jueves, 18 de agosto de 2011

La vida es un milagro (2004) – Emir Kusturica

Nuevo ejercicio surrealista al puro estilo Kusturica. Esta vez nos presenta una conmovedora historia de amor, que tiene por marco las guerras balcánicas, bombardeos entre Serbia y Bosnia, un ambiente que en repetidas ocasiones produce dramas de mucha llegada, de humano sentimiento, de verdadero sentir y sufrir frente a las absurdas situaciones que nos plantea la guerra. Kusturica es ya consagrado en plantearnos ese tipo de situaciones, desesperación, impotencia, ridículo, mezcladas con humor con la tonalidad precisa, en las dosis precisas, en parte para hacernos más digerible el drama, pero que, analizando el fondo de sus historias, siempre nos deja para pensar el profundo sufrir de aquellas tierras que viven históricamente los horrores de la guerra, que llevan esas historias marcadas en su ADN. Es un filme completamente Kusturica, completamente de su autor, en el que como siempre, desde el instante inicial nos grafica tanto el entorno físico como mucho de las circunstancias donde se encuadra la cinta. Bosnia, 1992, en un desolado paraje, hay hombres de la localidad, así como un individuo jugando fútbol en soledad, cabeceando el balón, un auto desmantelado transita por las vías de un tren, mientras una soprano suelta algunas melodías de su voz. Un hombre visita la casa de un camarada, para encontrar un grupo de osos en la vivienda, y a su amigo, colgando muerto de un árbol; es ese su pintoresco contexto, con su usual bizarría, en el que procura retratar cada aspecto de su tierra y de su gente, los animales de granja nunca faltan, animales domésticos y algunos salvajes, desatando impensadas y jocosas situaciones.

                     


En ese sentido, la cinta del bosnio es, como siempre en su andadura cinematográfica, una obra plenamente identificable con sus otros trabajos, hermanada a sus otras cintas. Observamos su usual algazara, su ruidoso bosquejo humano, el despliegue de colorido y costumbrismo característicos en Emir, el frenetismo y la música y baile romaníes que nos terminan de diagramar a su Yugoslavia, una Yugoslavia que estaba en sus instantes finales, a punto de resquebrajarse y partirse en pedazos por la guerra balcánica. Es el usual mundo de Kusturica, el mundo en el que nos representa su tierra, su gente, a los gitanos, sus costumbres, sus maneras, la bandera de Yugoslavia se exhibe con orgullo, se habla del Mariscal Tito, el bosnio plasma pues su entorno y a su gente con la agudeza característica suya, con su bizarro y agudo humor, sigue sus nortes y directrices conocidos de toda la vida, especialmente en la primera parte de la película. Luka (Slavko Stimac), un ingeniero bosnio encargado de construir vías de tren en su localidad, vive con su mujer Jadranka (Vesna Trivalic) y su hijo Milos (Vuk Kostic), que tiene la ilusión y la intención de convertirse en jugador profesional de futbol, cuando entra a colación la guerra. El servicio militar requiere a Milos que trunque su camino de conseguir sus sueños. Entonces se produce la primera situación dramática de la película. El joven debe asumir la responsabilidad y partir al frente, esperando que no haya guerra. Esta abrupta separación es intolerable para Jadranka, que acaba abandonando a Luka. Antes de la partida de Milos se observa una celebración que nos muestra una vez más el sello Kusturica, la fiesta, la celebración, el festejo con la infaltable presencia de la banda de música gitana, elemento fundamental del cine de Kusturica, que transmite mucho del folklor gitano, del folklor de su gente.





Kusturica es especialista en engendrar, en representar este tipo de inverosímiles circunstancias, a partir de las cuales es capaz de generar mucha belleza, hilarantes situaciones, una bifaz y agridulce demencia, como casi siempre sucede en los filmes del Chico malo de los Balcanes. El primer quiebre pues, el primer punto de inflexión en la cinta viene a ser cuando estalla la guerra, Luka verá cómo su querido hijo debe partir al conflicto bélico, tras la triste despedida, observamos un atardecer, Jadranka se va con un húngaro; su mundo entero pues queda trastornado y trastocado, su viuda y la cinta cambian en adelante. Evidentemente hablamos de un conflicto real, una guerra real que en su momento hizo a Kusturica retirarse de su patria, salir de los conflictivos Balcanes para irse a Hollywood fugazmente, donde vería la luz su filme Sueño de Arizona (1992). Retrata pues el cineasta un hecho que influyó de manera directa en un momento de su existencia, y nunca el arte será tan potente como cuando se nutra de la vida real del artista. Observaremos asimismo imágenes de una de las pasiones del cineasta, el fútbol, las secuencias de soccer que no llegamos a ver en Papá está en viaje de negocios (1985), que a su vez nos sirven de una suerte de presagio del documental que cuatro años después el balcánico materializaría con Maradona de Kusturica (1998). Las imágenes del deporte rey, por cierto imágenes oscuras, nocturnas y plagadas de una extraña niebla, se combinan a su vez con la voz de la soprano Jadranka, que luego dejan sitio a una monumental gresca.





