Emir
Kusturica era para 1995, año en que su cinta Underground viera la luz, uno de los cineastas contemporáneos más
brillantes y originales de entonces, dueño de un estilo único, de su propio
lenguaje, y que presentaba un retrato de
su tierra, Sarajevo, Bosnia, con una fuerza tal que era sin duda el cineasta
referente de los Balcanes. Tres años después del inusual ejercicio que
significó Arizona Dream (1992), y
recuperando un poco toda la fuerza desplegada y cimas artísticas de la anterior
Tiempo de Gitanos (1988), el bosnio
nos brinda en esta oportunidad uno de sus mayores trabajos, por algunos
considerados su obra maestra, adaptando al cine la historia de Dusan Kovacevic,
contando la historia de un traficante de armas, un bosnio sujeto que vende
armas a los invasores alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial. Él y su
mejor amigo, ante la inminente invasión germana, se refugian bajo tierra, en un
ambiente subterráneo donde sus familias pasarán años enteros, los años de la
guerra mundial y, acabada ésta, la guerra fría. Tras su anterior cinta, una
suerte de desliz hollywoodense, Kusturica retorna a sus raíces, retorna a un
cine retratando su realidad, su tierra, su gente, y mucha de la fuerza de ello,
contenida en todos sus anteriores filmes, regresa de esa forma. Kusturica
retoma muchos de sus viejos nortes dejados de lado en el anterior ejercicio,
para llevarlo todo a la cúspide, y configurar lo que es considerado por muchos,
y no descabelladamente, su mejor trabajo cinematográfico hasta el momento,
obteniendo galardones ineludibles, como la Palma de Oro en su respectivo año.
La
cinta inicia adentrándonos desde el comienzo en la realidad retratada, hay
barahúnda algarabía, la cinta se declarada dedicada “a nuestros padres y sus
hijos”, es el 4 de abril de 1941, con la Segunda Guerra Mundial ya habiendo
estallado; el mayor conflicto humano hasta la fecha, llegando con toda su
fuerza a los Balcanes, y con gente sencilla, en un pueblo, celebrando una noche
enajenadamente, no se sabe qué. Como se dijo líneas arriba, de regreso a los
Balcanes, Kusturica recupera toda su fuerza, su potencia y desenfreno, su
nigérrimo humor está de regreso también, se siente un trabajo hermanado
nuevamente con los filmes previos, se siente otra vez una unidad íntima entre
esta nueva creación y lo anterior. Es como si tomara la posta de El tiempo de los gitanos, como si Arizona Dream se mantuviese como una
isla al margen de las demás obras, pues Underground
retoma, recupera todos los nortes del director para alcanzar nuevos niveles,
otra vez la evolución y el cremento artístico le sonríen al cineasta. En buen
grado colabora a esto Goran Bregovic, el compositor y ejecutor de la música de
la cinta; usual colaborador en trabajos previos de Emir, al ser nuevamente
encargado de la música -elemento normalmente tan importante en su cine-, Bregovic
es uno de los responsables de que la cinta se sienta pues tan cercana a los
trabajos normales de Kusturica, tan
identificable y con tanta cohesión a sus demás trabajos donde presenta retratos
de su gente y de su tierra.
