El segundo trabajo de Von Trier de su tercera trilogía sí que está a la altura de su predecesora, la delirante Dogville (2005), y es que sigue adoptando los mismos principios de la primera entrega, conserva al personaje principal, y explora ahora nuevas dimensiones en su estudio del ente humano. Se seguirá ciñendo Von Trier a su metodología narrativa de cero escenografías, técnica que le rindió muy buenos resultados en Dogville, y que sigue siendo la manera narrativa de esta secuela: no hay paredes, ni ventanas, ni puertas, las personas viven en un mundo “al aire libre”, en una desnudez física que nos permite apreciar con mayor profundidad sus acciones, acercarnos a sus sentimientos. Continúa Von Trier con la historia donde la dejó en la anterior película, con el personaje de la fugitiva Grace huyendo del pueblo de Dogville, para llegar ahora al poblado de Manderlay, donde nuevamente se verá sorprendida por la naturaleza de sus habitantes, intrigas, engaños, desencantos. Grace ya no será interpretada por la bella Nicole Kidman, ignoro el porqué de esta decisión, que es hasta cierto punto lamentable, pues la nueva encargada de encarnarla, la joven Bryce Dallas Howard, carece de la intensidad de la Kidman, de esos poderosos ojos de incertidumbre, sorpresa, desconcierto, y carece de su belleza ciertamente también. Pasando eso por alto, tenemos una película que sigue a la perfección el camino trazado por su predecesora.
La gente trabaja para rehacerse, y Grace se siente atraída por los negros, en una lujuria incontrolable conforme se recuperan del desastre. Una niña enferma de pulmonía fenece al robársele el alimento, desatando la locura en el pueblo, y la anciana culpable del robo es juzgada y condenada, y Grace la elimina ella misma, no hay duda, es la Grace de la primera película. Con la cosecha, las cosas parecen mejorar, y Grace, en una bizarra secuencia, se acuesta con Timothy (Isaach De Bankolé), el negro por el que se sentía atraída, en un ejercicio sexual que le resulta más extraño que placentero, y luego descubre que había sido totalmente engañada por él. Descubre también que la Ley de Ama fue redactada por Wilhelm, que la esclavitud, en Manderlay, era algo largamente prolongado, y la obligan a quedarse, pese a su deseo de huir. Grace azota a Timothy, y escapa del pueblo, pero no logra encontrarse con su padre, con quien había pactado reunirse e irse. Es así que Grace huye sola y sin mucha esperanza, corre sin rumbo definido en un inmenso mapa de los Estados Unidos, mientras la voz narradora pone punto final al filme, llamando a la reflexión sobre el racismo yanqui.
Nuevamente Von Trier quiere que veamos sola y únicamente el drama, la historia narrada, para ello prescindirá de todo adorno u ornamento escenográfico, vuelve a crear ese universo paralelo, vacío, aislado, nuevamente la cámara en mano le da ese toque de cotidianeidad, pero con un cambio significativo. Si en la anterior película el cielo cambiaba de color y el suelo permanecía siempre igual, ahora la atmósfera, el cielo será siempre lóbrego, oscuro, siempre vacío, aislamiento absoluto, y es el suelo el que variará de color, de acuerdo a la circunstancia y acción realizada, en un recurso claramente expresivo. Nuevamente el interés de la película está en las duras circunstancias, pruebas, torturas, a las que es sometida Grace. En ambos filmes crea un ambiente de hermetismo, de desolación total, de un ecosistema autosuficiente aislado de todo lo demás. Igual que en la anterior película, se llega a la conclusión de que Manderlay –como Dogville- es un mundo prescindible, ambos son mundos prescindibles, pero en esta oportunidad se centra en el racismo yanqui. Manderlay es USA, con todo su rechazo por los negros, con todos sus prejuicios y temores, es una visión tan crítica como realista de Von Trier, que termina su trabajo con los créditos finales con fondo de imágenes marcadamente racistas, cuadros de intolerancia racial, maltratos, drogas, un collage del que no podía escaparse Bush hijo. No tardarán, y no tardaron, los sociólogos y demás profesionales afines en saltar a enjuiciar la verdadera intención de la película, juicio valedero. Pero dejando de lado eso, me quedo con la película, y su ácido, crudo y realista mensaje, y quedo a la expectativa de lo que está preparando Lars para finalizar esta trilogía. Soberbio.
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