sábado, 30 de junio de 2012

Maldita miseria (2009) - Lina Wertmüller


La correcta directora italiana Lina Wertmüller nos ofrece este filme, en el que se siguen identificando plenamente sus mayores y principales aristas, aunque cierto es que mucha de la fuerza de anteriores ejercicios se pierde en este filme más buen edulcorado, pero que mantiene el norte básico del cine de la Wertmüller. Nos relata la italiana la singular historia de un trío de amigos, jóvenes italianos, idealistas estudiantes que se fueron de vacaciones, desviando su ruta hasta la desolada área de Bangladesh, y es en la India donde aprenden sobre la técnica económica que hizo al ilustre Muhammad Yunus ganar el premio Nobel de Economía. Ahora, pretenden aplicar ese modelo, de prestamistas a los más pobres, en su tierra, Nápoles, pero esto les traerá más de un problema, con su familia, con la localidad, y con la mafia, la camorra, mientras lidian a su vez los jóvenes con un problema muy normal de su edad: el enamoramiento. Como nos tiene acostumbrados, nos pintará la italiana una fotografía de su nación, de sus principales características, falencias, sin embargo, no puede evitar sentirse este ejercicio ya como algo repetitivo de sus previos y más efectivos filmes, además de sentirse excesivamente edulcorado con la historia sentimental, que de alguna forma termina llevándose la mayor atención de un filme que no es lo mejor de la directora, y que obtiene aprobado por escaso margen.

 


En un aeropuerto, familiares esperan a tres jóvenes, ellos vuelven de viaje, un viaje que desvió su original itinerario para terminar yendo los amigos a Bangladesh. Ellos son la bella Marina (Gabriella Pession), Antonio (Sergio Assisi) y Chicchino (Tommaso Ramenghi), viajaron con motivos de realizar su tesis de doctorado, y en territorio hindú, aprendieron sobre Muhammad Yunus, y su modelo de economía, basado en brindar préstamos a los más pobres, para que éstos prosperen como empresarios y devuelvan el dinero con su trabajo; ahora quieren aplicar esa idea en su tierra, Nápoles. Chicchino conoce un día a un niño muy humilde, el mismo que los tres jóvenes adoptan y bautizan como Yunus. Los muchachos comienzan a intentar su empresa, explican el procedimiento a los más pobres, pero no logran calar en ellos, Yunus se desenvuelve como su asesor para que los demás confíen en ellos. Giuditta (Piera Degli Esposti), la abuela de Marina, repetidas veces intenta desanimar a la muchacha y sus camaradas de su propósito, pero ellos siguen conociendo prospectos, entre los que está un ocurrente cantante. Los tres socios intentan obtener apoyo de un personaje bancario, no consiguiéndolo, y la abuela tampoco permite a Marina vender sus poco valiosas joyas.



Antonio también intenta obtener apoyo financiero de su padre, obteniendo negativa, idéntico resultado que sacan cuando recurren a unos prestamistas. Antonio y Marina se besan, siempre se gustaron, pero temen lo que esto pueda despertar en Chicchino. Marina recibe la declaración del propio Chicchino, con él fluye también un efímero idilio, y poco después, finalmente la abuela de Marina les concede un préstamo. Mientras ambos jóvenes cortejan a Marina, sin saber lo que pasa del otro lado, los tres hacen su primer préstamo, a una comerciante local, la humilde tía Rosinella (Angela Pagano). Los tres piensan en su predicamento amoroso, el pequeño Yunus hasta les lleva unas prostitutas que quieren un préstamo. Finalmente los tres hablan de su situación, ella quiere a Antonio, y Chicchino, derrotado, afirma seguirá el negocio por su cuenta; la joven Linarella (Grazia Daddario) se le declara, despertando furia en Peppe (Ciro Esposito), que asegura ella es suya. El negocio comienza a andar, y cuando parece ir bien, unos mafiosos los amenazan, todo conduce al propio padre de Antonio, que es de la Camorra, mafioso usurero, el joven engañado quiere irse, pero Chicchino lo hace recapacitar, y se queda finalmente con Marina, y con su empresa.




Ciertos momentos de interés despierta el filme de la cineasta, cuya historia se centra en tres jóvenes idealistas, la juventud que cree que va salvar el mundo -esto más que nada representado en la bella Marina-, enfrentada a la experiencia de los adultos maduros, pesimistas, o realistas, que le dice que solo encontrará pérdidas en su descabellado intento, el clásico enfrentamiento generacional que tiene lugar en un barrio napolitano muy pobre. Y en medio de todos, emerge la figura más interesante, la figura del infante, el pequeño Yunus, que a su escasa edad, ajeno a los estudios universitarios de los jóvenes, tiene una educación que no se obtiene en las aulas, tiene la educación de la calle, y él manifiesta ser el más sensato de los cuatro protagonistas, ilustrando incluso a Chicchino que entre un hombre y una mujer no puede haber únicamente intereses amicales. El pequeño incluso les enseña a cómo encajar mejor entre los pobres, es la picardía y la criollada del que vive en la pobreza. Nuevamente, la Wertmüller nos presenta una historia delineada por sus ya conocidos trazos, un bosquejo de su natal Italia, la vital ciudad de Nápoles es el escenario, la miseria, austeridad, pobreza y la camorra, la delincuencia que envilece todo. Son estos temas calcados de exitosas obras como Camorra (1985), nuevamente esa tónica es manifestada, pero con mucha mayor inocuidad en esta oportunidad, con mucha menos mordacidad, un tono dulzón enmarcado en el idealismo ingenuo juvenil, y la historia amorosa ahoga el diluido tema central de la mafia usurera, y termina siendo por momentos la historia más interesante del filme, lo cual va en detrimento de la obra, que tiene otra directriz. Así, los jóvenes tendrán que pagar su derecho de piso, la juventud tendrá que estrellarse contra el muro de la realidad, de la praxis, el modelo que funcionó en la India ni de cerca funcionará en Italia, en Nápoles, son realidades diferentes, se enfrentarán a singulares prospectos de beneficiados, chocando los ilusos estudiantes no solo con sus familias y vecinos, sino con fuerzas a ellos mayores, que no pueden entender, y menos combatir. De las cintas más inocuas de la Wertmüller, a quien, eso sí, no se le puede reprochar que no siga con sus aristas ya cimentadas, aunque haya bajado el tono notablemente.


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