Cine australiano de inicios de los
ochenta, película que nos ilustra un poco sobre el tipo de cine que se practicó
en aquellos años en las tierras de los canguros, practicando un terror directo,
sanguíneo, que por momentos acaricia el gore, y también, por momentos, un
inusitado surrealismo en su horror. Es la historia que se inicia con un anciano
australiano, cuyo infante nieto es brutalmente eliminado por un descomunal jabalí,
gigantesco cerdo que además después elimina a una reportera yanqui que investigaba
en el lugar unas extrañas masacres animales. Esto traerá al esposo de la
americana, que se moviliza hasta tierras australianas, encontrando al anciano inicial,
y a una mujer, quienes se aliarán para combatir a la descomunal bestia, sedienta
de sangre, que siembra destrucción a su paso. Cinta sin mucho relumbrón, sin
demasiado brillo, aunque ciertamente no lo necesita, es la lucha del humano
contra un sobrenatural y monstruoso ser, que no se llega a mostrar del todo, pero
cuyo terror y acciones sanguinarias suplen esa ausencia; se va directo al grano,
con su terror frontal, sin adornos, salvo algún sorpresivo pero apreciable
momento cargado de surreal pesadilla. Mucho más que eso no tiene la cinta, que
a los gustosos del género podría resultarles apreciable, es una muestra del cine
que se realizaba por aquel entonces en una tierra cuya fauna ofrecía muchas
posibilidades.
El viejo Jake Cullen (Bill Kerr) se encuentra feliz, solo en casa cuidando a
su pequeño nieto, cuando de pronto, en enorme jabalí irrumpe, destruye la casa
y se lleva al niño sin dejar rastro. El anciano es acusado de haberlo matado,
más, sin pruebas físicas, no se lo ejecuta, pero él sabe la verdad. Dos años después,
vemos una pareja yanqui casada, la mujer
Beth Winters (Judy Morris), reportera, debe
partir a un trabajo a Australia. Se moviliza hasta allá, donde están habiendo misteriosas
y violentas masacres a canguros y wallabies; intenta documentar en mataderos de
cerdos, pero no se le permite. La yanqui no cae bien ahí, y dos pervertidos
hermanos, Benny (Chris Haywood) y Dicko Baker (David Argue), la atacan, intentan ultrajarla, pero son
detenidos por la intervención del jabalí, que la salva, pero luego la elimina. Su
esposo, Carl (Gregory Harrison), se moviliza
allá también, va con Jake, último en verla con vida, es un aficionado a la caza
de jabalíes, fanático incluso, los tiene disecados. Carl, dirigido por Jake,
llega con Benny y Dicko, pregunta con mal disimulo por Beth, sin obtener nada valioso,
mientras el descomunal jabalí sigue apareciendo esporádicamente por el pueblo.
Carl consigue acompañarlos a una
caza nocturna de cerdos salvajes, pero durante la misma, son atacados por violentos jabalíes, quedando
Carl aislado de los lugareños, y viéndose forzado a escalar una torre y pasar la
noche allí encaramado. Líbrase del peligro, y, maltrecho, se moviliza erráticamente,
hasta llegar a la casa de Sarah Cameron (Arkie Whiteley), hermosa lugareña que le provee alojamiento y cuidados, ella es de las escasas amigas de Jake. Se va conociendo con
su anfitriona, mientras el obseso Cullen avista el gigantesco jabalí, consigue herirlo,
pero nada más, y también arráncale parte de su cuerpo, recuperando el anillo de
Beth; no hay duda, la esposa de Carl fue por el cerdo asesinada. Sarah es investigadora
animal, coloca mecanismos de seguimiento a los cerdos, y quiere ayudar a Carl.
Después, Benny y Dicko atacan a Jake, le rompen las piernas, y en ese estado,
el gigante jabalí lo liquida, enfureciendo a Sarah, que pide ayuda para al fin
eliminar al monstruo. Carl, que ya se iba, regresa, va con los hermanos, sabe
que ellos están detrás de todo, y elimina primero a Benny, luego a Dicko, en
un matadero de cerdos, hasta donde llega el jabalí. Sarah también llega, y tras
arduo e intenso combate, se clava un fierro al cerdo, y se lo arroja a unas hélices,
al fin es eliminado. Finalmente, Carl y Sarah se quedan juntos.
Ubicada en las exóticas y
pintorescas tierras del continente australiano, la cinta nos introduce en el terror
que infunde un ser imposible, una criatura inimaginable, un jabalí, que
ciertamente es animal de temer, pero cuyas descomunales medidas y sobrenaturales
dimensiones lo vuelven un animal formidable, una bestia incontrolable, cuyo salvajismo
y bravura lo convierten en implacable asesino. Ambientado y engalanado con
toda la fauna propia de esas tierras, que incluyen los infaltables canguros,
wallabies, camélidos, y por supuesto, los jabalíes, el filme es más bien una propuesta
modesta, de bajo presupuesto, pero consigue su cometido, es un terror directo,
puro y duro, sin innecesarios ornamentos, se va directo a lo que importa, a la
sangre, al horror, plasmando constantemente imágenes de hemoglobina, sanguíneas,
de carne, de cuerpos de cerdos despellejados, constantes imágenes del matadero,
con los cual se consigue un tibio gore. Dentro de todo ese violento ejercicio,
resalta con cierta nitidez la secuencia onírica, la pesadillesca alucinación de
Carl en el desierto, en el que ve un enorme esqueleto atorméntalo, mientras el
suelo se abre, se hincha y resquebraja, una maligna presencia lo persigue. Esos instantes surreales, con la imagen de un esqueleto animal siendo el perseguidor,
constituyen lo más distinto del filme, lo más cercano a un esbozo de surreal y
alucinante terror, visualmente se da rienda suelta a la imaginación, inteligente
recurso que da cierta mayor complejidad al producto final, distintivo del
singular terror australiano de aquellos años. No es una maravilla, ni mucho
menos, pero la cinta, este ejercicio independiente de terror serie B, a alguno entretendrá
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