sábado, 28 de enero de 2012

Adivina quién viene a cenar (1967) - Stanley Kramer

Cinta que explora la dura y directa confrontación y conflictos que se desatan cuando una señorita blanca, anuncia intempestivamente a toda su familia que se ha enamorado locamente, y más aún, que se piensa casar, con un hombre negro. Su familia, acomodada, distinguida, conservadora, se verá sacudida con semejante revelación, y la pareja deberá luchar por salir adelante en su determinación de unir sus vidas, aunque para ello tengan que luchar con la familia de ella, e impensadamente, con la familia de él, obviamente, gente de color también. Correcta cinta que tiene un inevitable final feliz, que quizás peque por momentos de excesiva dulzura, de cursilería, pero termina por tener nota aprobatoria, y cómo no hacerlo, si en su reparto tiene a auténticos titanes actorales como el inolvidable Spencer Tracy, a la inmortal Katharine Hepburn, y también al correcto Sidney Poitier, de los actores negros más decentes y respetables que se haya visto en el firmamento hollywoodense. Tracy y la Hepburn encarnan a la pareja progenitora de la jovencita blanca, que inicialmente estarán reacios a la unión, pero que finalmente cederán al constatar su genuino amor, permitiendo y accediendo, en consenso grupal de ambas familias, a que la pareja consume sus intenciones maritales.

        


El filme inicia con una guapa señorita, Joanna, “Joey” Drayton (Katharine Houghton), que va a visitar sin avisar a sus padres, y va a la galería de arte de su madre, con un acompañante impensado, un hombre negro. Al llegar a casa, presenta a John Prentice (Poitier), como su futuro esposo, primero a la empleada, negra también, que se queda más que sorprendida, y después a su madre, Christina Drayton (Hepburn), quien queda pasmada al ver al pretendiente de su hija, que está emocionadísima con la noticia. Viudo y con un hijo pequeño que murió, desconcierta completamente a la madre, y hasta la entrometida e insolente ama de llaves negra también participa en el repudio al pretendiente. Posteriormente llega a casa el padre, Matt Drayton (Tracy), que se queda igual de sorprendido con lo sucedido, ambos padres están más que evidentemente sorprendidos, y no a favor de la situación, pero Joey está determinada de forma abrumadora a casarse con John. John habla a solas con los padres, les informa que él no actuará de ningún modo si ellos tienen objeción, y su transparencia y honestidad los sorprende, pero no tanto como su admirable hoja de vida, sus logros profesionales, es un respetado y prestigioso doctor. Pese a todo, la madre parece genuinamente feliz por ver tan satisfecha a su hija, que le cuenta detalles, mientras John trata de ir ganándose al señor Drayton.






Una decidida Joey hasta se las ingenia para llevar a los padres de John esa misma noche a cenar, por lo que la presión sobre los señores Drayton aumenta, y hasta un amigo intimo de la familia, el monseñor Ryan (Cecil Kellaway), se sorprende con las noticias, pues el pretendiente negro no tiene ni un defecto que se note. La madre progresivamente acepta la situación, hasta el punto de despedir a una colaboradora suya por reaccionar demasiado mal, mientras el padre parece bastante incómodo, pero no tanto como la impertinente criada de la casa. Completamente en contra de ese matrimonio, el padre observa cómo su esposa ya está a favor de la unión, y todo se complica al llegar los padres de John, también en shock al enterarse, también en contra al inicio. Pero las madres, siempre con la sensibilidad femenina, notan el verdadero amor de sus hijos, y el monseñor, también invitado a la cena, es uno más a favor de la pareja. Pero incluso más reacio que el señor Drayton resulta el padre de John, a quien su hijo termina de convencer tras un determinado y honesto discurso. La madre de John habla con el señor Drayton, y logra abrirle los ojos a la felicidad de sus hijos, recapacita, finalmente acepta la situación. Tras emitir su propio y excelente discurso, el padre acepta la unión, y ambas familias se unen en la cena que significa la formalización del compromiso de su prole.




Termina así una cinta que expone directamente la crisis familiar que se desencadena cuando una hija de raza blanca expone a la difícil situación a sus padres, de enterarse que serán suegros de un hombre de color, con toda la efervescencia y problemas que esta unión interracial acarrearía, en un territorio tan racista y discriminativo como el yanqui. La cinta, valgan verdades, peca por momentos de una evidente y excesiva cursilería, rosados senderos, y es que esto era casi inevitable en una historia de las características que tiene, final feliz para enmarcar un relato que expone el verdadero amor por encima de cualquier discriminación que pueda haber, siendo, evidentemente, la racial una de las más fuertes. Pero el éxito y nivel de apreciación que pueda tener la cinta, se la debe en grandísima medida a los intérpretes, y es que no todos los días se ve una cinta en la que la pareja esté conformada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn, dos leyendas que, ya entradas en años, siguen siendo un aliciente muy efectivo. Los acompaña el siempre correcto y eficiente Sidney Poitier, que fuese por décadas el único negro en ganar un Oscar, y ciertamente, es el de mayor valía e importancia hasta el momento de hoy en día, dando muestra de su talento en una muy aceptable interpretación, intensa, genuina, sobria, lúcida, en su usual papel de hombre mesurado, correcto, transparente y moral, papel que no dista mucho del profesor de To Sir With Love (1967), que lo consagraría. Sin ser una maravilla, la película es apreciable y digerible, sobre todo, por las titánicas figuras que en ella aparecen.







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