El intercambio de rehenes se convierte en una buena posibilidad para Luka de recuperar a su hijo, pero lo impensable viene a ocurrir cuando Luka se enamore de Sabaha (Natasa Tapuskovic), la joven que servirá como moneda de cambio. Es así que somos introducidos en el segundo nudo dramático del filme, pues Luka se encuentra en la grave disyuntiva de querer de vuelta a su hijo por sobre todo, pero no puede separarse de la mujer. Entonces, a la vez que la ciudad es bombardeada, nosotros somos bombardeados con las situaciones más intensas del filme. Jadranka regresa, este inesperado giro de los hechos ya comienza a complicar el escenario para Luka, que luego recibe la noticia de que su hijo está a salvo, y de que el intercambio ha sido aceptado por la nación vecina. El ingeniero no entra en razón, cegado por su amor hacia la joven, escapa, elude a la propia milicia bosnia y huye con la joven. Queda fuertemente representada aquí la rivalidad y odio entre bosnios y serbios, cristianos y musulmanes, dos culturas que se aborrecen y procuran la humillación de la otra, pero que, encarnada en Luka y Sabaha, se hace de lado ese odio, nace un amor muy puro y queda simbolizada la humanidad por encima de esa tirria. Se refuerza ese amor con el delirio, la cuota surreal en la cinta, que es también algo que no podía faltar en este trabajo de Kusturica, y apreciaremos el volante lecho de Luka y Sabaha, la música gitana nuevamente sonando mientras la cama vuela por los aires con los felices amantes en ella, surcando diversos y bellos parajes. Si bien el despliegue surreal -o realista mágico como algunos llaman a su cine- del filme ahora comentado no llega al desenfreno y belleza suprema de ciertas secuencias de, por ejemplo, Tiempo de gitanos (1988), es una característica que no desaparece del arte del balcánico, reforzando ese amor en medio de las bombas, guerra y muerte.





El trabajo de cámara se muestra como venía siendo en sus trabajos previos, veremos una desenvuelta y segura cámara, seguro de sí mismo es ya el bosnio en este apartado de la puesta en escena, realizando diversos travellings, realizando algún seguimiento con cámara en mano. Los animales, siempre símbolos importantes en los filmes del bosnio, tendrán su conocido sitio e importancia en el presente trabajo, primero con los osos y los protagonistas identificando a las bestias plantígradas con los croatas; esto, considerando que la cinta trata de la guerra que estalla en los Balcanes, ya nos va delineando el odio existente entre dos naciones que, al menos geográficamente, debían ser naciones hermanas. Esto se reforzará después con la actividad de la caza a los osos, una actividad casi ritualista en la que resalta la música, la marcha de los cazadores, y lo simbólico que significa esto, al haberse previamente esbozado el paralelo de los mamíferos con los enemigos, los odiados croatas con quienes tantas asperezas hay. Otro pintoresco retrato se apreciará en esas mismas secuencias, una banda toca durante la cacería, mientras avanzan con los canes en la nieve, recordando a quien escribe algún cuadro del maestro pintor holandés Bruegel el viejo; e incluso los paisajes, verdes prados teñidos de diversos matices, naranjas, amarillentos, verdosos, recuerdan también al ecologista maestro de la pintura flamenca, algo que el entendido del tema sabrá asimismo reconocer. Tenemos también al perro hogareño, la mascota que acompaña a Luka durante todo el filme, peleando y conviviendo asimismo con un felino.




