miércoles, 23 de mayo de 2012

El Extraño (1946) – Orson Welles


El prodigioso Orson Welles dirigiría esta muy notable cinta, la que sería un filme entre obras maestras, pues el maestro norteamericano la filmaría entre sus inmortales The Magnificent Ambersons (1942) y The Lady from Shanghai (1948). Para esta cinta nos trae uno de sus trabajos plagados del más absorbente y abrumador suspenso, es más que placentero sentir en este filme uno de sus trabajos más Hitchcockianos; sí, uno de sus trabajos que más se sienten afines a los de la otra luminaria cinematográfica, a la obra del maestro del suspense. Es la historia de la inverosímil salida que un nazi, fugitivo una vez concluida la segunda guerra mundial, toma al asentarse en un pueblo yanqui, para descartarse de sus perseguidores, Pero con lo que no cuenta es con un delegado de una comisión de los aliados sobre crímenes de guerra, que ha conseguido seguirle el rastro hasta tierras estadounidenses, y que le dará infranqueable lucha, hasta desenmascararlo. Uno de los trabajos más tensos y repletos de suspenso de Welles, con el permiso claro de sus obras maestras, y reclutaría el virtuoso realizador para el trabajo a ese genial actor, paisano suyo, Edward G. Robinson como el implacable perseguidor, además de la guapa Loretta Young como la atormentada esposa del criminal de guerra refugiado en Connecticut. Y claro, cómo no, para el papel del perseguido, protagonista principal junto a Robinson, Welles no encontró mejor opción que a sí mismo, veremos al director actuando también una vez más.

      


La acción comienza en una oficina de la comisión de los aliados de crímenes de guerra, investiga estos actos; uno de ellos es el señor Wilson (Robinson), determinado a hacer justicia con las atrocidades cometidas. Poco después, al país, USA, arriba un individuo, se trata de Konrad Meinike (Konstantin Shayne), que busca a Franz Kindler, afirma tener un mensaje del alto mando. Averigua que este sujeto se encuentra en el pueblo de Harper, Connecticut, a donde viaja. Ya allí, se topa con Wilson, que detecta al singular personaje, pero éste, que lo detecta también, intenta eliminarlo con un golpe en la cabeza. Luego va a la casa de Kindler, conocido allí como el profesor Charles Rankin, pero encuentra solo a su novia, Mary Longstreet (Young); esa misma tarde se casan. Encuentra finalmente a Rankin (Welles), el susodicho profesor le dice a Meinike que planea quedarse en esas tierras, esconderse hasta un tercer conflicto mundial, y poco después, elimina a su camarada. Se casa con Mary, mientras Wilson va familiarizándose con el vecindario, inicia sus pesquisas, y un chismoso bodeguero le informa sobre un extraño sujeto que dejó su maleta encargada y nunca volvió, se trataba de Meinike.




Visita también la casa de los ahora esposos Rankin, conoce a Charles, profesor local, aficionado a los relojes, cenan, también están el padre de ella, el juez Adam Longstreet (Philip Merivale), y su hermano Noah (Richard Long). Conversan de política, donde la filiación nazi de Rankin asoma. Wilson no duda que se trata de Kindler, y se acerca a Noah, a quien cuenta la verdad. Wilson y el bodeguero abren la maleta abandonada, tiene efectos que bien conoce el detective, que sigue visitando a los Rankin, él y Charles están suspicaces el uno del otro, el barrio entero se pregunta quién era el viejo desaparecido, y Charles miente a Mary diciendo es un conocido indeseable del pasado. Pero cuando el querido can de ella es liquidado por olfatear la tumba del viejo, Charles se ve obligado a aceptar los asesinatos, más no le dice su procedencia nazi, y su mujer acepta encubrirlo. El astuto Wilson intuye esto, y junto a su padre la aborda, le muestra imágenes de atrocidades alemanas, le dice quién es realmente su esposo. Deberá Mary desenmascararlo, su padre y Wilson la vigilan, mientras Charles ha reparado un viejo reloj de la torre de la iglesia local, el pueblo lo congratula, pero Mary es presa ya del pánico; su esposo decide matarla. La cita en la torre, pero acaba yendo Noah, y tras un enfrentamiento en lo alto, el nazi cae al vacío, fenece.




