Memorable y muy querido western
el que dirigiera George Stevens, que en su momento despertara calurosa
bienvenida, cálida aceptación, la misma que se fue disipando con el paso del
tiempo, pero queda para siempre un notable ejercicio del género por antonomasia
yanqui, el western. Muchos son los temas que contiene, directrices
indispensables para un filme de la naturaleza mencionada, y la cinta los
cumple, añadiendo además elementos novedosos que la vuelven de mayor
complejidad, y aumenta su atractivo, aún cuando no llegue a ser una obra
maestra entre los más fulgurantes ejercicios del género. El filme retrata los
sucesos en un rancho del Oeste yanqui, que se encuentra atormentado
constantemente por una banda de facinerosos, bandidos pistoleros conocidos por
todo el pueblo, cuyos integrantes asisten impotentes a sus fechorías y
atropellos, incapaces de hacer algo al respecto. Esto cambiará cuando irrumpa
en el escenario un forastero, experto con el revólver, severo individuo que
cambiará la vida no sólo del pueblo, sino de la familia que lo hospeda, en
cuyos integrantes deja indeleble impronta, particularmente en el infante de la
familia, cuyo enfoque nos sirve de aproximación. Buen reparto que en definitiva
incrementa el valor del filme: Alan Ladd como el protagonista, Shane, acompañado por Van
Heflin y Jean Arthur, quienes encabezan un reparto que incluye al recordado Jack
Palance y a Ben Johnson.
La acción da inicio en un rancho
yanqui, al que llega un individuo, se trata de Shane, un forastero, que conoce
a Joe Starret (Heflin), jefe de familia, que acoge bien al extraño. Minutos
después, abordan a Starret una banda de pistoleros, son los Ryker, afirman
tener un contrato legal que les da derecho sobre su propiedad,
quieren echar a él y a los suyos de ahí. Shane es acogido y presentado con la
familia, se entera que Joe está encantado con el sitio, que sólo muerto se iría
de ahí, y causa el visitante poderosa impresión en el hijo de la familia, Joey
(Brandon de Wilde), pero la esposa, Marian (Arthur), no pretende que su hijo se
encariñe mucho con un extraño. Shane se queda con los Starret, padre e hijo
están a gusto con su estadía, ayuda en los trabajos, mientras los lugareños
van dejando el lugar, intimidados por los Ryker.
Posteriormente, Shane va a una tienda-bar, donde se muda de ropas, y al beber
un refresco, es humillado y expulsado por Chris Calloway (Johnson), miembro de
los pistoleros. En una reunión del pueblo, todos manifiestan estar hartos de
los abusos de los facinerosos, pero no se atreven a actuar. Shane ajusticia a Calloway, dándole severo correctivo a golpes, y cuando su
banda lo quiere atacar en grupo, llega Joe en su auxilio, juntos golpean y
dejan fuera de combate a los Ryker. Joey presencia todo.
Es el 4 de julio, día de independencia, y Shane le enseña a tirar a Joey, mientras un gran baile
se celebra en el pueblo. Pero los Ryker quieren venganza, irán tras Starret, contratan al temible
pistolero Jack Wilson (Palance). El líder de los Ryker, Rufus (Emile Meyer), acompañado de Wilson, va con los
Starret, les ofrece desventajoso acuerdo para marcharse
inmediatamente, la familia lo rechaza, y
los bandidos aseguran habrán problemas por ello. Después, en el pueblo, Wilson
elimina a un buen camarada de Starret, Stonewall Torrey (Elisha Cook Jr.), esto trae gran pesar a la comunidad. Se realizan los funerales, y la mayoría ya no duda, deben irse del pueblo, nada
puede hacer Joe, que los arenga a quedarse y a defender lo que es suyo. Los Ryker
citan a Starret a negociar, a alcanzar un acuerdo; Marian se preocupa, pues es una trampa, lo eliminarán, y un arrepentido Calloway se lo
confiesa a Shane, que está advertido de ello. Shane, sabedor de lo orgulloso
que es Joe, quiere detenerlo, ante su determinación de ir, pelean, teniendo que dejarlo inconsciente de un golpe de pistola, él irá con los Ryker,
salvando a Joe. Se enfrenta a los temibles Wilson y Ryker, los elimina él solo,
todo siempre presenciado por Joey, que le suplica que se quede, pero el
forastero no duda, su momento de irse ha llegado, y lo hace.