Pero animal clave de la película es el jumento, el asno, la burra enferma de amor, llora, lagrimea y aparece en diversos momentos de la cinta, y de la filmografía completa de Kusturica. La orejuda jumenta simboliza la estupidez, la terquedad, pertinacia que entorpece el progreso, que tozudamente bloquea el camino, el riel, pero que sin embargo, tiene en el final una sublime redención. El asno asimismo aparecerá en el momento clave del intercambio de rehenes, el intercambio de Milos por Sabaha que divide la vida y sentimientos de Luka. En otra de las secuencias donde vemos a la burra enferma de amor, veremos también una paloma blanca sobre un cañón, la paz deseada contrastada con la brutalidad de la guerra, otro de los símbolos y figuras esgrimidas por el cineasta. Si en la prodigiosa Underground (1995) tuvimos al simio Sony y su significancia e importancia, si en Tiempo de gitanos tuvimos al pavo mascota que tanto representó entonces, ahora tenemos a la burra enferma de amor, que llora, y que suele aparecer en momentos seleccionados, rebuznando en momentos precisos, pero ninguna aparición resulta tan providencial como en el final, ese redentor final. Llegado el momento, Luka no estará dispuesto a separarse de la bella Sabaha, pero finalmente el intercambio es realizado, y si bien recupera a su amado hijo Milos, Luka pierde a la chica, una pérdida que lo atormenta. Nunca tan importante la burra como cuando evita el suicidio de un desesperado Luka, acostado en las vías del tren, que en un conmovedor final monta al asno en compañía de Sabaha, y van siguiendo la dirección del tren, la dirección del escape. Inusual ese final en Kusturica, inusual pero conmovedor, conciliando lo imposible, transmitiendo su sentir, un final feliz en medio de la tristeza.






Otra imagen simbólica de la cinta es la vía del tren, los rieles, un personaje asevera que la democracia se construye con los trenes, y en efecto esa imagen, el riel del tren, será una de las más repitentes y significativas de la película, al punto de prácticamente convertirse en un escenario más de la cinta junto con el umbroso túnel. Con las distancias del caso, así como el tanque en Underground era uno de los símbolos mayores, representando a la guerra y todo lo que conlleva, ahora es el tren el símbolo, el símbolo del avance, del progreso, de una democracia que pareciese desear el camaleónico director, es el reverenciado símbolo de la redención, de la democracia. Esos rieles, interminables e infinitas líneas, se suman al humor sórdido del director, haciendo paralelo a unas interminables y disparatadas líneas de cocaína que unos militares esnifan con fruición. En esos mismos rieles, y en ese mismo umbroso túnel una nueva vida llega al mundo, cuando Sabaha asista a un parto, es realmente una locación más de la cinta. En el corolario del filme, vemos a un aparato deslizándose solo por esas vías del tren, el lóbrego túnel hace su aparición una vez más, y la burra aparece para conjugar el final feliz. Notable la capacidad del cineasta para conseguir que elementos inanimados, un tanque, un tren, o un inerte túnel, se conviertan casi en personajes más de la historia, con expresividad propia. Entre otras figuras de la cinta tenemos al gordo amigo de Luka y su repetitivo gusto e intentos por jugar ajedrez, el juego de la guerra en medio de una guerra real.





Resulta delirante que ni la guerra se escape del corrosivo humor del director, dándose jocosas circunstancias, la enajenación y locura a la que el bosnio nos tiene ya tan acostumbrados, ni la guerra escapa a esa “máscara” (término por él mismo utilizado para hablar sobre su cine) tras la cual nos presenta siempre el hecho retratado, pero matizado con su particularísimo estilo. Así, muchas de las acciones -al menos obviamente en la segunda parte, habiendo ya estallado la guerra- transcurren durante un constante bombardeo, perenne e inacabable retahíla de bombas a las cuales sin embargo un personaje dice que no importa pues no le ha arruinado su estofado, un bombardeo que sin embargo no interrumpe a un imperturbable Luka sumergido en sus diseños y maquetas, es el mundo, es la tierra de Kusturica, su tierra como nos la muestra. Es un mundo en el que la guerra, los conflictos son algo indivisible de su realidad, una realidad en la que se tienen romances con rehenes del odiado enemigo, que a su vez debe ser intercambiado por un hijo, realidad en la que vidas enteras pueden transcurrir en un sótano (Underground), es el mundo de Emir, seductor, potente, fascinante y lleno de contrastes, en el que de situaciones sencillas, de la simpleza, extrae belleza, hermosura y sensibilidad. Kusturica logra su cometido, transmite una cruda historia con tintes surrealistas (como la conocida levitación de Kusturica, que le brinda el tono onírico al filme) y tintes cómicos que la hacen muy interesante y rescatable. Como se dijo, es una cinta completamente Kusturica, que continúa con muchas de las principales directrices de su cine, incluso recupera a su actor Slavko Stimac, el recordado adolescente Dino en ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981), dotando a la cinta de esa familiaridad tan afín a todos los trabajos del bosnio. Uno de los últimos largometrajes de este cineasta tan talentoso, que lamentablemente ha disminuido su prolífica producción, pero podemos apreciar aquí mucho de ese talento creador.


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