miércoles, 30 de mayo de 2012

Cabo de miedo (1962) - J. Lee Thompson


Uno de los filmes más recordados y queridos del gran J. Lee Thompson, memorable cinta de demencia y acechanza, que tiene como uno de sus cimientos principales la colaboración de grandes estrellas yanquis en su reparto estelar. Es la historia de un convicto, que decide tomar venganza del hombre que lo envió a prisión durante ocho años, y ahora, ya libre, decide ajustar cuentas con el hombre de leyes, atormentando a su familia, y con el objetivo de eliminarlo. Así, el filme será el viaje por el tormento y tortura que atraviesa el abogado cuando el ex convicto lo atormente a él y a los suyos sin piedad, mientras la policía se ve imposibilitada de actuar ante el acechador. Una cinta plagada de suspenso y tensión, de incertidumbre, buen ejercicio de cine negro, que cuenta con el excelente tratamiento, en el desarrollo de la historia y en el aspecto audiovisual, por parte del gran director británico, que terminan por configurar un muy notable ejercicio de cine sórdido y bizarro, en muchos aspectos superior al remake que décadas después el yanqui Martin Scorsese se animara a realizar. Cuenta el filme con la invaluable participación, el aporte de los actores norteamericanos Gregory Peck como el abogado atormentado, y el gran y duro Robert Mitchum como el acechador, combinación actoral estupenda que convierte también al filme en una joyita imperdible.

        


Mientras los créditos son mostrados, un personaje se aproxima a una corte, un litigio tiene lugar. Se trata de Max Cady (Mitchum), que va a ver al abogado Sam Bowden (Peck), lo aborda luego del juicio, se identifica como el personaje que envió a prisión tiempo atrás, le deja inquieto. Poco después, mientras Sam y su esposa Peggy (Polly Bergen) se diviertan junto a su pequeña hija Nancy (Lori Martin) jugando a los bolos, nuevamente se apersona Cady, hostiga al abogado. El jefe de policía, Mark Dutton (Martin Balsam), amigo de Sam, le dice que no hay mucho que se pueda hacer mientras únicamente los observe, pero lo intervienen, lo registran y catean, sin encontrar nada incriminatorio. Cuando la perra mascota de la familia es eliminada, el abogado siente realmente que corre su familia peligro, y la ley se ve atada de manos. El detective privado Charles Sievers (Telly Savalas) sigue entonces a Cady, lo ve conocer a una mujer en un bar, Diane Taylor (Barrie Chase), mujer a quien Cady seduce primero y golpea salvajemente después. Sievers habla con la mujer, le dice que testifique contra su agresor, pero ella está temerosa, hay situaciones que se lo impiden, Cady lo sabía. Cady prosigue con su tormento, primero sigue a los Bowden hasta un paseo en bote que hacen, tiene una breve pelea con Sam.




Cady aborda y acecha a Nancy en su escuela, consigue asustarla hasta el punto de salir atropellada la niña, y un harto Sam paga a unos individuos para que golpeen a Cady, cosa que se hace, pero el recio ex convicto no se amilana ante esto. Finalmente, Dutton aconseja a Bowden algo poco ortodoxo, que finja salir de viaje, y utilice a su familia como señuelo para atraer a Cady, y el abogado pone en práctica el consejo. Emprenden un viaje en yate todos, tratan de engañar al acechador de que Sam está de viaje, solo Sievers vigila la embarcación, pero Cady lo embosca y elimina. Sam descubre el cadáver del detective, Cady ya se dirige al bote, donde encuentra a Peggy, está forzándola, cuando llega su esposo, pero el ex convicto en realidad está detrás de la pequeña Nancy, escondida en otra habitación. Hasta ella llega Cady, está también atormentándola cuando llega su padre, se desata intensa pelea en las aguas, pelea en la que parece que Sam es sometido, pero en realidad, con una argucia, aturde de un golpe a Cady, alcanza un arma, dispara y hiere al convicto, lo somete. Finalmente los Bowden respiran juntos y tranquilos.




