jueves, 18 de agosto de 2011

Underground (1995) – Emir Kusturica

Emir Kusturica era para 1995, año en que su cinta Underground viera la luz, uno de los cineastas contemporáneos más brillantes y originales de entonces, dueño de un estilo único, de su propio lenguaje, y que   presentaba un retrato de su tierra, Sarajevo, Bosnia, con una fuerza tal que era sin duda el cineasta referente de los Balcanes. Tres años después del inusual ejercicio que significó Arizona Dream (1992), y recuperando un poco toda la fuerza desplegada y cimas artísticas de la anterior Tiempo de Gitanos (1988), el bosnio nos brinda en esta oportunidad uno de sus mayores trabajos, por algunos considerados su obra maestra, adaptando al cine la historia de Dusan Kovacevic, contando la historia de un traficante de armas, un bosnio sujeto que vende armas a los invasores alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial. Él y su mejor amigo, ante la inminente invasión germana, se refugian bajo tierra, en un ambiente subterráneo donde sus familias pasarán años enteros, los años de la guerra mundial y, acabada ésta, la guerra fría. Tras su anterior cinta, una suerte de desliz hollywoodense, Kusturica retorna a sus raíces, retorna a un cine retratando su realidad, su tierra, su gente, y mucha de la fuerza de ello, contenida en todos sus anteriores filmes, regresa de esa forma. Kusturica retoma muchos de sus viejos nortes dejados de lado en el anterior ejercicio, para llevarlo todo a la cúspide, y configurar lo que es considerado por muchos, y no descabelladamente, su mejor trabajo cinematográfico hasta el momento, obteniendo galardones ineludibles, como la Palma de Oro en su respectivo año.

                               


La cinta inicia adentrándonos desde el comienzo en la realidad retratada, hay barahúnda algarabía, la cinta se declarada dedicada “a nuestros padres y sus hijos”, es el 4 de abril de 1941, con la Segunda Guerra Mundial ya habiendo estallado; el mayor conflicto humano hasta la fecha, llegando con toda su fuerza a los Balcanes, y con gente sencilla, en un pueblo, celebrando una noche enajenadamente, no se sabe qué. Como se dijo líneas arriba, de regreso a los Balcanes, Kusturica recupera toda su fuerza, su potencia y desenfreno, su nigérrimo humor está de regreso también, se siente un trabajo hermanado nuevamente con los filmes previos, se siente otra vez una unidad íntima entre esta nueva creación y lo anterior. Es como si tomara la posta de El tiempo de los gitanos, como si Arizona Dream se mantuviese como una isla al margen de las demás obras, pues Underground retoma, recupera todos los nortes del director para alcanzar nuevos niveles, otra vez la evolución y el cremento artístico le sonríen al cineasta. En buen grado colabora a esto Goran Bregovic, el compositor y ejecutor de la música de la cinta; usual colaborador en trabajos previos de Emir, al ser nuevamente encargado de la música -elemento normalmente tan importante en su cine-, Bregovic es uno de los responsables de que la cinta se sienta pues tan cercana a los trabajos normales de Kusturica, tan identificable y con tanta cohesión a sus demás trabajos donde presenta retratos de su gente y de su tierra.





Como se dijo, la cinta de Kusturica retorna a sus raíces y esto se siente de manera brutal desde el comienzo, con esa secuencia de enajenación mencionada, donde se siente la cercanía folklórica tantas veces esgrimida por Kusturica en el pasado. Ese estilo desenfrenado e irrefrenable se había perdido, se había disuelto en el ejercicio yanqui Arizona Dream, pero se recupera en esta cinta, la música cercana al pueblo, el pueblo mismo retratado, en medio de un casi circense escenario, con imágenes de aves de corral, de pescado siendo preparado para la venta. Sabido es para el seguidor de Emir que Arizona Dream fue un ejercicio curioso, estrafalario, extraño, pero extraño dentro del universo de Kusturica, lo que se debe tener en cuenta, pues todos sus ejercicios anteriores, desde ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981), hasta El tiempo de los gitanos (1988), mostraban una consistencia, una cohesión, una unidad como creaciones artísticas que hacían el cine, la filmografía del bosnio muy sólida, reconocible e identificable. El ejercicio hollywoodense protagonizado por Johnny Depp fue, como muchos saben, consecuencia de la guerra civil que estallaba en Yugoslavia, que dejaba casi de existir para dividirse en los estados balcánicos, y Kusturica ante tan desfavorable escenario, emigró a los Estados Unidos a rodar. Si bien ese ejercicio se sentía igualmente contenedor de muchas de las aristas usuales del cineasta, era inevitable que se impregne, que se tiña  de una cultura ajena a Kusturica, y que toda la fuerza y solidez hasta entonces alcanzadas, en buena media se disolvieran.





Pues bien, se inicia el primer segmento, Guerra, y el director, sin ambages ni pérdidas de tiempo, nos expone el contexto de su filme, la sangrienta guerra, sus bombardeos, sus disparos, su sufrimiento; la cinta se muestra cruda y brutal desde el comienzo alternando esas fuertes y realistas imágenes con gente del pueblo, gente sencilla, los protagonistas de nuestra historia, ellos se desenvuelven en ese infernal entorno. Y desde las primeras tomas somos informados de ello, cuando apreciemos las maquinarias de destrucción, e intercala el balcánico correctamente imágenes de archivo, donde se aprecian los aviones B-52, las fortalezas volantes e infernales soltando muchos explosivos; imágenes evidentemente, como se dijo, de archivo, pero que incrementan el realismo y el efecto buscado en esas primeras secuencias, es correcto el recurso del director, y consigue transmitir la seriedad y gravedad del tema, la Segunda Guerra Mundial, la mayor barbarie y destrucción hasta el momento habida. El zoológico es asolado por las bombas, el humor es seguido por el realismo desgarrador de la guerra, y la posterior reclusión de Blacky (Lazar Ristovski), junto a su mejor amigo Marko (Predrag Manojlovic) en el sótano-taller de armas, es una gran manera de simbolizar a la Yugoslavia de esos momentos. El nacimiento del hijo de Blacky se produce, y su crianza es realizada siempre subterráneamente, siempre underground; ese niño simbolizará a todo un país posteriormente, y más que a un país, a todo un pueblo, a una enorme masa humana que rebasa las fronteras políticas, geográficas, que a luz de ciertas barbaries, se sienten ridículas.





Muy significativo viene a ser Jovan (Srdjan Todorovic), el hijo de Blacky, cuyo universo, cuya vida se supedita a ese sótano, y una vez que sale al mundo ¿real?, se encuentra con un mundo extraño, un mundo donde la luna es el sol, donde un venado es un caballo, esta es la manera satírica en que Kusturica siente que los ojos yugoslavos veían al mundo en ese entonces. Cuando Jovan sale al exterior, ve su primer amanecer, Yugoslavia misma está despertando, está teniendo su primer amanecer de una nueva era; los simbolismos en el filme, y en la obra del balcánico, son tan abundantes como agradables, justificándose de este modo el título de la película. Y abajo, la misma enajenación y trapisonda observaremos, todos bajo tierra, en el refugio de guerra, tocando música vernacular, como en la superficie, desatándose un conflicto físico entre jugadores, apostadores, un micro mundo donde Marko y Blacky siguen siendo los señores, peces en el agua. Sucede que, mientras todos los demás se mantienen perennemente bajo tierra, ellos salen a la superficie, incluso yendo al teatro y generando otra de las secuencias tragicómicas por excelencia de la cinta. El irreverente Blacky va a buscar a su amada Natalija (Mirjana Jokovic) al teatro donde ella está actuando, interrumpe la función, desata hilarantes situaciones hasta que liquida con frialdad a un nazi, aunque su pretendida finalmente no le corresponda; es una surreal hilaridad, como suele ser habitual en Kusturica.





Y es que el ya curtido Emir es capaz de también prontamente teñir esa cruda y áspera realidad con su singularísimo y exquisito sentido del humor, ese humor negro característico suyo, y apreciaremos entonces esa comicidad, pero una comicidad mezclada con severo realismo, mezclada por la mano maestra de Kusturica. Comenzamos con la muy graciosa imagen de Marko teniendo relaciones con una prostituta, en pleno repentino bombardeo de su ciudad, y la jocosa forma en que no permitirá que ni el bombardeo lo interrumpa en consumar su diversión. Kusturica hace gala de su capacidad de creador de imágenes cuando Marko coloca una flor en el trasero de la prostituta, imagen que luego nos mostrará triplicada; asimismo luego veremos a un elefante robándose los zapatos de uno de los personajes, el maestro sin duda ya estaba maduro, divierte a su audiencia, y se divierte él. En más de una ocasión observaremos romances fluyendo en singulares circunstancias, particularmente más de un romance se desarrollará cuando se realicen bombardeos, cuando la destrucción se esté realizando en esos mismos instantes; una  situación que normalmente se consideraría inverosímil pero en este caso es algo nada extraño. Está también el triángulo amoroso formado por Marko, Blacky y Natalija, singular romance en el que los tres principales personajes se funden, e incluso apreciaremos una interesante toma, una suerte de primer plano desde abajo, con sus tres rostros reunidos, algo que por cierto observaremos más de una vez; una muestra más de los bizarros romances que plasma generalmente Kusturica, esas amalgamas que en otro cine, otra cultura, son raras y exóticas, pero para él, es la normalidad.






La guerra termina pero Blacky se mantiene en el sótano fabricando las armas, y el gran tanque es el símbolo de la guerra en el claustro del sótano, el elemento qua hace que ese claustro  represente de una manera total a Yugoslavia: escondida en lo subterráneo, con una siempre presente y asfixiante guerra que se palpa hasta en el encierro. El simbolismo esgrimido por Kusturica es probablemente el más potente y poderoso que se haya exhibido en su cine hasta el momento, retratándonos a su tierra y a los suyos, a su Sarajevo, a una agonizante Yugoslavia, escindida del resto del mundo, nos habla de su tierra como un tierra dividida y ajena al resto del planeta, y en ese sentido, el final culmina esa poderosísima figura presentada. Nuevamente vemos pues al cineasta moverse con tremenda libertad cuando se desenvuelve en su cultura, en su hábitat, y nuevamente será entonces capaz de captar, de retratar a toda una generación, a todo un país, y a toda una zona geográfica en una figura de su filme. Así de poderoso es su cine, pues Yugoslavia completa está representada en ese sótano, abajo, recluidos y escindidos de todo lo demás, nos presentará ese complejo entramado, matizado con su personalidad y sentido del humor como artista y narrador. El tanque es el símbolo de la destrucción y guerra, y será parte importante, vital dentro del relato, hasta en el casamiento de Jovan, donde se produce la memorable imagen de la mujer de Marko, Natalija, quien, ebria, danza y canta alrededor de este tanque, en el sótano… toda Yugoslavia es representada en esa imagen patética pero salpicada de humor y gracia.






El tanque, acompañante de la fiesta, baile y diversión, será incluso el causante de la ridícula interrupción de la misma, cuando el simio se introduce en él y empieza a disparar a todos, una secuencia espectacular que plasma perfectamente todo el filme, cuyo final puede ser áspero, pero esta escena será luego reivindicada, y de qué manera, por Kusturica. La participación de animales en cintas del balcánico es asimismo, algo casi infaltable, algo que no puede faltar en sus filmes, en esta oportunidad tendremos la presencia del mono, Soni, como silencioso testigo de toda la evolución del filme, es la más palpable muestra de una perenne presencia animal en la película, y en la obra en general del bosnio. Lo observaremos como fiel compañero, acompañante y amigo de uno de los personajes, Iván, lo veremos gesticulando y emitiendo sonidos al primate mientras, en el subterráneo, los demás, los humanos, cantan con entusiasmo y fanatismo su respeto y ardoroso  apoyo a Tito. El mono viene a ser ahora el elemento animal, apareciendo eventualmente burros, aves, incluso un tigre peleando con un pato al comienzo, todo cargado de cierto peso simbólico, pero el homínido es el animal protagonista, siendo perdido y luego encontrado, además de ser quien muestra a Iván la salida del claustro lustros después, apareciendo incluso otro mono, que muere ensangrentado al comenzar el filme; es pues un sello personal de Kusturica el incluir siempre al presencia animal en sus trabajos, como elementos simbólicos y narrativos.







Ahora Kusturica elabora un exquisito paralelo, ubicando otro relato dentro de su propio relato: al ser Blacky glorificado como héroe nacional, se rueda un filme, se realiza en su honor un rodaje en el que nuestros protagonistas protagonizan otra historia, su propia historia presentada al pueblo, y el ingenioso bosnio remarca su artilugio narrativo al hacer que los propios actores de la vida real encarnen con correcto disimulo, en el filme, a sus contrapartes. De ese modo apreciaremos a un cineasta haciendo su trabajo, realizando primeros planos, planos generales, e incluso veremos la cámara deslizándose para realizar sus travellings, un rodaje se lleva a cabo dentro de otro rodaje, un recurso interesante que más de una vez observaremos en cintas memorables, ahora siendo Emir quien recurra a este recurso, en el que un rodaje traza un paralelo a la realidad, con todo lo que esto implica. Juega Kusturica con la realidad misma y con su propio rol, el del cineasta, el de narrador, jugando y fundiendo dos corrientes, dos realidades; algo habitual en él, y es particularmente deliciosa la secuencia en que Blacky ejecuta con balas de verdad al oficial nazi durante el rodaje, junto su versión cinematográfica, y el director pierde el control y desea que se aproveche ese anárquico momento, mientras el actor clama “A esto llamas dirigir. Dios”: humor 100% Kusturica. Como se dijo, tenemos tres protagonistas: Marko, Blacky y Natalija, ellos tres serán los hilos conductores de la acción y la cinta. Se deshace el balcánico de esa costumbre de que un joven sea el presentador y protagonista, como en casi todos sus trabajos previos, ahora dotando de un toque de mayor adultez a su cinta, pues los tres protagonistas son singulares individuos, los hombres son traficantes de armas que han traicionado a su tierra, arman al enemigo, por ello viven bajo tierra, por ello Dios les dará la espalda.





Blacky es casi un ser indestructible, y en él, se ve retratada mucha de toda la Yugoslavia de Kusturica, y mucho del humor del filme; soporta altísimas cantidades cuando se le aplican electroshocks, casi riéndose de la tortura, para que luego una autoridad nazi muera de inmediato al recibir el impulso; y es que Blacky masca un cable eléctrico, erízanse sus cabellos, y sigue como si nada hubiera pasado, rompe botellas con su cabeza, soporta una granada explotando dentro de la maleta donde iba él escondido, es un personaje pues casi indestructible, como si fuese el espíritu de Yugoslavia, resistiéndose a su funesto destino de resquebrajarse. La cinta nuevamente tiene fuerte contenido político, y en él se vierte otra vez el respeto al mariscal Tito, el orgullo y el respeto y servicio al poder rojo, mientas la majestuosa y poderosa Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak retumba ambientando imágenes de los camaradas, las autoridades socialistas que se mueven para contrarrestar al enemigo alemán, entre ellos por supuesto Marko, y además Blacky, que se convertirá en estrecho colaborador de Tito. La adhesión hacia Tito es febril en el filme, si bien Kusturica es un verdadero camaleón, y no podamos aventurarnos a tentar una filiación definitiva suya, nos va deslizando su sentir y su parecer de los históricos eventos sucedidos en su tierra. En ese sentido la cinta pareciera esforzarse por ser una suerte de compendio, una suerte de receptáculo de todo el sentir del bloque europeo que representa, viendo imágenes diversas de las principales ciudades europeas, Zagreb, Belgrado, entre otras, y sus sendas reacciones a los eventos globales de la guerra; es como si persiguiera la cinta ser un grito generalizado del sentir de las personas ante los aciagos acontecimientos.






El elemento mágico no puede tampoco ausentarse en una cinta de Kusturica, razón por la que su obra se haya querido en más de una ocasión alinear dentro de lo que se llama realismo mágico. En esta oportunidad esa carga de magia, de misticismo se presenta, si bien menos que en otras veces, en la figura de la novia, que levita mágicamente. Ella flota y surca el espacio de la boda, por encima de la mesa, en medio de los invitados, que aplauden y se comportan como si ocurriera un suceso de lo más normal; pero ojo que la novia flota mientras nos son mostrados el arnés y otros elementos que ayudan a dar vida a esa secuencia cinematográfica, inclusive un elemento que arroja aire para dar mayor realismo a la secuencia. La secuencia en otro instante nos muestra ya a la novia levitando sin los evidentes trucajes de la toma, jugando otra vez Kusturica con ese doble rol que tiene en este filme, narrando dentro de una narración, rodando dentro de un rodaje. La boda es como siempre una secuencia importante en el cine de Kusturica, y es elemento importante reivindicador y de la secuencia final. No hay cinta de Kusturica, en la que no retrate una boda, y no hay filme de Kusturica en el que la boda no tenga profundo significado. De este modo veremos las imágenes emblemáticas de la boda subterránea, con el tanque como elemento central, todos danzando y bailando, es una boda normal, pero con la guerra, presente en la figura del tanque, arruinando, estropeando todo a disparos, algo que luego será reivindicado con ese maravilloso y potente final.






En el tercer apartado, nuevamente guerra, mucho tiempo ha pasado, Iván, perdido y buscado por su padre, encuentra a su Soni, sale a la superficie, y entre muerte y miseria descubre la su traidor hermano Marko tratando con el odiado enemigo. Iván arremete contra su hermano, poderosísima figura nace en la que se nos dice, Dios aquí no está. Dios lo observa todo, ante la patética situación de los reclamos de su hermano, Marko responde que Dios lo ve todo, que no lo golpee, para segundos después apreciar un inmenso crucifijo de piedra, que ha caído, el crucifijo está invertido, delante de una lítica cruz erguida que parece presenciar su caída. El simbolismo es otra vez de los más poderosos presentados por Kusturica, por varios segundos veremos la muerte, el fuego, las explosiones, el patetismo y la locura, el hermano menor pidiendo a Dios que lo perdone mientras el crucifijo, mientras Jesucristo, como su estuviese derrotado, está hacia abajo, y minutos después el joven Iván se quitará la vida. No se detiene la fuerza de la secuencia, Marko y Natalija arden, se les prende fuego, Blacky los encuentra, mientras la silla de ruedas sigue moviéndose con los cadáveres encima, rodeando al crucifijo invertido; la secuencia es un muy potente epitome de la cinta, la sórdida danza de la silla con los cadáveres ardiendo aún, Blacky desconsolado clama que su alma está sangrando, mientras abraza al invertido crucifijo, abraza a un Jesucristo con la cabeza hacia abajo. Sin duda una de las secuencias más fuerte rodadas por Kusturica, y una de las causas por las que cierta controversia despertara su cinta al ver la luz.








La muerte sucesiva, uno a uno, de los personajes, y su posterior reencuentro debajo del agua, siempre debajo, siempre underground, nos indica que el final está por llegar. El mismo subterráneo marino es de donde resurgen después todos renacidos, esto es simbolizado por las vacas emergiendo de las aguas -elemento redentor-, soberbia figura, todos resucitados y rejuvenecidos, salen a esa suerte de segunda oportunidad, donde todo es diferente. Se genera un final digno de párrafo aparte, con un simbolismo devastador, donde se nos indica a Bosnia Herzegovina brutalmente separada, excluida de toda Europa, completamente separada de ella, esta separación se nos muestra con la mutilación territorial. Pero no bastando con eso, para enriquecer aún más este antológico final, esta porción territorial servirá de escenario para la reivindicación de la escena más significativa de todo el filme. La boda del hijo de Blacky, Jovan, que inicialmente vimos representada de una manera patética, fiesta, en un sótano, música y baile alrededor del tanque, Kusturica se encarga ahora de plasmarla diametralmente opuesta, al aire libre, bajo un cielo azul, con un atmósfera completamente distinta. En el final de la película nos muestra una imagen optimista dentro de todo, un final poderosamente impregnado de su sentir hacia su nación, al mostrarnos esa feliz ocasión en la parcela-islote que se desprende, que se desliga de todo. Es con esta imagen con la que Kusturica luego reivindica lo anterior, para mostrarnos lo que se puede definir sin miedo a la exageración como uno de los mejores finales jamás filmados, de una fuerza, acierto y precisión en la figura presentada poquísimas veces antes vistas.






La cinta puede considerarse como la cumbre de Emir Kusturica, y de hecho es considerada así por no pocas personas entendidas del tema, al margen de que sacrifica el bosnio la poderosa fuerza onírica que hasta entonces había logrado, y que alcanzaría su cúspide en Tiempo de Gitanos, con toda la libertad expresiva y creadora de imágenes propias de ese mundo. Kusturica renuncia un poco a toda la estética que a partir de ese ámbito es capaz de crear, para que repose la fuerza de su relato ahora en los simbolismos, en las figuras y el realismo retratados, a su vez que en el presente trabajo sentimos una especia de compendio de muchos de los nortes y sellos apreciados en sus cintas previas. Tanto es así que la cinta se siente por instantes en efecto como un receptáculo de muchas cosas, de muchos detalles vistos anteriormente en anteriores filmes, observando por ejemplo a Iván matándose, colgándose de las campanas de una iglesia, como en su momento Perhan lo intentó en la película última citada. Ineludible cinta dentro del firmamento cinematográfico contemporáneo, la película inevitablemente cosechó reconocimientos a su calidad y fuerza, en Cannes se alzó con el galardón definitivo a mejor Película del año, la Palma de Oro que reconoce a la que en efecto es una de las mejores películas no de años, sino de décadas recientes. Apreciamos una de las mayores cumbres, sino quizás la mayor cumbre de uno de los cineastas más apreciables de la actualidad, distinto y dueño de un lenguaje único, que retrata como pocos a su tierra y a los suyos, con un humor inusitado e inaudito para su contexto. Una película de cinco estrellas, que dura cerca de tres horas en la versión internacional, pero más de cinco en la versión bosnia. Necesaria película, ciertamente necesaria.




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