martes, 4 de octubre de 2011

La Audiencia (1972) – Marco Ferreri

Marco Ferreri se encarga de dirigir esta decidida y directa crítica a la burocracia del Vaticano, a la forma ridícula en que el dominio de la Iglesia y de un deformado dogma cristiano tienen una limitación alarmantemente absurda hacia los fieles, y esto lo representa en la historia de un joven que llega a la mencionada isla del Vaticano, a buscar una entrevista, conversar con el Papa, una audiencia que ha estado persiguiendo desde hace tiempo, pero que le será negada de maneras inverosímiles, y será hostigado y vigilado siempre por un inquisitivo oficial de policía. El realizador italiano, con hábil mano, y con un reparto de primerísimo nivel, le toma el pulso al entramado organigrama que maneja la burocratizada estructura religiosa del cristianismo, y así, veremos al joven Enzo Jannacci, que busca incansablemente hablar con su santidad el Papa, una búsqueda que siempre será detenida por la policía, encarnada por el gran Ugo Tognazzi, y en su camino conocerá a una prostituta con la que se enamora, interpretada por la siempre bellísima y talentosa Claudia Cardinale. Completa un reparto envidiable otro grande entre los grandes del cine italiano, el inolvidable Vittorio Gassman, en una cinta de muy disfrutable visionado.


       

Comienza la historia en el Vaticano, donde una visita guiada por la isla está siendo realizada, y donde se les remarca enfáticamente a los visitantes que no se permite hablarle al Papa, pero un joven llamado Amedeo (Jannacci), llama la atención y despierta preocupación cuando insiste en desear hablar con el religioso. Es encerrado, y sin mayores explicaciones examinado como un criminal, en un ambiente donde conoce al oficial de policía Aureliano Díaz (Tognazzi), que al descubrir que Amedeo es un ex oficial del ejército, ahora retirado, le pide disculpas y le devuelve la libertad. Pero el joven no desiste en su intento, se acerca a la residencia del Papa, donde no se le permite entrar, ni siquiera permanecer afuera, pues es una casa privada, y ante su insistencia, se vuelve a topar con Díaz, que le da el número telefónico de una mujer, que supuestamente le ayudará en su situación. Es el teléfono de Aiche (Cardinale), una prostituta que colabora con el oficial para vigilar al joven, que es visto cada vez con mayor preocupación. Tras acostarse, ella lo contacta con importantes personajes, como el príncipe Donati (Gassman), y asiste a reuniones con monseñores, teólogos y otras autoridades religiosas, a quienes cuenta lo sucedido, comenta su tenaz deseo de ver al Papa, pero sin dar explicación de la causa.




Es enviado de un lugar a otro, sin resultados positivos, pierde su tiempo y no consigue nada ni por ser ex oficial. En su frustración, intenta mandar un mensaje por la ventana de la casa del Papa, arrojar un papel impulsado con un tubo a modo de cerbatana, pero es observado, y acusado de presunto atentado contra el patriarca cristiano por creer que le lanzaba proyectiles. Esto va colmando la paciencia de las autoridades, es recluido en un convento, en el que hay reuniones de frailes, donde discuten temas frívolos de su burocracia, que ayudan a mantener una falsa imagen de la Iglesia, mientras a Amedeo se le deniega hasta el derecho al alimento. Vuelve a encontrarse después con Aiche, a quien ama y es correspondido, y tras discutir con la prostituta, ella le revela que está embarazada, y Díaz, sabedor de esto, le dice que para permanecer en la isla, debe casarse y formar una familia. Escapa del convento y es recibido por un protestante, un artista que pinta cuadros de la Iglesia corrompida, una visión realista de la institucionalizada y corrompida iglesia actual. Las puertas se le van cerrando, en vano pide ayuda al príncipe Donati, y en una procesión, es atacado, necesitando hospitalización, siempre agobiado y vigilado por Díaz, que le aconseja que desaparezca completamente y cuanto antes. Sin esperanzas, y sin su hijo, pues tiene ruptura con Aiche, habla con unas monjas, y desfallece, cae muerto en la calle, mientras el oficial es necesitado en otro lugar, un agitador despierta preocupación, es otro individuo que busca hablar con el Papa, y Díaz va a hacerse cargo, la rueda vuelve a girar.




Con esa enigmática secuencia culmina el filme, donde se presenta una historia cuyo protagonista define reiteradamente sus circunstancias como una situación kafkiana, y ciertamente lo es, pues ante su natural, pero tenaz determinación de hablar con el Papa, recibe sendas negativas, evasivas, inverosímiles impedimentos de parte de las autoridades. Los numerosos obstáculos que le interponen en su camino, incluyen situaciones absurdas, arbitrarias pérdidas de tiempo, abusos totales de poder y hasta distraerlo con una prostituta que colabora con el oficial, la maquiavélica encarnación de la autoridad de la Iglesia. Ferreri muestra la doble moral de dichas autoridades, que representan la decadencia del cristianismo, su degradante burocratización, la asfixia y restricción a las que someten al insistente curioso, prohibiciones que llegan hasta privarle de comer, y que acaban por conducirlo a la muerte. Es interesante la secuencia en la que Jannacci es recibido por el artista protestante, pues se plasma en sus cuadros la imagen corrompida, podrida y destruida en la que se está convirtiendo la Iglesia, simbólica escena que retrata esa decadencia. Para retratar este mundo, el realizador además utiliza una demencial música, frenética y apremiante, con la que apertura la cinta y con la que ambienta determinados momentos, incrementando la carga dramática y la tensión, inteligente el recurso del italiano. Es un correcto ejercicio que plasma realistamente las inverosímiles situaciones a las que se puede llegar cuando se contradice la voluntad de las frías autoridades, en este particular caso, del cristianismo, perfectamente conscientes de lo que hacen, y donde una férrea burocracia enmascara y esconde la más escalofriante pero verdadera cara de la Iglesia. Inquietante mensaje que no se aplica únicamente al ámbito eclesiástico, el cineasta desliza un frío pero muy verídico razonamiento.


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