Como
se dijo, la cinta de Kusturica retorna a sus raíces y esto se siente de manera
brutal desde el comienzo, con esa secuencia de enajenación mencionada, donde se
siente la cercanía folklórica tantas veces esgrimida por Kusturica en el
pasado. Ese estilo desenfrenado e irrefrenable se había perdido, se había
disuelto en el ejercicio yanqui Arizona
Dream, pero se recupera en esta cinta, la música cercana al pueblo, el pueblo
mismo retratado, en medio de un casi circense escenario, con imágenes de aves
de corral, de pescado siendo preparado para la venta. Sabido es para el
seguidor de Emir que Arizona Dream
fue un ejercicio curioso, estrafalario, extraño,
pero extraño dentro del universo de
Kusturica, lo que se debe tener en cuenta, pues todos sus ejercicios
anteriores, desde ¿Te acuerdas de Dolly
Bell? (1981), hasta El tiempo de los
gitanos (1988), mostraban una consistencia, una cohesión, una unidad como
creaciones artísticas que hacían el cine, la filmografía del bosnio muy sólida,
reconocible e identificable. El ejercicio hollywoodense protagonizado por
Johnny Depp fue, como muchos saben, consecuencia de la guerra civil que
estallaba en Yugoslavia, que dejaba casi de existir para dividirse en los
estados balcánicos, y Kusturica ante tan desfavorable escenario, emigró a los
Estados Unidos a rodar. Si bien ese ejercicio se sentía igualmente contenedor
de muchas de las aristas usuales del cineasta, era inevitable que se impregne,
que se tiña de una cultura ajena a Kusturica,
y que toda la fuerza y solidez hasta entonces alcanzadas, en buena media se
disolvieran.
Pues
bien, se inicia el primer segmento, Guerra,
y el director, sin ambages ni pérdidas de tiempo, nos expone el contexto de su
filme, la sangrienta guerra, sus bombardeos, sus disparos, su sufrimiento; la
cinta se muestra cruda y brutal desde el comienzo alternando esas fuertes y
realistas imágenes con gente del pueblo, gente sencilla, los protagonistas de
nuestra historia, ellos se desenvuelven en ese infernal entorno. Y desde las
primeras tomas somos informados de ello, cuando apreciemos las maquinarias de
destrucción, e intercala el balcánico correctamente imágenes de archivo, donde
se aprecian los aviones B-52, las fortalezas volantes e infernales soltando
muchos explosivos; imágenes evidentemente, como se dijo, de archivo, pero que
incrementan el realismo y el efecto buscado en esas primeras secuencias, es
correcto el recurso del director, y consigue transmitir la seriedad y gravedad
del tema, la Segunda Guerra Mundial, la mayor barbarie y destrucción hasta el
momento habida. El zoológico es asolado por las bombas, el humor es seguido por
el realismo desgarrador de la guerra, y la posterior reclusión de Blacky (Lazar
Ristovski), junto a su mejor amigo Marko (Predrag Manojlovic) en el
sótano-taller de armas, es una gran manera de simbolizar a la Yugoslavia de
esos momentos. El nacimiento del hijo de Blacky se produce, y su crianza es
realizada siempre subterráneamente, siempre underground;
ese niño simbolizará a todo un país posteriormente, y más que a un país, a todo
un pueblo, a una enorme masa humana que rebasa las fronteras políticas,
geográficas, que a luz de ciertas barbaries, se sienten ridículas.
Muy
significativo viene a ser Jovan (Srdjan Todorovic), el hijo de Blacky, cuyo universo,
cuya vida se supedita a ese sótano, y una vez que sale al mundo ¿real?, se
encuentra con un mundo extraño, un mundo donde la luna es el sol, donde un
venado es un caballo, esta es la manera satírica en que Kusturica siente que
los ojos yugoslavos veían al mundo en ese entonces. Cuando Jovan sale al
exterior, ve su primer amanecer, Yugoslavia misma está despertando, está
teniendo su primer amanecer de una nueva era; los simbolismos en el filme, y en
la obra del balcánico, son tan abundantes como agradables, justificándose de
este modo el título de la película. Y abajo, la misma enajenación y trapisonda
observaremos, todos bajo tierra, en el refugio de guerra, tocando música vernacular,
como en la superficie, desatándose un conflicto físico entre jugadores,
apostadores, un micro mundo donde Marko y Blacky siguen siendo los señores,
peces en el agua. Sucede que, mientras todos los demás se mantienen
perennemente bajo tierra, ellos salen a la superficie, incluso yendo al teatro
y generando otra de las secuencias tragicómicas por excelencia de la cinta. El
irreverente Blacky va a buscar a su amada Natalija (Mirjana Jokovic) al teatro
donde ella está actuando, interrumpe la función, desata hilarantes situaciones
hasta que liquida con frialdad a un nazi, aunque su pretendida finalmente no le
corresponda; es una surreal hilaridad, como suele ser habitual en Kusturica.
