Nuevo ejercicio
surrealista al puro estilo Kusturica. Esta vez nos presenta una conmovedora
historia de amor, que tiene por marco las guerras balcánicas, bombardeos entre
Serbia y Bosnia, un ambiente que en repetidas ocasiones produce dramas de mucha
llegada, de humano sentimiento, de
verdadero sentir y sufrir frente a las
absurdas situaciones que nos plantea la guerra. Kusturica es ya consagrado en
plantearnos ese tipo de situaciones, desesperación, impotencia, ridículo,
mezcladas con humor con la tonalidad precisa, en las dosis precisas, en parte para hacernos más digerible el
drama, pero que, analizando el fondo de sus historias, siempre nos deja para
pensar el profundo sufrir de aquellas tierras que viven históricamente los
horrores de la guerra, que llevan esas historias marcadas en su ADN. Es un
filme completamente Kusturica,
completamente de su autor, en el que como siempre, desde el instante inicial
nos grafica tanto el entorno físico como mucho de las circunstancias donde se
encuadra la cinta. Bosnia, 1992, en un desolado paraje, hay hombres de la
localidad, así como un individuo jugando fútbol en soledad, cabeceando el
balón, un auto desmantelado transita por las vías de un tren, mientras una
soprano suelta algunas melodías de su voz. Un hombre visita la casa de un
camarada, para encontrar un grupo de osos en la vivienda, y a su amigo,
colgando muerto de un árbol; es ese su pintoresco contexto, con su usual
bizarría, en el que procura retratar cada aspecto de su tierra y de su gente,
los animales de granja nunca faltan, animales domésticos y algunos salvajes,
desatando impensadas y jocosas situaciones.
En ese sentido,
la cinta del bosnio es, como siempre en su andadura cinematográfica, una obra
plenamente identificable con sus otros trabajos, hermanada a sus otras cintas.
Observamos su usual algazara, su ruidoso bosquejo humano, el despliegue de
colorido y costumbrismo característicos en Emir, el frenetismo y la música y
baile romaníes que nos terminan de diagramar a su Yugoslavia, una Yugoslavia que
estaba en sus instantes finales, a punto de resquebrajarse y partirse en
pedazos por la guerra balcánica. Es el usual mundo de Kusturica, el mundo en el
que nos representa su tierra, su gente, a los gitanos, sus costumbres, sus
maneras, la bandera de Yugoslavia se exhibe con orgullo, se habla del Mariscal
Tito, el bosnio plasma pues su entorno y a su gente con la agudeza
característica suya, con su bizarro y agudo humor, sigue sus nortes y
directrices conocidos de toda la vida, especialmente en la primera parte de la
película. Luka (Slavko Stimac), un ingeniero bosnio encargado de construir vías de tren en su localidad, vive con su mujer Jadranka
(Vesna Trivalic) y su hijo Milos (Vuk Kostic), que tiene la ilusión y la
intención de convertirse en jugador profesional de futbol, cuando entra a
colación la guerra. El servicio militar requiere a Milos que trunque su camino
de conseguir sus sueños. Entonces se produce la primera situación dramática de
la película. El joven debe asumir la responsabilidad y partir al frente,
esperando que no haya guerra. Esta abrupta separación es intolerable para
Jadranka, que acaba abandonando a Luka. Antes de la partida de Milos se observa
una celebración que nos muestra una vez más el sello Kusturica, la fiesta, la
celebración, el festejo con la infaltable presencia de la banda de música
gitana, elemento fundamental del cine de Kusturica, que transmite mucho del
folklor gitano, del folklor de su gente.
Kusturica es
especialista en engendrar, en representar este tipo de inverosímiles
circunstancias, a partir de las cuales es capaz de generar mucha belleza,
hilarantes situaciones, una bifaz y agridulce demencia, como casi siempre
sucede en los filmes del Chico malo de
los Balcanes. El primer quiebre pues, el primer punto de inflexión en la
cinta viene a ser cuando estalla la guerra, Luka verá cómo su querido hijo debe
partir al conflicto bélico, tras la triste despedida, observamos un atardecer,
Jadranka se va con un húngaro; su mundo entero pues queda trastornado y
trastocado, su viuda y la cinta cambian en adelante. Evidentemente hablamos de
un conflicto real, una guerra real que en su momento hizo a Kusturica retirarse
de su patria, salir de los conflictivos Balcanes para irse a Hollywood
fugazmente, donde vería la luz su filme Sueño
de Arizona (1992). Retrata pues el cineasta un hecho que influyó de manera
directa en un momento de su existencia, y nunca el arte será tan potente como
cuando se nutra de la vida real del artista. Observaremos asimismo imágenes de
una de las pasiones del cineasta, el fútbol, las secuencias de soccer que no
llegamos a ver en Papá está en viaje de
negocios (1985), que a su vez nos sirven de una suerte de presagio del
documental que cuatro años después el balcánico materializaría con Maradona de Kusturica (1998). Las
imágenes del deporte rey, por cierto imágenes oscuras, nocturnas y plagadas de
una extraña niebla, se combinan a su vez con la voz de la soprano Jadranka, que
luego dejan sitio a una monumental gresca.
