano protagonista finalmente volvía a la realidad, observando Calabuch desde lo alto y entendiendo que no era posible seguir ahí, ahora no tiene mucho sentido lo que sucede, el viejo Michel retoma su bicicleta y retoma la búsqueda de Paris Tombuctú, un paraíso que ciertamente parece no existir, y termina siendo el filme un desfile de situaciones sórdidas sin necesidad, casi un frenesí de locuras sin sentido -incluida la aparición de la despampanante Sophie Evans, candente fémina cuyo ámbito no mencionaré, lo dejo a los entendidos del tema-, pocas veces se vio a un Berlanga desprovisto de un norte, de una directriz definida y seria, y el final, ese final, de cierta forma, ayuda a entender no al director de cine, sino al ser humano que realizó esto. Al final queda retratado el tema casi central, la sexualidad, las elocuentes imágenes del suicida doctor colgándose, y teniendo una erección cuya emulsión alcanza las estrellas, para volverse después notables fuegos artificiales, un simbolismo que se rescata dentro del filme, como reivindicando la falencia que nos expone el realizador, el deseo fantástico de superarla, y que desemboca en ese enorme letrero con la lectura de tengo miedo, no habla ya el director, habla el humano, nos habla un asustado Berlanga, quizás aterrado por el ineludible final que se le acerca, un final que asombra, que invita a no juzgar el singular y caótico filme como tal, sino como el esfuerzo de un hombre que intenta plasmar todo lo vivido. Si cierto es ese dicho de que en el último instante de vida todos los recuerdos se agolpan en la mente, este sería el ejemplo de un titán artístico que intentó eso, pero, dominado por el miedo, nos deja un extraño ejercicio ilegible, donde solo se advierte su pesimismo como sello anterior e infaltable. Uno de los mayores cineastas se retiraba, el probablemente mejor director español de la historia ponía punto final, cierto es que es una obra incomparable a sus ya conocidas obras maestras, no se debe valorar por ningún motivo al director por este filme, sino apreciarlo como un singular ejercicio no ya del cineasta, sino del hombre, que enfrentaba su final con un sentimiento inherente al ser humano, el miedo.

En viaje al quimérico París Tombuctú.

La espectacular Sophie Evans, desnuda trabajando para Berlanga.

TENGO MIEDO L. Berlanga nos habla. Sólo él sabía a qué le temía.

Hasta siempre, inconmensurable ibérico.

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