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domingo, 12 de agosto de 2012

La naranja mecánica (1971) – Stanley Kubrick


Uno de los filmes más conocidos del séptimo arte de las últimas décadas, una de las cintas referenciales, no solo de su director, Kubrick, sino del cine comercial mismo, al que inevitablemente el filme se ciñe, por su innegable impacto mediático. Pero mucho más que eso, el filme se vuelve una riquísima fuente de análisis por la complejidad de su historia, y por el abundante background que contiene respecto a la obra primigenia, el homónimo libro de Anthony Burgess, que muy lamentablemente, pocos conocen. El filme, como el libro mismo, es el bizarro viaje por las oscuras peripecias de Alex y sus camaradas, los droogos, que se divierten atormentando transeúntes, robando y ultrajando, peleando e incluso asesinando, hasta que el buen Alex va a prisión. Para salir de allí, deberá someterse a un inverosímil tratamiento que lo imposibilita de delinquir, pero a costa de su propia voluntad. Inolvidable trabajo, en el que se cuestiona por sobre todo, un método que ciertamente permite eliminar las malas acciones, la violencia, pero a cambio de la libertad humana máxima, la voluntad y la libre elección. Notable filme innegablemente, que encumbró para siempre a Malcolm McDowell, el protagonista y líder de los droogos, pero que causaría singular y súbito movimiento del ánimo de Burgess, que desigualó su humor como pocas otras cosas harían, pero en eso ya se ahondará en líneas posteriores.

       



Tras beber y prepararse para la severa ultra violencia, Alex (McDowell) y sus tres droogos, Georgie (James Marcus), Pete (Michael Tarn) y Lerdo (Warren Clarke), salen en una de sus travesías de fechorías, atormentando y golpeando primero a un viejo y borracho limosnero. Posteriormente, se enfrascan en una pelea grupal con Billy Boy (Richard Connaught), y su respectiva pandilla de droogos. Luego se dirigen al Oeste, a una residencia donde viven un literato, Frank Alexander (Patrick Magee) y su mujer (Adrienne Corri), a la misma que ultrajan y golpean delante del primero, mientras danzan y cantan. Al día siguiente, Alex falta a la escuela, recibiendo la visita del señor Deltoid (Aubrey Morris), que sigue la pista de sus delitos, y luego va Alex a una tienda de discos, donde conoce a dos féminas con quienes protagoniza después un trío sexual. Cuando vuelve a verse con sus droogos, tiene un inconveniente con Lerdo, lo cual deviene en sublevación de los demás a Alex, que les da severo correctivo. Tras esto, Georgie propone un gran golpe a una mujer que vive sola con sus gatos, el golpe es realizado, pero Alex, que ataca y golpea ferozmente a la mujer, es traicionado por sus camaradas, lo dejan a merced de la policía, que lo apresa. Deltoid lo va a ver, su víctima feneció, Alex es condenado a purgar catorce años en prisión.





Ya en prisión, Alex tolera hostigamientos sexuales de otros reclusos, interminables sermones religiosos, y se refugia de esto en una singular lectura de la Biblia. Pregunta al capellán de la prisión (Godfrey Quigley), sobre un novedoso tratamiento a delincuentes, un programa aún experimental que supuestamente cura a los malvados, Alex asevera que quiere ser bueno. Poco después va a la prisión el gobernador penitenciario (Michael Gover), individuo que le da a Alex la oportunidad de participar en el programa, el programa Ludovico. Ya fuera de prisión, en las instalaciones médicas, se le expone al visionado de violentos filmes de ultrajes y golpizas, a la vez que le inyectan y suministran numerosas drogas, cuyo efecto es que repela la violencia; la faena es repetida múltiples veces, en una oportunidad, poniendo como fondo a la Novena de Beethoven. El tratamiento termina, Alex repele la violencia, pero queda sin opción a elegir el mal, es liberado, imposibilitado de hacer fechorías. De regreso a casa, sus padres lo han dejado sin habitación, deambula sin hogar, encontrando a Lerdo y Pete como policías, que le propinan golpiza. Llega a refugiarse, herido, a la casa de Frank Alexander, quien lo reconoce, pretende torturarlo con la música, pero Alex escapa, tirándose por una ventana. Finalmente, el gobernador lo visita, en el hospital, y le garantiza que tendrá empleo, a su gobierno no le conviene mala propaganda.