El intercambio
de rehenes se convierte en una buena posibilidad para Luka de recuperar a su
hijo, pero lo impensable viene a ocurrir cuando Luka se enamore de Sabaha
(Natasa Tapuskovic), la joven que servirá como moneda de cambio. Es así que
somos introducidos en el segundo nudo dramático del filme, pues Luka se
encuentra en la grave disyuntiva de querer de vuelta a su hijo por sobre todo,
pero no puede separarse de la mujer. Entonces, a la vez que la ciudad es bombardeada, nosotros somos
bombardeados con las situaciones más intensas del filme. Jadranka regresa, este inesperado giro de los hechos ya comienza a complicar el escenario para Luka, que luego recibe la noticia de que su hijo está a salvo, y de que el intercambio ha sido aceptado por la nación vecina. El ingeniero no entra en razón, cegado por su amor hacia la joven, escapa, elude a la propia milicia bosnia y huye con la joven. Queda fuertemente representada aquí la rivalidad y odio entre bosnios y serbios, cristianos y musulmanes, dos culturas que se aborrecen y procuran la humillación de la otra, pero que, encarnada en Luka y Sabaha, se hace de lado ese odio, nace un amor muy puro y queda simbolizada la humanidad por encima de esa tirria. Se refuerza ese amor con el delirio, la cuota surreal en la cinta, que es también algo que no
podía faltar en este trabajo de Kusturica, y apreciaremos el volante lecho de
Luka y Sabaha, la música gitana nuevamente sonando mientras la cama vuela por
los aires con los felices amantes en ella, surcando diversos y bellos parajes.
Si bien el despliegue surreal -o realista
mágico como algunos llaman a su cine- del filme ahora comentado no llega al
desenfreno y belleza suprema de ciertas secuencias de, por ejemplo, Tiempo de gitanos (1988), es una
característica que no desaparece del arte del balcánico, reforzando ese amor en
medio de las bombas, guerra y muerte.
El trabajo de
cámara se muestra como venía siendo en sus trabajos previos, veremos una
desenvuelta y segura cámara, seguro de sí mismo es ya el bosnio en este
apartado de la puesta en escena, realizando diversos travellings, realizando
algún seguimiento con cámara en mano. Los animales, siempre símbolos
importantes en los filmes del bosnio, tendrán su conocido sitio e importancia
en el presente trabajo, primero con los osos y los protagonistas identificando
a las bestias plantígradas con los croatas; esto, considerando que la cinta
trata de la guerra que estalla en los Balcanes, ya nos va delineando el odio
existente entre dos naciones que, al menos geográficamente, debían ser naciones
hermanas. Esto se reforzará después con la actividad de la caza a los osos, una
actividad casi ritualista en la que resalta la música, la marcha de los
cazadores, y lo simbólico que significa esto, al haberse previamente esbozado
el paralelo de los mamíferos con los enemigos, los odiados croatas con quienes
tantas asperezas hay. Otro pintoresco retrato se apreciará en esas mismas
secuencias, una banda toca durante la cacería, mientras avanzan con los canes
en la nieve, recordando a quien escribe algún cuadro del maestro pintor
holandés Bruegel el viejo; e incluso los paisajes, verdes prados teñidos de
diversos matices, naranjas, amarillentos, verdosos, recuerdan también al ecologista maestro de la pintura
flamenca, algo que el entendido del tema sabrá asimismo reconocer. Tenemos
también al perro hogareño, la mascota que acompaña a Luka durante todo el
filme, peleando y conviviendo asimismo con un felino.
