lunes, 9 de julio de 2012

Cazador blanco, corazón negro (1993) - Clint Eastwood


Uno de los mejores filmes en los que se haya involucrado, en su hace tiempo habitual doble faceta, el genial Clint Eastwood. Filme muy rico, en muchos aspectos, en el que queda chato e insuficiente defínirlo como meramente una adaptación de la obra del guionista que trabajó con el titánico John Huston durante el rodaje de La Reina Africana (1951), en dicho continente. Desde un primer y somero vistazo, el filme pues retrata las vivencias del inolvidable Huston, todo desde la lupa del guionista con el que trabajó para el mencionado filme, Peter Viertel, desde las estrafalarias y rígidas acciones del director, hasta su obsesión por cazar un salvaje ejemplar mayor de la salvaje fauna de la selva africana, convirtiéndose un gran elefante en su perenne objeto de deseo, exasperando a su principal productor, a quien se le acaba la paciencia, pero sobre todo, el margen de tolerancia y el dinero. Interesante filme, en el que Eastwood se involucra poderosamente, y en el que se realizan variaciones, pocas pero muy significativas, en el filme respecto de la primigenia obra. Resulta necesario ver la cinta para apreciar uno de los trabajos más personales de Eastwood, ya curtido, ya experimentado y consagrado, comienza a alcanzar sus más elevados niveles como director -pues como actor ya tenía envidiable recorrido-, además de poder apreciar lo mucho que respetaba y admiraba el mítico cowboy a Huston, llegando a encarnarlo, y en el filme se vierte mucho de esos sentimientos, algo que se ampliará en líneas posteriores.

       


Una voz en off nos dice que es la historia de un director adicto a la violencia, que re-rescribe las reglas de la industria fílmica, y que siempre cae de pie. El guionista Pete Verhill (Jeff Fahey) llega a la residencia de su gran amigo John Wilson (Eastwood), cineasta que prepara un nuevo proyecto, en África, a donde invita a Pete. Endeudado, y con el guión ya bastante avanzado, está ansioso por partir a África, sobre todo, para practicar cacería. Se reúnen ambos después con Paul Landers (George Dzundza), el productor, con quien se discuten temas sobre hacer el filme a color o no, también la locación, pero Wilson está empecinado con rodar en África y no en estudios hollywoodenses. Pete habla con Wilson sobre el guión, pues le parece que los protagonistas fenecen indebidamente, dícele que no le agradaría al público, pero Wilson no accede a suavizar el desenlace. Tras realizarse una cena con el equipo de productores y ejecutivos, parten Wilson y Peter a África. Ya allí, conocen a Margaret McGregor (Mel Martin), y a un cazador, y tras discutir algunos temas del guión, Wilson ya manifiesta su interés por irse de safari, a cazar por tierras africanas. Poco después, en una cena, el director quiere pasar la noche con Margaret, pero cuando ella ofende y humilla a los judíos, a los que pertenece Pete, el cineasta la ahuyenta, e instantes después, se involucra en una pelea por defender a un mozo negro, pelea que pierde.




La paciencia de Paul se va acabando mientras tanto en los estudios, pero no puede hacer nada a la distancia, pues Wilson se embarca en travesía hasta el Congo, a la que arrastra a Pete. Tras un turbulento viaje, llegan al lugar, y comienza ya a pensar Wilson en cazar, cazar antílopes y elefantes. Se obsesiona con un elefante macho en particular, el mismo que intenta ultimar, pero fracasa su intento al estar rodeado el animal de muchas hembras. Las exigencias de Paul lo llevan hasta África, se debe filmar una importante escena de la película, pero Wilson sigue interesado en su cacería al elefante y nada más, lo que lo hace discutir y distanciarse con Pete, que decide regresar. Pero antes de que lo haga, decubre que el propio Paul se ha movilizado hasta tierras africanas, donde descubre que el cineasta ha decidido cambiar la inicial locación del filme, significando esto muchos riesgos, pero su voluntad termina siempre imponiéndose. Se produce después copiosa lluvia, se para el rodaje, Wilson  lo toma a la ligera y aprovecha para irse a cazar a su elefante. Parte a su empresa acompañado por Pete y un nativo, un guía negro a quien tomó estima, pero cuando finalmente tiene frente a frente al coloso animal, desiste, no lo elimina, su guía es finiquitado. Tras todas las desventuras, Wilson al fin dice “Acción”, comienza a rodar.