Severo y pleno retrato hace Kubrick de la sociedad yanqui contemporánea de entonces, retratando poderosamente, primero el ambiente familiar, a los elementos de control familiar, los padres, como individuos que toman pastillas para dormir, además de la madre, que trabaja en una fábrica, viven en una casa de grandes agrupaciones de viviendas en edificios, en una clara alegoría al capitalismo yanqui. Ese sistema y sus fisuras son desnudadas y expuestas, llevando al máximo ridículo el retrato de esa sociedad, con sus estrafalarios y coloridos decorados hogareños, chillonas combinaciones cromáticas, un lunático ambiente es el que nos describe Kubrick de la Norteamérica de entonces, elocuentes sus imágenes para el retrato de la enajenación capitalista yanqui de esos días. Pero evidentemente el filme va más lejos, retrata la sociedad completa, sus falencias, su sistema penitenciario, su anquilosada burocracia, la reducción de un ser humano a un mero conjunto de números, quedando esto cómicamente representado cuando Alex sale de prisión, momento ambientado con melodía de graduación, como si un estadío educacional se estuviera terminando, el mordaz sarcasmo está servido. No terminará el sórdido desfile de demencia, la reducción humana continúa, pues el gobernador es un individuo extremadamente maquiavélico, utiliza a Alex como una herramienta, como un elemento para cimentar y mejorar su imagen gubernamental, símil intención que tuvo el literato antes agraviado, las máscaras políticas, es pues una actitud de gobierno que siempre estuvo, sigue estando, y siempre estará presente en la realidad, que supera a la ficción. Otras figuras del bosquejo social por Kubrick pintado, y que se distinguen del texto, son por ejemplo, el viejo literato, viudo ya, que convive con un fornido levanta pesas; otra imagen, la del doctor fornicando plácidamente con su enfermera cuando Alex sale del amplio letargo, figuras elocuentes con las que el realizador norteamericano termina de diagramarnos su personal concepto de la enajenada sociedad de entonces. Esta sociedad tiene su máximo producto en los droogos, el fruto máximo de esa putrefacta sociedad, Alex y sus sórdidos camaradas que se divierten bailando y cantando por la ciudad, que es su parque de diversiones, donde practican sus bizarras aventuras, dando rienda suelta a los lascivos y destructores impulsos, siendo dos de ellos incluso luego policías, los agentes de control y justicia. Es ese el dibujo general yanqui que Kubrick nos presenta.












