El gran e inolvidable Alfred
Hitchcock proseguiría con su, por entonces, 1949, ya dilatada trayectoria
yanqui como cineasta, el insaciable maestro seguiría produciendo prolíficamente
filmes, con hasta cuatro títulos
en un año. Tras haber gozado ya de éxito y reconocimiento en tierras
norteamericanas, producirá esta cinta, la adaptación a la pantalla grande de la
novela de Helen Simpson,
que inclusive al teatro fuese primero adaptada; luego llegaría el buen Hitch
para hacer lo propio en el cine. Es la historia trágica de una mujer,
como lo indica el titulo en ciertas zonas latinas, una mujer atormentada, en
territorio australiano, que conoce a un individuo, primo del gobernador del
lugar, que resulta ser un también primo suyo, y que intentará sacarla de lo que
aparenta ser una vida que la consume poco a poco, que la está acabando, y es
que entre su esposo y su criada, parecen estar quitándole la vida lentamente
con los maltratos a los que se le somete, a parte de la oscura historia que
tiene tras de sí. Cinta que se aparta un poco de las usuales directrices del
realizador británico, tiene entre sus piedras angulares el reparto de
distinguido y elevado nivel, encabezado por una Ingrid Bergman por entonces tan
joven como hermosa, debidamente escoltada en el reparto por un Joseph Cotten
que sería repetidas veces colaborador de Hitch, y con su habitual eficiencia
cumple bien su papel, en una terna que completa Michael Wilding. Cinta que
merece toda la atención que un titán como Hitchcock puede despertar.
Nos ubicamos en Australia, en
1831, una tierra en la que su principal exportación son los presidiarios, a
donde un individuo es enviado a ayudar a administrar diversos asuntos. Este
personaje es Charles Adare (Wilding), irlandés primo del gobernador del lugar,
que prontamente conoce a Sam Flusky (Cotten), un individuo que estuvo preso; ahora libre, ha amasado fortuna, y primero le propone un negocio, luego lo invita a cenar. El
primo de Charles, el gobernador (Cecil Parker), le ordena que no asista a la
invitación, Flusky es un personaje indeseable dícele, pero Charles asiste. Flusky, que ha comprado un nuevo sirviente, presidiario llamado
Winter (Jack Watling), recibe pues a su invitado, que conoce a los distinguidos
comensales, y también a la esposa del anfitrión, Lady Henrietta (Bergman),
bella mujer. Henrietta resulta ser su prima, rememoran recuerdos
de infancia, se llevan bien, pero ella siempre luce como en otro lado. Después,
Flusky, que detectó la situación, le cuenta detalles del estado de su
mujer, recluida casi, y pide a Charles que se acerque a su esposa, y que trate
de reanimarla. Por su parte, el gobernador se enfurece al saber que su primo desobedeció, considera a Flusky un granuja.
El invitado se acerca a
Henrietta, la hace sonreír, se enamora de ella, y descubre que en la
casa, quien manda es la criada, Milly (Margaret Leighton). Charles exhorta a
Henrietta a que cambie la situación, a que ella mande en casa, y en efecto, se
vuelve más asertiva, pide llaves y exige se le consulten cosas, pero su
servidumbre, todas presidiarias, se ríen de ella. Por su parte, Flusky se
muestra distante, apoya a Milly; su mujer se abandona, Charles reclama la
situación, discute con sus anfitriones, y Milly termina yéndose de la casa,
Winter ahora queda al mando. Henrietta consigue que la
servidumbre le obedezca, reciben una invitación a un elegante
baile. Pese a no ir Flusky, convencen a su esposa, ella y
Charles asisten al baile. Pero Sam, desencajado por una cizañera Milly, se
apersona al baile, arruina todo. Tras una discusión con Sam, Charles resulta herido de bala, el
gobernador quiere ejecutar por reincidente a Sam, pero Henrietta confiesa una verdad
por salvarlo. Descubren después que siempre fue Milly quien perjudicaba a la
señora con brebajes y alcohol, Sam olvida su fueria, y arregla las cosas con su
mujer; finalmente se quedan felices y juntos, mientras Charles vuelve a
Irlanda.