Y es
que el ya curtido Emir es capaz de también prontamente teñir esa cruda y áspera
realidad con su singularísimo y exquisito sentido del humor, ese humor negro
característico suyo, y apreciaremos entonces esa comicidad, pero una comicidad mezclada
con severo realismo, mezclada por la mano maestra de Kusturica. Comenzamos con
la muy graciosa imagen de Marko teniendo relaciones con una prostituta, en
pleno repentino bombardeo de su ciudad, y la jocosa forma en que no permitirá
que ni el bombardeo lo interrumpa en consumar su diversión. Kusturica hace gala
de su capacidad de creador de imágenes cuando Marko coloca una flor en el
trasero de la prostituta, imagen que luego nos mostrará triplicada; asimismo
luego veremos a un elefante robándose los zapatos de uno de los personajes, el
maestro sin duda ya estaba maduro, divierte a su audiencia, y se divierte él.
En más de una ocasión observaremos romances fluyendo en singulares
circunstancias, particularmente más de un romance se desarrollará cuando se
realicen bombardeos, cuando la destrucción se esté realizando en esos mismos
instantes; una situación que normalmente
se consideraría inverosímil pero en este caso es algo nada extraño. Está
también el triángulo amoroso formado por Marko, Blacky y Natalija, singular
romance en el que los tres principales personajes se funden, e incluso
apreciaremos una interesante toma, una suerte de primer plano desde abajo, con
sus tres rostros reunidos, algo que por cierto observaremos más de una vez; una
muestra más de los bizarros romances que plasma generalmente Kusturica, esas
amalgamas que en otro cine, otra cultura, son raras y exóticas, pero para él,
es la normalidad.
La
guerra termina pero Blacky se mantiene en el sótano fabricando las armas, y el
gran tanque es el símbolo de la guerra en el claustro del sótano, el elemento
qua hace que ese claustro represente de
una manera total a Yugoslavia: escondida en lo subterráneo, con una siempre
presente y asfixiante guerra que se palpa hasta en el encierro. El simbolismo
esgrimido por Kusturica es probablemente el más potente y poderoso que se haya exhibido
en su cine hasta el momento, retratándonos a su tierra y a los suyos, a su
Sarajevo, a una agonizante Yugoslavia, escindida del resto del mundo, nos habla
de su tierra como un tierra dividida y ajena al resto del planeta, y en ese
sentido, el final culmina esa poderosísima figura presentada. Nuevamente vemos
pues al cineasta moverse con tremenda libertad cuando se desenvuelve en su
cultura, en su hábitat, y nuevamente será entonces capaz de captar, de retratar
a toda una generación, a todo un país, y a toda una zona geográfica en una
figura de su filme. Así de poderoso es su cine, pues Yugoslavia completa está
representada en ese sótano, abajo, recluidos y escindidos de todo lo demás, nos
presentará ese complejo entramado, matizado con su personalidad y sentido del
humor como artista y narrador. El tanque es el símbolo de la destrucción y
guerra, y será parte importante, vital dentro del relato, hasta en el
casamiento de Jovan, donde se produce la memorable imagen de la mujer de Marko,
Natalija, quien, ebria, danza y canta alrededor de este tanque, en el sótano…
toda Yugoslavia es representada en esa imagen patética pero salpicada de humor
y gracia.