Se retrata asimismo el tema principal de la obra literaria, el tema controversial, el meollo del asunto, y es la severa disyuntiva moral y ética que se desprende del tratamiento aplicado, el tratamiento Ludovico, que ciertamente elimina la violencia del comportamiento del individuo tratado, pero a un alto costo, al costo de su humanidad. La máxima libertad humana, la libertad de elección, el libre albedrío, queda suprimida, el individuo en efecto no puede realizar actos malvados ni violentos, pero no por su elección, sino por una respuesta obligada de repulsión a la violencia, quedando pues servida la controversia de si es aceptable realizar y aplicar el método, en pro de mejorar el ambiente social, de reducir los niveles de delincuencia y criminalidad, pero a un alto costo, de convertir a los miembros de esa sociedad en elementos privados de su voluntad, es el principal postulado y debate propuesto por la obra, que se respeta perfectamente en el filme. Siguiendo en esa línea, respeta la película hasta cierto punto el hilo original, el primigenio texto literario -obviando el final, en que ya se ahondará-, los principales acontecimientos, con esa salvedad, son respetados plenamente en el filme, animándose incluso el realizador norteamericano a esgrimir someramente, con comprensible tibieza, el abstruso y singular lenguaje nadsat, el peculiar lenguaje que los droogos utilizan, y que, naturalmente, en el texto de Burgess está utilizado en toda su amplitud -siendo necesario incluso un glosario, una suerte de diccionario nadsat, definiendo los no pocos y singulares vocablos del citado lenguaje, que aparece en ciertas ediciones literarias-. Sin embargo, prontas y primeras diferencias se manifiestan, la golpiza y ultraje al matrimonio Alexander, que es ambientado con la representación del clásico tema de Stanley Donen y Gene Kelly, Singin’ in the Rain, la ultraviolencia es materializada mientras Alex canta alegremente la recordada canción, el mete-saca, el in-out es ambientado con la sutil melodía de la mítica película yanqui. Y claro, le utilización de la prodigiosa melodía de Beethoven, la gloriosa Novena Sinfonía, impensado elemento de castigo, que se vuelve necesariamente elemento referencial del filme, santo y seña del mismo, reconocible e indivisible se volvería el filme con la melodía del mítico Ludwig Van. Y por supuesto, otro elemento musical mayúsculo, el inconfundible crescendo rossiniano, el maestro Gioacchino Rossini sirve al cineasta para ambientar las iniciales secuencias de ultaviolencia con los inmortales crescendos de su obra, La Urraca Ladrona (La gazza ladra, 1817). Todos estos son pues elementos que lógicamente no figuran en el texto de Burgess, son la elección de Kubrick, y nos dan fe de su refinado gusto musical, melodías inexistentes en la obra, en el filme se encargan de hacer más contundentes las secuencias, de elevarlas a sofisticados niveles metafísicos. Así, los segmentos violentos y demás momentos con esa música ambientados adoptan pues formas más definidas, adquieren otros contornos, alturados contornos que multiplican lo bizarro de las situaciones, el apartado musical es un gran acierto de Kubrick, se apoya en excelentes referentes; haciendo a un lado los deslices, que a continuación se mencionan, es este un exquisito acierto, ciento por ciento atribuible a Kubrick, a su refinado gusto e interpretación de lo que quiere exponer.