Pero animal
clave de la película es el jumento, el asno, la burra enferma de amor, llora,
lagrimea y aparece en diversos momentos de la cinta, y de la filmografía
completa de Kusturica. La orejuda jumenta simboliza la estupidez, la terquedad,
pertinacia que entorpece el progreso, que tozudamente bloquea el camino, el
riel, pero que sin embargo, tiene en el final una sublime redención. El asno
asimismo aparecerá en el momento clave del intercambio de rehenes, el
intercambio de Milos por Sabaha que divide la vida y sentimientos de Luka. En
otra de las secuencias donde vemos a la burra enferma de amor, veremos también
una paloma blanca sobre un cañón, la paz deseada contrastada con la brutalidad
de la guerra, otro de los símbolos y figuras esgrimidas por el cineasta. Si en la
prodigiosa Underground (1995) tuvimos
al simio Sony y su significancia e importancia, si en Tiempo de gitanos tuvimos al pavo mascota que tanto representó
entonces, ahora tenemos a la burra enferma de amor, que llora, y que suele
aparecer en momentos seleccionados, rebuznando en momentos precisos, pero
ninguna aparición resulta tan providencial como en el final, ese redentor
final. Llegado el momento, Luka no estará dispuesto a separarse de la bella
Sabaha, pero finalmente el intercambio es realizado, y si bien recupera a su amado hijo Milos, Luka pierde a la chica, una pérdida que lo atormenta. Nunca tan importante la
burra como cuando evita el suicidio de un desesperado Luka, acostado en las
vías del tren, que en un conmovedor final monta al asno en compañía de Sabaha,
y van siguiendo la dirección del tren, la dirección del escape. Inusual ese
final en Kusturica, inusual pero conmovedor, conciliando lo imposible,
transmitiendo su sentir, un final feliz en medio de la tristeza.
Otra imagen
simbólica de la cinta es la vía del tren, los rieles, un personaje asevera que
la democracia se construye con los trenes, y en efecto esa imagen, el riel del
tren, será una de las más repitentes y significativas de la película, al punto
de prácticamente convertirse en un escenario más de la cinta junto con el
umbroso túnel. Con las distancias del caso, así como el tanque en Underground era uno de los símbolos mayores, representando a la
guerra y todo lo que conlleva, ahora es el tren el símbolo, el símbolo del
avance, del progreso, de una democracia que pareciese desear el camaleónico
director, es el reverenciado símbolo de la redención, de la democracia. Esos
rieles, interminables e infinitas líneas, se suman al humor sórdido del
director, haciendo paralelo a unas interminables y disparatadas líneas de
cocaína que unos militares esnifan con fruición. En esos mismos rieles, y en
ese mismo umbroso túnel una nueva vida llega al mundo, cuando Sabaha asista a
un parto, es realmente una locación más de la cinta. En el corolario del filme,
vemos a un aparato deslizándose solo por esas vías del tren, el lóbrego túnel
hace su aparición una vez más, y la burra aparece para conjugar el final feliz.
Notable la capacidad del cineasta para conseguir que elementos inanimados, un
tanque, un tren, o un inerte túnel, se conviertan casi en personajes más de la
historia, con expresividad propia. Entre otras figuras de la cinta tenemos al
gordo amigo de Luka y su repetitivo gusto e intentos por jugar ajedrez, el juego
de la guerra en medio de una guerra real.
Resulta
delirante que ni la guerra se escape del corrosivo humor del director, dándose
jocosas circunstancias, la enajenación y locura a la que el bosnio nos tiene ya
tan acostumbrados, ni la guerra escapa a esa “máscara” (término por él mismo
utilizado para hablar sobre su cine) tras la cual nos presenta siempre el hecho
retratado, pero matizado con su particularísimo estilo. Así, muchas de las
acciones -al menos obviamente en la segunda parte, habiendo ya estallado la
guerra- transcurren durante un constante bombardeo, perenne e inacabable
retahíla de bombas a las cuales sin embargo un personaje dice que no importa
pues no le ha arruinado su estofado, un bombardeo que sin embargo no interrumpe
a un imperturbable Luka sumergido en sus diseños y maquetas, es el mundo, es la
tierra de Kusturica, su tierra como nos la muestra. Es un mundo en el que la
guerra, los conflictos son algo indivisible de su realidad, una realidad en la
que se tienen romances con rehenes del odiado enemigo, que a su vez debe ser
intercambiado por un hijo, realidad en la que vidas enteras pueden transcurrir
en un sótano (Underground), es el
mundo de Emir, seductor, potente, fascinante y lleno de contrastes, en el que
de situaciones sencillas, de la simpleza, extrae belleza, hermosura y
sensibilidad. Kusturica logra su cometido, transmite una cruda historia con
tintes surrealistas (como la conocida levitación de Kusturica, que le brinda el
tono onírico al filme) y tintes cómicos que la hacen muy interesante y
rescatable. Como se dijo, es una cinta completamente
Kusturica, que continúa con muchas de las principales directrices de su
cine, incluso recupera a su actor Slavko Stimac, el recordado adolescente Dino
en ¿Te acuerdas de Dolly Bell? (1981),
dotando a la cinta de esa familiaridad tan afín a todos los trabajos del
bosnio. Uno de los últimos largometrajes de este cineasta tan talentoso, que
lamentablemente ha disminuido su prolífica producción, pero podemos apreciar
aquí mucho de ese talento creador.
Deliciosa comedia.
ResponderEliminarDeliciosa comedia.
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