Configura J. Lee Thompson así una muy atractiva obra, en la que mucha de su fuerza reside en el excelente tratamiento de la acción, la soberbia puesta en escena, y es que este apartado dota al filme de una presencia e identidad de que solo los dómines de la dirección pueden impregnar un filme. Sus imágenes son lo más seductor, rompen las más expresivas con la eventual parsimonia y simpleza de otras acciones, elocuentes y soberbios sus encuadres, de una composición que enriquecen muy notablemente el aspecto visual de la cinta. Dinámicos encuadres, planos medios y primeros planos, la cámara que sigue con sutileza pero determinación apabullante las acciones, los zooms, acercamientos y alejamientos, la narrativa visual de Lee es sin duda uno de los puntos fuertes. A este trabajo de cámara tan exquisito sumamos un aporte muy notable, sumamente valioso, como lo es la banda sonora de uno de los más ilustres nombres del área, el genial Bernard Herrmann nos deleita con su acompañamiento sonoro, música de urgencia y premura por momentos, reforzando e intensificando el suspenso y la tensión en repetidas oportunidades. Uno de los puntos altos de esta banda sonora es sin duda la secuencia del acecho a la pequeña Nancy, cuando Cady la persigue, el más frenético momento de la música, el más apremiante y angustioso, buen ejemplo de la variedad de registros que tiene Herrmann para enaltecer más al filme, una banda sonora como la suya es ideal en un filme de suspenso, y claro, también para uno tan frenético como el presente.








Consigue el director, con los elementos mencionados, impregnar de perenne angustia, incertidumbre y desesperación al filme, una atmósfera de descomposición que va aumentando, el aspecto visual y de representación de esa atmósfera vuelven al filme irresistible, y superior en buena medida, gracias a esos elementos, al remake de Scorsese. Retrata así el británico la impotencia del protagonista de ver a su familia amenazada y no poder hacer nada al respecto, la ley está maniatada, no hay mucho que pueda hacer el anquilosado sistema judicial en una circunstancia de esta naturaleza. Y conforme avanza el filme, avanza la oscuridad, se torna más lúgubre y bizarro el mismo, pues Cady manifiesta cada vez más sus oscuras intenciones, y el tratamiento de Lee Thompson también, las sombras cobrarán mayor fuerza y vigor, la lobreguez se apoderará del filme, mientras el miedo crece a ritmo exponencial similar, el ex convicto es incontenible, es despreciable y ruin, y no hay manera de pararlo al parecer. Y claro, imposible dejar de mencionar otro de los principales pilares del filme, el invaluable aporte actoral. Se empieza con el muy serio y siempre eficiente Gregory Peck, perfecto como el abogado victimizado, no es un pelele, no es un fantoche ridiculizado, simplemente la fuerza de su contrincante es abrumadora, y Peck cumple con nota en esa solemne y grave interpretación, siempre distinguido el buen Gregory. Asimismo, el que se lleva todo por delante, el hombre duro, el recio y rudo Robert Mitchum, excelente en el inmortal papel de Max Cady, es el despreciable villano, ruin canalla, abyecto bellaco que no dubita para atormentar a la familia, de actitud socarrona, es incontenible, y un Mitchum más que ducho en papeles de esta naturaleza, nos ofrece una actuación sin fisuras, es idóneo para el papel, el yanqui presenta una encarnación digna de su reputación. Mención especial para la joven Lori Martin, la infante hace gala de una actuación que resulta agradable sorpresa, correcta interpretando a la hija, cumple en los momentos que se le requiere, con su grave y aterrorizada expresión, bien por la Martin. Muy completo filme, notable puesta en escena, buenas actuaciones, ciertamente tenía el pistón muy alto el yanqui Scorsese cuando abordó el proyecto del remake, queda a gusto de los particulares paladares elegir la favorita. Pero al margen de eso, queda simplemente apreciar y disfrutar una notable cinta de cine negro no convencional, pero atractiva.






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