Culmina así una cinta que no es
precisamente lo más usual en su director, que se aleja por un momento de sus
sórdidos relatos, para enfocar esa sordidez hacia otros senderos en esta
oportunidad. Representa en su cinta una tierra que vive la peculiar
situación de estar saturada de presidiarios, hasta el extremo que éstos son
puestos a laborar como servidumbre de los más acomodados, incluso se les define
como el producto de exportación del país. Hitchcock realiza también una
correcta y atractiva representación del paraje australiano, sin adentrarse en
demasía en su flora o fauna, nos muestra la naturaleza, los atardeceres, unas imágenes que gozan de una agradable estética del británico, una limpieza de
imágenes que se complementa a la perfección con el cromatismo de la pintoresca
locación, y esta limpieza en sus imágenes se traslada también incluso para la
representación de la residencia Flusky; este trabajo visual, si bien no es
abundante, resulta atractivo en los momentos que fluye, y es un punto a favor
del realizador. A este correcto trabajo audiovisual, Hitchcock suma otro
aspecto que, símilmente, no abunda, pero cuando es utilizado y aparece, da
muestra de la maestría de un director ya ducho, que había realizado buenas obras
en su tierra natal, y ahora, al otro lado del Pacífico, llegaba para
materializar sus mejores trabajos; me refiero al trabajo de cámara, y a unos
travellings y agilidad de la misma que se vuelven un medio narrativo soberbio,
que ciertamente denotan el dominio del maestro en esta área.
Este trabajo genera planos
secuencia, que tienen su corazón en esos travellings, por momentos
sorprendentemente largos, tan prolongados como precisos y expresivos, siempre
llevándonos, siempre guiándonos hacia la acción, con una agilidad que no deja
de sorprender. Deslizamientos ágiles, firmes, seguros, precisos, nos llevan a
todos los rincones, siguen a los protagonistas, son movimientos que por un
momento me hicieron sentir como si Hitchcock supiera que es excelente en lo que
hacía, y que incluso se daba ciertas vanidades con ese tipo de recursos, pero a
un maestro de su talla, eso se le permite, es un auténtico deleite. Esa
agilidad y omnipresencia de la cámara en ciertos pasajes de la cinta, esos
exquisitos travellings, permiten una exploración minuciosa y detallada de la
composición de sus encuadres, de sus planos secuencia, de todos los detalles de
las cenas, conversaciones, etc., un lenguaje visual de notar. Con todo este
complejo y atractivo entramado, nos enmarca Hitchcock su historia, algo atípica
en él, en la que el suspenso está mucho más tenue que en otras oportunidades, y
en la que el mismo está diseminado a lo largo de todo el metraje en las dosis
adecuadas. Pero es un suspenso mucho más benigno que en sus inmortales obras,
ya no hay asesinatos, si bien siempre encierra bizarría, la sordidez de una
hermosa mujer que se va consumiendo, con un oscuro pasado a cuestas, pero que,
pese a todo, logra resurgir. En el apartado actoral, Michael Winding cumple
como el enamorado primo que nunca verá su amor consumarse; Joseph Cotten aporta
toda la experiencia y distinción de un actor que conoce a quien lo dirigía, y
que siempre deja muy decentes interpretaciones. Pero la estrella viene a ser la
Bergman, joven, hermosísima como pocas veces, radiante, parece de la realeza, particularmente
en la secuencia del baile del gobernador, es una auténtica reina, con buen
dominio de registros para interpretar a la atormentada mujer. Buenas actuaciones
y un genio tras las cámaras, sin acercarse a sus mejores trabajos,
tenemos un atípico pero atractivo filme, a la altura del titánico Hitchcock.
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