Imposible dejar de mencionar pues las mayores y más importantes diferencias que se manifiestan con el texto, pues si bien el filme es relativamente cercano al libro, se aprecian diferencias ciertamente sensibles, tanto en los personajes como en los acontecimientos. Así, Lerdo sí mantiene similitud con la obra literaria, Georgie en cambio tiene bastante menos injerencia, y diferente final su existencia, Billy Boy, el rival, también tiene diferente tratamiento e injerencia, y claro, Pete, el gran protagonista del cambio más sensible, y que despierta la incontenible furia de Burgess y odio suyo hacia Kubrick. Empezando por el comienzo, según el propio escritor británico, su obra, dividida en tres partes, de siete capítulos cada una, a la hora de ingresar al mercado yanqui, se topó con cierto inconveniente de índole editorial, el mismo que devino en la mutilación de la obra, plasmándose tres partes, pero las dos primeras de siete capítulos, y la última únicamente de seis. Es decir, la obra La Naranja Mecánica ingresó a territorio norteamericano mutilada, faltándole el último capítulo, el desenlace. Es esta la obra a la que, según Burgess, Kubrick tuvo acceso y revisó para adaptarla al cine. En ese capítulo faltante, Pete aparece como un redimido personaje, con unas características sorprendentes, las mismas que no revelaré en estas líneas, para exhortar al lector a revisar el mencionado texto, pero que escinden completamente el final fílmico con el final literario, este capítulo es completamente obviado, dejado de lado en la cinta, despertando pues la furia inconmensurable del escritor británico, su repudio y condena hacia Kubrick, el personaje que tomó una versión mutilada de su mejor obra, y la convirtió en ícono internacional, pero un ícono deformado, torcido y completamente ajeno a lo que él estipuló, y una obra que se volvió mundialmente conocida, todo lo contrario a lo olvidada y mayoritariamente ignorada que es la obra original, que quedó enterrada y eclipsada; una situación pues por demás singular. Kubrick, en su final, deja la puerta abierta, muy abierta, Alex volverá a delinquir, en su cabeza, sus maldades ya están sucediendo otra vez, es cuestión de tiempo para que se materialicen nuevamente, algo muy distinto a lo que sucede en el texto, que, otra vez, no enunciaré aquí. Mencionada la más poderosa y significativa diferencia, se puede hablar también de las restantes diferencias, y es que se evidencia la distancia del universo literario al cinematográfico, las secuencias de violencia son ciertamente representadas en la cinta, pero bastante menos impactantes que en el texto, el universo literario de Burgess, rebosante de mórbidos detalles, es ciertamente más podrido, siendo esto más palpable en los filmes que se obliga a visionar a Alex, una diferencia, empero, entendible, y quizás necesaria para el cine de entonces. El filme significaría la consagración y escaparate máximo para Malcolm McDowell, inolvidable imagen icónica del filme, y lo más resaltante actoralmente de la cinta. Se trata pues de un filme muy rico en contenido, y en background, es un filme excelente, disfrutable y necesario, un filme de culto, pero es poderosamente necesario que se contraponga y estudie con la  misma, e incluso mayor atención, a la obra de Burgess, y desde aquí, pongo un modesto ladrillo a que esto se realice. Exhorto enérgicamente a quien lea estas líneas, a que revise el texto británico, que compare las dos obras, y que saque sus propias conclusiones, es una obligación que se tiene, se debe terminar con la abrumadora mayoría que tiene en La Naranja Mecánica un filme símbolo de su falsa y postiza sapiencia, de su artificial condición de versado cinéfilo, cuando no tienen ni idea de la riquísima cantidad de matices que el trabajo completo conlleva, se debe conocer a Anthony Burgess. Es un filme necesario, y con multitud de detalles, no en vano es un filme de culto.










sábado, 3 de diciembre de 2011

El Río (1951) – Jean Renoir

Esta gran película forma parte de las cintas que rodó Renoir después de la Segunda Guerra Mundial, en la que su estilo ha sufrido algunas variaciones, está en otra etapa de su expresión estilística, pero obviamente, mantiene mucha de la genialidad que lo convirtió en uno de los directores mejor considerados de la historia del cine. La cinta está basada en la obra homónima de Rumer Godden, escritora cuyo libro impactó poderosamente al realizador francés, entusiasmándolo con las posibilidades que le ofrecía una adaptación de ese texto. Es así que se hizo con los derechos inmediatamente, y rodó la cinta, basada en un guión que escribió conjuntamente con la autora, y en la que se encuentra más de una diferencia, tanto en el tratamiento de los personajes, como en su injerencia en el desarrollo de la historia. Rodada en las atractivas e indómitas tierras de la India, nos presenta la historia de una niña, que va madurando, creciendo, descubriendo el amor, aprendiendo de la vida, mientras crece en ese paradisíaco ambiente, donde un río es la fuente de todas las actividades comerciales, elemento de solemne influencia que sirve de escenario a todo lo que en esas tierras acontece.

      


Tras un inicio contándonos las costumbres de matrimonio hindúes, somos bienvenidos al film por una voz femenina en off que nos dice que esta es la historia de su primer amor, creciendo en la India, en tierras aledañas a un salvaje río, una historia atemporal, anacrónica, donde todo gira alrededor de la masa de agua. Veremos escenas de barcos con muchos operarios, ellos comercian con yute, es un lugar donde su padre (Esmond Knight), es muy conocido y querido, y ella, Harriet (Patricia Walters) va recordando su infancia con él, su madre (Nora Swinburne), con sus hermanas, y con su hermano. Su hermano Bogey (Richard R. Foster), es el único hombre de la prole, y es el único distinto a los demás, no le interesan los juguetes, le interesan los lagartos y las tortugas, no le atrae la educación, él quiere ser libre y disfrutar. De pronto, el río les lleva un impensado visitante, el capitán John (Arthur Shields), un mutilado ex combatiente de guerra, al que le falta una pierna, y que es invitado a una gran fiesta que se prepara. La fiesta es un vistoso festival con muchas velas, luces, es una gran festividad con fuegos artificiales, ritualista celebración con adoraciones hindúes. Todas las hermanas están pendientes de él, pero es Valerie (Adrienne Corri), la mayor, quien tiene mayor acercamiento a él.




