miércoles, 21 de septiembre de 2011

El Embrujo (1947) – Carlos Serrano de Osma

Ver una película como El Embrujo es someterse a más de una agradable sorpresa por parte de este director al que le tocó vivir la censura y los frenos del franquismo, Serrano de Osma. Descubrí este filme en un pequeño festival de cine español que tenía por misión reivindicar una serie de pequeñas obras amaestras del cine ibérico, no debidamente apreciadas. Acierto del camarada cinéfilo español el mostrar esta película, entre otras, pues contiene un riqueza visual notable y digna de mención, de caracteres expresionistas, e incluso cubistas y futuristas, en el que los elementos narrativos quedan un poco de lado frente al lenguaje audiovisual, que es realmente poderoso, es realmente el que lleva el hilo narrativo. El vistoso baile, el virtuosismo tanto de este baile como del canto son los pilares de esa narración audiovisual, que será ejecutada impecablemente por Lola Flores y Manolo Caracol, dos artistas flamencos que eran santo y seña de su época. Se suma a esto una buena expresión lumínica, luces y sombras que constantemente expresan sentimientos, estados de ánimo. Los contrastes de blanco y negro también son fuertes, y servirán asimismo oportunamente como medios expresivos de los sentimientos de los personajes.

   


El film nos narra la historia de Manolo y Lola (ambos artistas mantuvieron sus nombres reales), siendo el primero un reconocidísimo cantante, de gran fama, que descubre y vislumbra el gran talento de Lola, y que se encarga personalmente de entrenarla, a través de largos años de preparación que se lleva a cabo en sendas y constantes presentaciones a dúo. Ambos se vuelven conocidos y gozan de reconocimiento generalizado por parte de público y crítica, su éxito es arrollador. Sin embargo, el interés de Manolo por Lola rebasa lo meramente profesional, desarrollando un amor hacia ella que no llega nunca a ser correspondido. Este amor frustrado es lo que lleva a Manolo poco a poco hacia el alcoholismo, y posteriormente hacia su perdición. Esto se acrecienta cuando Lola toma propio vuelo y ofrece espectáculos ella sola, sin que esto vaya en detrimento de su éxito, popularidad y aceptación por público y critica. Manolo, mientras tanto, cae en un alcoholismo destructivo. Años después, Lola siente una extraña nostalgia de su pasado, añora a Manolo, y regresa a España a hacer un show de homenaje, al que irá un acabado y consumido Manolo. La pobre Lola solo encuentra un espectro de su antiguo mentor y compañero, y solo se reencuentra con él en el momento de su expiración, cuando fenece en el cuchitril de su casa, solo, olvidado.




La historia podrá no ser genial, las actuaciones tampoco, pues ambos artistas no tienen la actuación por arte principal. Pero muchas de esas carencias deben ser puestas de lado para apreciar el verdadero valor de esta película: su valor estético, su valor audiovisual, combinándose estos y desembocando en una frescura narrativa, pues es tan llamativo cono remarcable el hecho de que casi no hay cambios de secuencia convencionales, sino que en cada cambio de secuencia se nos traslada de acción, se nos suaviza esa transición a través de la correcta narración audiovisual, de unos primeros planos y de unos encuadres tan expresivos, tan envolventes, que cumplen una función de información psicológica de los personajes, dota a la narración de gran expresividad. Los constantes contrastes de blanco y negro, potenciados por la buena utilización lumínica, reflejan la lenta descomposición de Manolo, su perdición. Otro llamativo efecto utilizado es el recurso de los “estiramientos” de planos, momentos en que deformará los encuadres para ilustrar la demencia, el descontrol, la descomposición a la que está llegando Manolo, un elemento visual que para le época, y para el duro contexto, que tanto limitó a Serrano de Osma; es muy interesante, pues no es un dato menor la dura censura y limitación franquista que por esas décadas afectaba el cine español, y que el cineasta sortea exitosamente para que su filme finalmente vea la luz y obtenga el reconocimiento, aunque discreto sea, que merece. Más que rescatable la película, que prueba ser tan desconocida como agradablemente sorprendente.




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