El tanque, acompañante de la fiesta, baile y diversión, será incluso el causante de la ridícula interrupción de la misma, cuando el simio se introduce en él y empieza a disparar a todos, una secuencia espectacular que plasma perfectamente todo el filme, cuyo final puede ser áspero, pero esta escena será luego reivindicada, y de qué manera, por Kusturica. La participación de animales en cintas del balcánico es asimismo, algo casi infaltable, algo que no puede faltar en sus filmes, en esta oportunidad tendremos la presencia del mono, Soni, como silencioso testigo de toda la evolución del filme, es la más palpable muestra de una perenne presencia animal en la película, y en la obra en general del bosnio. Lo observaremos como fiel compañero, acompañante y amigo de uno de los personajes, Iván, lo veremos gesticulando y emitiendo sonidos al primate mientras, en el subterráneo, los demás, los humanos, cantan con entusiasmo y fanatismo su respeto y ardoroso apoyo a Tito. El mono viene a ser ahora el elemento animal, apareciendo eventualmente burros, aves, incluso un tigre peleando con un pato al comienzo, todo cargado de cierto peso simbólico, pero el homínido es el animal protagonista, siendo perdido y luego encontrado, además de ser quien muestra a Iván la salida del claustro lustros después, apareciendo incluso otro mono, que muere ensangrentado al comenzar el filme; es pues un sello personal de Kusturica el incluir siempre al presencia animal en sus trabajos, como elementos simbólicos y narrativos.
Ahora
Kusturica elabora un exquisito paralelo, ubicando otro relato dentro de su
propio relato: al ser Blacky glorificado como héroe nacional, se rueda un
filme, se realiza en su honor un rodaje en el que nuestros protagonistas
protagonizan otra historia, su propia historia presentada al pueblo, y el
ingenioso bosnio remarca su artilugio narrativo al hacer que los propios
actores de la vida real encarnen con correcto disimulo, en el filme, a sus
contrapartes. De ese modo apreciaremos a un cineasta haciendo su trabajo, realizando
primeros planos, planos generales, e incluso veremos la cámara deslizándose
para realizar sus travellings, un rodaje se lleva a cabo dentro de otro rodaje,
un recurso interesante que más de una vez observaremos en cintas memorables,
ahora siendo Emir quien recurra a este recurso, en el que un rodaje traza un
paralelo a la realidad, con todo lo que esto implica. Juega Kusturica con la
realidad misma y con su propio rol, el del cineasta, el de narrador, jugando y
fundiendo dos corrientes, dos realidades; algo habitual en él, y es particularmente
deliciosa la secuencia en que Blacky ejecuta con balas de verdad al oficial
nazi durante el rodaje, junto su versión cinematográfica, y el director pierde el
control y desea que se aproveche ese anárquico momento, mientras el actor clama
“A esto llamas dirigir. Dios”: humor 100% Kusturica. Como se dijo, tenemos tres
protagonistas: Marko, Blacky y Natalija, ellos tres serán los hilos conductores
de la acción y la cinta. Se deshace el balcánico de esa costumbre de que un
joven sea el presentador y protagonista, como en casi todos sus trabajos previos,
ahora dotando de un toque de mayor adultez a su cinta, pues los tres protagonistas
son singulares individuos, los hombres son traficantes de armas que han traicionado
a su tierra, arman al enemigo, por ello viven bajo tierra, por ello Dios les
dará la espalda.