Muy atractiva cinta de Welles, en la que nos invita a visitar el singular pueblo de Harper, y a sus singulares pobladores, encabezados, claro, por el supuestamente ilustre y respetado profesor Charles Rankin, sujeto que inverosímilmente se está refugiando en tierras yanquis mientras, como él mismo afirma, espera el resurgimiento de su gente, de los nazis, y la consiguiente nueva guerra mundial. De esa forma, él, uno de los responsables de las atrocidades nazis, uno de los cerebros detrás de sus barbaridades e inhumanos excesos, tiene la coartada perfecta, se descarta haciéndose pasar por un profesor, enseñando a los hijos de distinguidos ciudadanos norteamericanos. Se trata de un sujeto temible, es un nazi frío y calculador, que se deshará de cualquier elemento que estorbe sus planes, humano o material, como demostró al asesinar con frialdad a su camarada, sujeto con el que compartió bando, y que fue despachado sin mayor miramiento. Alrededor de este personaje es que se configura la historia, en la que se entreteje un suspenso propio de Hitchcock -si se permite la licencia-, que impregnará la cinta en su totalidad, y resulta muy interesante y atractivo el hecho de que el suspenso se mantiene vivo y cada vez más patente en la cinta aún cuando se sabe que más que probablemente el sospechoso a nazi sea ciertamente un nazi. Esa capacidad de engendrar e ir multiplicando el suspenso es una muestra de la maestría del descomunal realizador estadounidense, y parte de esa habilidad radica en el manejo de elementos generadores de suspenso, primeros planos, miradas, suspicacias, con pequeños detalles va generando esa omnipresente y palpable tensión silenciosa.





Welles nos entrega de muchas formas un exquisito ejemplar de cine negro, y, como es necesario e imperativo en filmes de esta naturaleza, se apreciarán lobreguez y sombras en buena parte del filme, el lúgubre manto de la oscuridad albergará en buena parte del metraje a los personajes. Esto, por supuesto, potencia y multiplica la ya engendrada tensión, y se combina con otro elemento fundamental en un buen filme de suspenso, la banda sonora. El acompañamiento musical que sabrá enmarcar y enriquecer debidamente las circunstancias, las acciones, siempre oscuras, siempre bizarras. El producto final de esos recursos, debidamente aplicados por el realizador, materializa un tratamiento solemne y misterioso, traduciéndose en un ambiente con la misma dosis de misterio, una atmósfera de tensión que se fusiona con la cinta. La música tiene aporte particularmente notable en la secuencia de la confesión, en la que Charles acepta a su mujer parcialmente ser culpable de lo que se le acusa, le cuenta su deformada versión de los hechos, el drama y la tensión encuentran ideal complemento en la música. Y claro, también tenemos otro elemento por cuyo dominio el gran Welles es conocido como uno de los mayores genios del séptimo arte: el dominio de la cámara. Como es usual y patente siempre en su cine, el realizador hace gala de un excelente dominio de su herramienta de trabajo, y así nos embarca en el viaje de su cinta con una cámara muy ágil en sus movimientos, en sus deslizamientos, muy precisa y con mucha llegada, y a través de esos movimientos, a través de ese alance que parece no conocer límites, nos introduce en todos los rincones de Harper, y en los actos de los protagonistas. Asimismo, esa portentosa cámara también sabe generar elocuentes imágenes, imágenes de relojes, de la oscura escalera de la torre del reloj de la iglesia, de las sombras, de la mujer durmiendo, todo en pro del suspenso y el tenso ambiente del filme, imágenes con ese norte, el cual consiguen. No solo esto desemboca en una narrativa visual exacta y elocuente, sino que naturalmente genera una estética bien definida, oscura, mórbida, tenebrosa, perfectamente acorde con la directriz del filme, y con la maestría de Welles. Para finalizar, los aportes actorales, un joven Orson nos demuestra que si bien la dirección es por excelencia su área, en lo que es dómine e inmortal exponente para la posteridad, en la actuación supo también ser muy cumplidor, y sin tener aún la presencia señorial e imperial que los años sabrían darle, entrega un actuación sumamente decente. Y claro, en el otro lado, uno de mis actores yanquis predilectos, el genial Edward G. Robinson, sencillo y eficiente como él solo, experimentado, solvente, preciso, da gusto ver actuar a un intérprete de su categoría, eleva el filme con su sola presencia. Loretta Young completa el reparto estelar, correcta también con el aporte de gravedad y tormento, la victima del filme, sabe estar a la altura de sus gigantes acompañantes. Filme necesario, de un director necesario, defenéstrese a aquel gaznápiro que menosprecie este filme al compararlo con las más grandes obras de Welles, pues si bien está en otro apartado, es una obra de obligado visionado, el cinéfilo instruido disfrutará, y mucho, con ella.





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