Atractivo western, digerible y
disfrutable, en el que prontamente uno se deleita con las imágenes que el
curtido y gran George Stevens crea de simpleza; genera, de situaciones mundanas
y simples, imágenes elocuentes, que surgen de acciones a priori menores, como
dos individuos leñando, o unos venados, entre otros elementos que el realizador
captura y plasma de forma contundente, con una presencia que es notable, se nota
la mano del realizador para extraer, de la simpleza, esas imágenes.
Igualmente, y como no podía ser de otra forma, eventualmente acompaña su
narración con vistas del imponente escenario, montañas y llanos, los amplios
espacios libres de todo western, el filme es enaltecido definitivamente por
esos trasfondos, pues Stevens saca rédito de las amplias posibilidades
cromáticas que el ambiente le ofrece. El enfoque del pequeño Joey nos servirá
de lupa, de transporte para introducirnos en la acción, pues es él quien más admira
a Shane, idolátralo el muchacho, lo ama casi tanto como a su padre afirma, aunque
su admiración rebasa, y por mucho, a la que siente por su progenitor. El
forastero es deificado por el pequeño Joe, que pareciera repite su nombre cada
cinco minutos, y es que el extraño se vuelve casi el núcleo de la familia, y
todo lo que este individuo haga es motivo de admiración para el infante, es un
modelo a seguir.
Otros de los elementos
insustituibles del western están ahí, el enfrentamiento de los buenos contra
los villanos, las víctimas contra los pistoleros, duelo en el que se impondrán
los primeros, y a ese respecto, otro logro y acierto de Stevens se genera en la
pelea definitiva, furiosa batalla, remarcada por el brío y la furia del ganado, las reses y equinos,
unos dinámicos encuadres utilizan a los animales para literalmente enmarcar el
choque, un lenguaje visual poderosamente expresivo, buen ejemplo de la
habilidad expositiva de Stevens. Inevitable detectar la atracción existente
entre la madre y Shane, pero por el bien de la imagen del héroe, y por su
propia moral, esa atracción no se consumará. Y es que Shane es un ser que, en
su bravura y naturaleza de pistolero, destila sabiduría, resaltando la escena
cuando le enseña a disparar a Joey, recalcando a la madre, que un arma no es
peligrosa, lo es quien la utiliza; es pues un educador, y no únicamente para el
niño, aunque su presencia sea intimidante, y provocadora, para la mujer. Estamos
ante un western que contiene muchas de las directrices de su género, que se
enriquece por la doble columna narrativa, la historia misma, y la admiración
incontenible del niño por el héroe, que favorece la obra, dando el toque de
humanidad, y claro, es el niño quien cierra el filme, ve partir al objeto de su
admiración. Las actuaciones no podían desentonar, desde el taciturno y lacónico
Shane, muy bien interpretado por Ladd, hasta un Heflin siempre cumplidor en sus
interpretaciones, y ya curtido en westerns, luego daría excelente talla en la
magistral El tren de las 3:10 (1957) del genial Delmer Daves, y el pequeño Joey,
correcto en su papel del infante admirador, cuyo intérprete, Brandon de Wilde,
trágico y prematuro fin encontraría; destaca también la participación del duro Jack Palance como uno de los implacables bandidos. No alcanzará el nivel de obra
maestra, pero es un western muy completo, enriquecido por la fuerza visual del
director, que pone el colofón perfecto a ese respecto con un poderosísimo
claroscuro final, el héroe yéndose y dejando su imperecedera impronta, mientras
el infante en vano grita suplicando que se quede, soberbia imagen, de un
soberbio director.
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