El capitán John no se siente del todo cómodo, se siente extraño en ese lugar, es un outsider ahí, camina, vaga sin rumbo definido, visita la factoría del padre de Harriet, y a ella, una niña todavía, le atrae mucho, se afana en tratar de conquistarlo, intenta impresionarlo con sus escritos de poesía, y compite con Valerie por sus atenciones. Ella sigue escribiendo, siempre con profundo respeto hacia el río, narra una historia sobre un ficticio Krishna y su unión con una joven similar a Melanie (Radha), joven india hija de un amigo de la familia. Mientras todas las hermanas están detrás del capitán, él se siente un extraño, su discapacidad lo atormenta, desea irse, y siente más cercanía con Melanie, pero finalmente es con Valerie con quien tiene un beso, es el primer beso de Harriet, que aunque no sea la protagonista, lo observa, es parte de él, y se siente terriblemente celosa. Mientras, el travieso e impulsivo Bogey, siempre jugando con las cobras, queriendo domarlas, muere, causando gran pesar a todos, y sentimiento de culpabilidad a Harriet. El capitán se sigue acercando a Valerie, mientras Harriet desaparece, se esconde, enfadada, pero John la encuentra, se está produciendo el cambio de temporada, cambia el ambiente, John se va, pero nace un nuevo hermano, mientras una vida cercana a Harriet terminó, otra apenas comienza.




Culmina así esta notable adaptación del gran maestro Renoir, el retrato de un mundo juvenil, infante, inocente, el crecimiento de una joven perteneciente a una familia blanca, que vive en la India, es un hermoso relato de crecimiento, al que nos vemos acercados por la voz en off de la niña protagonista. El genial realizador plasma también con cercanía las costumbres lugareñas, los dioses hindúes, las costumbres de los fieles, sus símbolos y adoraciones, muestra sus actividades desde una perspectiva íntima, y para esto, no escatima en recursos narrativos, poderosos recursos audiovisuales, paisajes, cielo, flora, el hermoso y místico escenario hindú es plasmado con correcta precisión. Es particularmente bella la secuencia del relato de Harriet sobre su concepción del dios Krishna, contrayendo matrimonio con una joven muy similar a Melanie, que baila hermosamente demostrando su amor por el dios; bella, simbólica y silenciosa secuencia. Es tierna la forma en que el director nos muestra la historia a través de los ojos infantiles de la niña, es el relato  de ese pintoresco y bucólico mundo, donde ella va creciendo y madurando, va pasando de la niñez a la adultez, descubre el amor, descubre lo que es la muerte de un ser querido, pero también aprende del ciclo de la vida, y cómo mientras una vida acaba, mientras llega a su ocaso, otra vida nace, y así se renueva ese ciclo. A este respecto, la música también juega un papel importante, música étnica, retazos del legendario Popol Vuh, que se fusiona con los salvajes y bucólicos escenarios, logrando una excelencia audiovisual propia del maestro francés. La cinta guarda, como es natural en las adaptaciones, diferencias en los personajes y su participación en la trama; así, veremos a un Bogey mucho menos preponderante en la cinta que en la novela, y por el contrario, una Melanie más participativa que la del texto, pero al margen de esa normal diferencia, -y de otras que seguramente con el texto literario se encontrarán- estamos ante una muy hermosa visión del mundo infantil, del crecimiento y madurez, descubrimiento del amor, y todo enmarcado en un bello escenario paradisíaco. Otro muy notable y recomendable título del francés.






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