Finaliza de esta forma uno de los mejores filmes de Eastwood como director que, como para no perder la costumbre, también protagoniza su notable obra, realizando el máximo de sus confesos anhelos, un auténtico honor, encarnar a su gran héroe, a John Huston, ciertamente una labor, un desafío, y un deleite mayor dar vida a uno de los grandes titanes del cine norteamericano. Así, Eastwood se basa en el guión, en el libro inspirador, ambos de Vernill, pero puso particular tesón en que se suavizara la imagen que del cineasta hacía el literato, pues lo consideraba un retrato demasiado despiadado, inhumano y déspota. Al margen de si haya sido exagerada o no la imagen que hace Vernill (pues cierto es que el cineasta tiene esa reputación), Eastwood nos da una muy personal y propia visión del gigante realizador, no exenta de sus vicios, de sus excesos, y con frases y momentos célebres, que delinean su grandiosidad, por muchos incomprendida o sesgada por su particular temperamento. Una de esas frases por ejemplo es, cómo, sin un ápice de humildad, se autodefine, como a todo director de cine, como a un dios, son dioses dice, deciden sobre vida y muerte de sus personajes, y razón no le falta. En otro momento memorable y verídico, define Wilson, o mejor dicho, Huston, a la cacería de elefantes no como un delito, sino como un pecado, por lo que la encontraba aún más atractiva. Se nos muestra a un Huston socarrón, incontenible, déspota, poderosa su figura, que rompe todas las reglas, las reescribe, que hace lo que quiere hacer, primero pensando nunca en complacer a la masa consumidora de los filmes, luego, despreocupado completamente por el filme, más canalizado por su pasión por cazar un gran ejemplar africano.



En ese sentido, la caracterización de un maduro Eastwood es impecable, impregnada de todo el aprecio y respeto que puede un gran artista sentir por un mentor, como lo fue para él el gran director, aquí referenciado como John Wilson. Resalta de manera ineludible que el gran Clint hiciera mayúsculos esfuerzos para que la imagen de Huston no sea presentada como la que Vernill pretende delinear, sino más bien una imagen humanizada y no tan despiadada; empero, Eastwood no genera a un personaje que pudiese despertar simpatía, alguien con el que el público pudiese encariñarse o emparentarse, lo dota de una humanidad que lo torna todavía más complejo y seductor, con los matices que tan cuidadosamente le imprime. A ese respecto, primero su defensa por los judíos denota ya cierta empatía con los demás, y luego, enfrascarse en una pelea que evidentemente perdería, por defender a los negros. Nos habla de un caracter que no es un mero infeliz sin sentimientos, es un complejo individuo que se vuelve más enigmático, más inalcanzable en su complejidad, más herméticamente seductor. Se siente ahí el pulso de Eastwood para suavizar la figura que quiere presentarnos, pero teniendo el cuidado preciso de no sobrepasar esa línea, y no amanerar en exceso la representación de su admirado Huston, que esgrimía en la vida real muchas de las características en el filme vertidas, virtudes o defectos, según se mire, para bien o para mal. Imposible dejar de mencionar la secuencia en que describe a Hollywood, el imperio donde reinaba sin corona, como un escenario donde todo se prostituye, y que las prostitutas han hecho de la industria hollywoodense un buen banco, mordaz y certera su descripción, una frase más del amplio repertorio del consagrado Huston, su visión, pues estamos hablando de todo un señor cineasta, un señor cineasta hablando.




La pelea, por cierto, estuvo basada en una supuestamente verídica riña a golpes que protagonizó Huston con Erroll Flynn, y denota mucho de su personalidad, tozudo, un cabezotas como se dice, terco e incontenible, no se rinde, y se embarca en sus escaramuzas aunque sepa que va a recibir paliza, y la secuencia es retratada con severo humor e ironía, irónico el derrotado director, que ni derrotado abdica en su obstinación, magnifica su figura. Es excelente que Eastwood haya logrado atrapar esa esencia de su ídolo, por muchos amado, por otros tantos odiado, el conflicto de su loada versión versus su criticada versión también se siente en el filme, su afición a la cacería y la dejadez por su trabajo, desquiciando a sus productores, pero lo mejor (o peor), es que es un genio en lo que hace, y lo sabía. Eastwood se deshace de los juicios subjetivos de Vernill, y quizás dejándose llevar por los propios, nos bosqueja ese retrato del titán cineasta, pero logrando el exacto equilibrio entre ambos, mostrándolo tal cual fue, hasta el final. Resulta más que agradable la representación y tratamiento visual del personaje, muchas veces con las sombras derramándose sobre su el rostro, otras con el ala del sombrero medio ocultándolo, plasmando una figura aún más enigmática, más oscura. Se retrata más al humano que al artista, pues curiosamente nunca lo vemos trabajando, es un retrato de sus vivencias y excesos, que casi hacen que no vea la luz el filme, La Reina Africana (1951), plasmándose además la memorable batalla del hombre contra la naturaleza, materializado esto en la batalla contra el descomunal paquidermo, invencible criatura que termina por vencer la hasta entonces inquebrantable voluntad del cazador, aunque ciertamente, en el texto original se afirma que si no lo cazó, fue porque finalmente nunca pudo hacerlo. Así, en el filme, solo al final, tras corroborar lo inútil de su obstinación, y el fenecimiento del guía lugareño con quien había congeniado, finalmente comienza a rodar, y solo entonces lo vemos trabajando con la ansiada palabra “Acción”, abatido por lo sucedido, después de que un lugareño le traduzca el sentir de los demás lugareños, de sus tambores, con la frase cazador blanco, corazón negro. Filme de lo mejor de Eastwood, piedra angular dentro de su producción, pues es de sus trabajos más personales, íntimos y significativos, cobrando esto mayor valía si se considera que es Clint de los directores que menos se dejaron embriagar por el consumismo, y siempre produjo lo que su sentir artístico le guiaba a producir. Excelente filme, excelente historia, inmortales artistas en ella involucrados, cineastas de primera clase.



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