Blacky
es casi un ser indestructible, y en él, se ve retratada mucha de toda la
Yugoslavia de Kusturica, y mucho del humor del filme; soporta altísimas
cantidades cuando se le aplican electroshocks, casi riéndose de la tortura,
para que luego una autoridad nazi muera de inmediato al recibir el impulso; y
es que Blacky masca un cable eléctrico, erízanse sus cabellos, y sigue como si
nada hubiera pasado, rompe botellas con su cabeza, soporta una granada
explotando dentro de la maleta donde iba él escondido, es un personaje pues
casi indestructible, como si fuese el espíritu de Yugoslavia, resistiéndose a
su funesto destino de resquebrajarse. La cinta nuevamente tiene fuerte
contenido político, y en él se vierte otra vez el respeto al mariscal Tito, el
orgullo y el respeto y servicio al poder rojo, mientas la majestuosa y poderosa
Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak
retumba ambientando imágenes de los camaradas, las autoridades socialistas que
se mueven para contrarrestar al enemigo alemán, entre ellos por supuesto Marko,
y además Blacky, que se convertirá en estrecho colaborador de Tito. La adhesión
hacia Tito es febril en el filme, si bien Kusturica es un verdadero camaleón, y
no podamos aventurarnos a tentar una filiación definitiva suya, nos va
deslizando su sentir y su parecer de los históricos eventos sucedidos en su
tierra. En ese sentido la cinta pareciera esforzarse por ser una suerte de
compendio, una suerte de receptáculo de todo el sentir del bloque europeo que
representa, viendo imágenes diversas de las principales ciudades europeas,
Zagreb, Belgrado, entre otras, y sus sendas reacciones a los eventos globales
de la guerra; es como si persiguiera la cinta ser un grito generalizado del
sentir de las personas ante los aciagos acontecimientos.
El
elemento mágico no puede tampoco ausentarse en una cinta de Kusturica, razón
por la que su obra se haya querido en más de una ocasión alinear dentro de lo
que se llama realismo mágico. En esta oportunidad esa carga de magia, de
misticismo se presenta, si bien menos que en otras veces, en la figura de la
novia, que levita mágicamente. Ella flota y surca el espacio de la boda, por
encima de la mesa, en medio de los invitados, que aplauden y se comportan como
si ocurriera un suceso de lo más normal; pero ojo que la novia flota mientras
nos son mostrados el arnés y otros elementos que ayudan a dar vida a esa
secuencia cinematográfica, inclusive un elemento que arroja aire para dar mayor
realismo a la secuencia. La secuencia en otro instante nos muestra ya a la
novia levitando sin los evidentes trucajes de la toma, jugando otra vez Kusturica
con ese doble rol que tiene en este filme, narrando dentro de una narración, rodando dentro de un rodaje. La boda es
como siempre una secuencia importante en el cine de Kusturica, y es elemento
importante reivindicador y de la secuencia final. No hay cinta de Kusturica, en
la que no retrate una boda, y no hay filme de Kusturica en el que la boda no tenga
profundo significado. De este modo veremos las imágenes emblemáticas de la boda
subterránea, con el tanque como elemento central, todos danzando y bailando, es
una boda normal, pero con la guerra, presente en la figura del tanque, arruinando,
estropeando todo a disparos, algo que luego será reivindicado con ese maravilloso
y potente final.
En
el tercer apartado, nuevamente guerra,
mucho tiempo ha pasado, Iván, perdido y buscado por su padre, encuentra a su
Soni, sale a la superficie, y entre muerte y miseria descubre la su traidor
hermano Marko tratando con el odiado enemigo. Iván arremete contra su hermano, poderosísima
figura nace en la que se nos dice, Dios aquí no está. Dios lo observa todo,
ante la patética situación de los reclamos de su hermano, Marko responde que
Dios lo ve todo, que no lo golpee, para segundos después apreciar un inmenso crucifijo
de piedra, que ha caído, el crucifijo está invertido, delante de una lítica
cruz erguida que parece presenciar su caída. El simbolismo es otra vez de los más
poderosos presentados por Kusturica, por varios segundos veremos la muerte, el fuego,
las explosiones, el patetismo y la locura, el hermano menor pidiendo a Dios que
lo perdone mientras el crucifijo, mientras Jesucristo, como su estuviese
derrotado, está hacia abajo, y minutos después el joven Iván se quitará la
vida. No se detiene la fuerza de la secuencia, Marko y Natalija arden, se les
prende fuego, Blacky los encuentra, mientras la silla de ruedas sigue moviéndose
con los cadáveres encima, rodeando al crucifijo invertido; la secuencia es un
muy potente epitome de la cinta, la sórdida danza de la silla con los cadáveres
ardiendo aún, Blacky desconsolado clama que su alma está sangrando, mientras
abraza al invertido crucifijo, abraza a un Jesucristo con la cabeza hacia abajo.
