sábado, 26 de mayo de 2012

Atormentada (1949) – Alfred Hitchcock


El gran e inolvidable Alfred Hitchcock proseguiría con su, por entonces, 1949, ya dilatada trayectoria yanqui como cineasta, el insaciable maestro seguiría produciendo prolíficamente filmes, con hasta cuatro títulos en un año. Tras haber gozado ya de éxito y reconocimiento en tierras norteamericanas, producirá esta cinta, la adaptación a la pantalla grande de la novela de Helen Simpson, que inclusive al teatro fuese primero adaptada; luego llegaría el buen Hitch para hacer lo propio en el cine. Es la historia trágica de una mujer, como lo indica el titulo en ciertas zonas latinas, una mujer atormentada, en territorio australiano, que conoce a un individuo, primo del gobernador del lugar, que resulta ser un también primo suyo, y que intentará sacarla de lo que aparenta ser una vida que la consume poco a poco, que la está acabando, y es que entre su esposo y su criada, parecen estar quitándole la vida lentamente con los maltratos a los que se le somete, a parte de la oscura historia que tiene tras de sí. Cinta que se aparta un poco de las usuales directrices del realizador británico, tiene entre sus piedras angulares el reparto de distinguido y elevado nivel, encabezado por una Ingrid Bergman por entonces tan joven como hermosa, debidamente escoltada en el reparto por un Joseph Cotten que sería repetidas veces colaborador de Hitch, y con su habitual eficiencia cumple bien su papel, en una terna que completa Michael Wilding. Cinta que merece toda la atención que un titán como Hitchcock puede despertar.


      



Nos ubicamos en Australia, en 1831, una tierra en la que su principal exportación son los presidiarios, a donde un individuo es enviado a ayudar a administrar diversos asuntos. Este personaje es Charles Adare (Wilding), irlandés primo del gobernador del lugar, que prontamente conoce a Sam Flusky (Cotten), un individuo que estuvo preso; ahora libre, ha amasado fortuna, y primero le propone un negocio, luego lo invita a cenar. El primo de Charles, el gobernador (Cecil Parker), le ordena que no asista a la invitación, Flusky es un personaje indeseable dícele, pero Charles asiste. Flusky, que ha comprado un nuevo sirviente, presidiario llamado Winter (Jack Watling), recibe pues a su invitado, que conoce a los distinguidos comensales, y también a la esposa del anfitrión, Lady Henrietta (Bergman), bella mujer. Henrietta resulta ser su prima, rememoran recuerdos de infancia, se llevan bien, pero ella siempre luce como en otro lado. Después, Flusky, que detectó la situación, le cuenta detalles del estado de su mujer, recluida casi, y pide a Charles que se acerque a su esposa, y que trate de reanimarla. Por su parte, el gobernador se enfurece al saber que su primo desobedeció, considera a Flusky un granuja.




El invitado se acerca a Henrietta, la hace sonreír, se enamora de ella, y descubre que en la casa, quien manda es la criada, Milly (Margaret Leighton). Charles exhorta a Henrietta a que cambie la situación, a que ella mande en casa, y en efecto, se vuelve más asertiva, pide llaves y exige se le consulten cosas, pero su servidumbre, todas presidiarias, se ríen de ella. Por su parte, Flusky se muestra distante, apoya a Milly; su mujer se abandona, Charles reclama la situación, discute con sus anfitriones, y Milly termina yéndose de la casa, Winter ahora queda al mando. Henrietta consigue que la servidumbre le obedezca, reciben una invitación a un elegante baile. Pese a no ir Flusky, convencen a su esposa, ella y Charles asisten al baile. Pero Sam, desencajado por una cizañera Milly, se apersona al baile, arruina todo. Tras una discusión con Sam, Charles resulta herido de bala, el gobernador quiere ejecutar por reincidente a Sam, pero Henrietta confiesa una verdad por salvarlo. Descubren después que siempre fue Milly quien perjudicaba a la señora con brebajes y alcohol, Sam olvida su fueria, y arregla las cosas con su mujer; finalmente se quedan felices y juntos, mientras Charles vuelve a Irlanda.




Culmina así una cinta que no es precisamente lo más usual en su director, que se aleja por un momento de sus sórdidos relatos, para enfocar esa sordidez hacia otros senderos en esta oportunidad. Representa en su cinta una tierra que vive la peculiar situación de estar saturada de presidiarios, hasta el extremo que éstos son puestos a laborar como servidumbre de los más acomodados, incluso se les define como el producto de exportación del país. Hitchcock realiza también una correcta y atractiva representación del paraje australiano, sin adentrarse en demasía en su flora o fauna, nos muestra la naturaleza, los atardeceres, unas imágenes que gozan de una agradable estética del británico, una limpieza de imágenes que se complementa a la perfección con el cromatismo de la pintoresca locación, y esta limpieza en sus imágenes se traslada también incluso para la representación de la residencia Flusky; este trabajo visual, si bien no es abundante, resulta atractivo en los momentos que fluye, y es un punto a favor del realizador. A este correcto trabajo audiovisual, Hitchcock suma otro aspecto que, símilmente, no abunda, pero cuando es utilizado y aparece, da muestra de la maestría de un director ya ducho, que había realizado buenas obras en su tierra natal, y ahora, al otro lado del Pacífico, llegaba para materializar sus mejores trabajos; me refiero al trabajo de cámara, y a unos travellings y agilidad de la misma que se vuelven un medio narrativo soberbio, que ciertamente denotan el dominio del maestro en esta área.





Este trabajo genera planos secuencia, que tienen su corazón en esos travellings, por momentos sorprendentemente largos, tan prolongados como precisos y expresivos, siempre llevándonos, siempre guiándonos hacia la acción, con una agilidad que no deja de sorprender. Deslizamientos ágiles, firmes, seguros, precisos, nos llevan a todos los rincones, siguen a los protagonistas, son movimientos que por un momento me hicieron sentir como si Hitchcock supiera que es excelente en lo que hacía, y que incluso se daba ciertas vanidades con ese tipo de recursos, pero a un maestro de su talla, eso se le permite, es un auténtico deleite. Esa agilidad y omnipresencia de la cámara en ciertos pasajes de la cinta, esos exquisitos travellings, permiten una exploración minuciosa y detallada de la composición de sus encuadres, de sus planos secuencia, de todos los detalles de las cenas, conversaciones, etc., un lenguaje visual de notar. Con todo este complejo y atractivo entramado, nos enmarca Hitchcock su historia, algo atípica en él, en la que el suspenso está mucho más tenue que en otras oportunidades, y en la que el mismo está diseminado a lo largo de todo el metraje en las dosis adecuadas. Pero es un suspenso mucho más benigno que en sus inmortales obras, ya no hay asesinatos, si bien siempre encierra bizarría, la sordidez de una hermosa mujer que se va consumiendo, con un oscuro pasado a cuestas, pero que, pese a todo, logra resurgir. En el apartado actoral, Michael Winding cumple como el enamorado primo que nunca verá su amor consumarse; Joseph Cotten aporta toda la experiencia y distinción de un actor que conoce a quien lo dirigía, y que siempre deja muy decentes interpretaciones. Pero la estrella viene a ser la Bergman, joven, hermosísima como pocas veces, radiante, parece de la realeza, particularmente en la secuencia del baile del gobernador, es una auténtica reina, con buen dominio de registros para interpretar a la atormentada mujer. Buenas actuaciones y un genio tras las cámaras, sin acercarse a sus mejores trabajos, tenemos un atípico pero atractivo filme, a la altura del titánico Hitchcock.









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