Sin duda una de las secuencias más fuerte rodadas por Kusturica, y una de las
causas por las que cierta controversia despertara su cinta al ver la luz.
La
muerte sucesiva, uno a uno, de los personajes, y su posterior reencuentro
debajo del agua, siempre debajo, siempre underground,
nos indica que el final está por llegar. El mismo subterráneo marino es de
donde resurgen después todos renacidos, esto es simbolizado por las vacas
emergiendo de las aguas -elemento redentor-, soberbia figura, todos resucitados
y rejuvenecidos, salen a esa suerte de segunda oportunidad, donde todo es diferente.
Se genera un final digno de párrafo aparte, con un simbolismo devastador, donde
se nos indica a Bosnia Herzegovina brutalmente separada, excluida de toda
Europa, completamente separada de ella, esta separación se nos muestra con la
mutilación territorial. Pero no bastando con eso, para enriquecer aún más este
antológico final, esta porción territorial servirá de escenario para la
reivindicación de la escena más significativa de todo el filme. La boda del
hijo de Blacky, Jovan, que inicialmente vimos representada de una manera
patética, fiesta, en un sótano, música y baile alrededor del tanque, Kusturica
se encarga ahora de plasmarla diametralmente opuesta, al aire libre, bajo un
cielo azul, con un atmósfera completamente distinta. En el final de la película
nos muestra una imagen optimista dentro de todo, un final poderosamente
impregnado de su sentir hacia su nación, al mostrarnos esa feliz ocasión en la
parcela-islote que se desprende, que se desliga de todo. Es con esta imagen con
la que Kusturica luego reivindica lo anterior, para mostrarnos lo que se puede
definir sin miedo a la exageración como uno de los mejores finales jamás
filmados, de una fuerza, acierto y precisión en la figura presentada poquísimas
veces antes vistas.
La
cinta puede considerarse como la cumbre de Emir Kusturica, y de hecho es
considerada así por no pocas personas entendidas del tema, al margen de que sacrifica
el bosnio la poderosa fuerza onírica que hasta entonces había logrado, y que alcanzaría
su cúspide en Tiempo de Gitanos, con toda
la libertad expresiva y creadora de imágenes propias de ese mundo. Kusturica
renuncia un poco a toda la estética que a partir de ese ámbito es capaz de
crear, para que repose la fuerza de su relato ahora en los simbolismos, en las
figuras y el realismo retratados, a su vez que en el presente trabajo sentimos
una especia de compendio de muchos de los nortes y sellos apreciados en sus
cintas previas. Tanto es así que la cinta se siente por instantes en efecto
como un receptáculo de muchas cosas, de muchos detalles vistos anteriormente en
anteriores filmes, observando por ejemplo a Iván matándose, colgándose de las
campanas de una iglesia, como en su momento Perhan lo intentó en la película última
citada. Ineludible cinta dentro del firmamento cinematográfico contemporáneo,
la película inevitablemente cosechó reconocimientos a su calidad y fuerza, en
Cannes se alzó con el galardón definitivo a mejor Película del año, la Palma de
Oro que reconoce a la que en efecto es una de las mejores películas no de años,
sino de décadas recientes. Apreciamos una de las mayores cumbres, sino quizás
la mayor cumbre de uno de los cineastas más apreciables de la actualidad, distinto
y dueño de un lenguaje único, que retrata como pocos a su tierra y a los suyos,
con un humor inusitado e inaudito para su contexto. Una película de cinco
estrellas, que dura cerca de tres horas en la versión internacional, pero más
de cinco en la versión bosnia. Necesaria película, ciertamente necesaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario