miércoles, 6 de junio de 2012

Las pirañas (1967) - Luis García Berlanga


Una de las más singulares cintas dentro de la selecta filmografía del gigante realizador ibérico, Berlanga nos presenta una historia que se separa de la mayoría de obras suyas, si bien en el estilo y tratamiento, pero siempre conservando algunas de las directrices más identificables de este titánico realizador. Siempre con su estilo melancólico, negro como pocos en su humor, y retratando, cómo no, a su manera, la realidad española de entonces. Es la historia de un matrimonio promedio, un esposo adúltero, que descuida sobre manera a su mujer, a quien deja en segundo plano, en detrimento de sus amantes y de su afición a los autos de carrera. Para su mala fortuna, la madre de su mujer, su suegra, se inventa una enfermedad inédita e incurable en su hija, despertando el remordimiento y la lástima en el esposo, que se somete a todos los caprichos de la enferma imaginaria, siendo el máximo de éstos, abrir una boutique donde se entretenga. La situación generará consecuencias inimaginables, y se materializaría uno de los finales más seductores, intrigantes y ambiguos del titán Berlanga. Queda para la anécdota, las muchas limitaciones e imposiciones a las que se sometió el realizador para la realización de su filme, colaboración con una productora argentina que lo maniataría en ciertos aspectos, desde el título del filme, hasta el actor a utilizar, Rodolfo Bebán.

        


Ricardo (Bebán), es un hombre que se las arregla para deshacerse de su mujer, Carmen (Sonia Bruno), con una argucia la deja en casa, y él se va con una amante. Carmen para sumamente aburrida, pero la madre de ella, Luisa Fuentes (Ana María Campoy), doctora de profesión, se inmiscuye, le recrimina a su hija cómo permite tal abandono, hasta pregunta la frecuencia de sexo. Carmen invita a Ricardo a una comida fúnebre familiar, a la que accede de mala gana. Allí, Ricardo conversa con su suegra, que le afirma que, en el último examen médico que practicó a su hija, le detectó una gravísima e irreversible enfermedad, que la llevará indefectiblemente a morir. Sorprendido y aturdido, Ricardo la trata mucho mejor, más amable, hasta le pide a su buen amigo y jefe, José Martínez (Osvaldo Miranda), le preste su yate para agasajar a su mujer, le cuenta el terrible suceso. Ricardo llega incluso a apartarse de su amante, atractiva actriz, tiene una genuina preocupación por su esposa. Se produce un cambio en Carmen, que ahora es atendida en todo por su marido, ella se vuelve quisquillosa, caprichosa, se queja y reniega de todo, absolutamente todo, incluso en el yate, y Ricardo adopta una actitud de sumisión, se somete completamente a sus caprichos, la consiente.




Se consagra tanto a ella que inclusive su negocio baja, Martínez le llama la atención, pero Ricardo sigue sometiéndose a todos sus caprichos, y es entonces que surge la idea de que, para entretenerse, ella quiere abrir una boutique. Para materializar ese capricho, se endeudan severamente, y Carmen se muestra cada vez más enérgica y decidida. La boutique finalmente se pone en marcha, Ricardo conoce a las trabajadoras del sitio, y Carmen conoce a Carlos (Lautaro Murúa). Suspicaz, Ricardo los sigue, Carlos la corteja, y en un museo, lo presencia él mismo. Seguro de su adulterio, Ricardo cuenta todo, como siempre, a Martínez, y comienza a pensar en divorciarse de ella. De pronto, ella parece enfermar de algo, Ricardo se muestra cauto, a la vez que comparte sus vivencias con unas de las jovencitas trabajadoras de la boutique. Ante lo elevado de los gastos, Ricardo se harta, cuenta a Carmen la supuesta verdad de su condición, pero es su madre quien le desmiente todo a Carmen. Finalmente, un desquiciado Ricardo pretende eliminar a su esposa, con un plan al parecer perfecto, llena la casa de gas, espera hacerla explotar, pero el tiro le sale por la culata, y es él quien termina siendo eliminado.





Una de las cintas más singulares y diferentes del titánico director, en la que, empero, como siempre, sigue jugando con ese exquisito y negro humor suyo. Con su sarcasmo, con su bizarría, estudia y nos ilustra una historia, una situación ciertamente patética, absurda, que alcanza niveles impensados y sorprendentes. Severo sarcasmo el que nos presenta Berlanga, la figura de un personaje, hombre promedio, adicto al adulterio y a los carros de carrera, que de pronto, se enamora de su mujer, más por lástima que por otra cosa, absurda y risible circunstancia, y esto se materializa en la secuencia en que Ricardo confiesa, casi avergonzado, a Martínez, que se ha enamorado de su mujer; el director hace pues gala de un juego sarcástico, de una sutil pero patente sátira, para el ojo agudo, desliza su humor, benigno e inocuo al inicio, pero que incrementa la bizarría conforme avanza la acción; y lo de inocuo y benigno es relativo, considerando los sórdidos y bizarros temas de otros filmes suyos, y el tratamiento que se les dio, resulta de las características mencionadas el presente filme. Ya sin esa oscuridad, presenta pues un tema más sano, pero jamás amanerado, y que termina convirtiéndose en surreal pesadilla, esto maximizado con ese final tan alucinante. Si bien sacrifica la mordacidad y la morbidez de otras obras maestras suyas -sin ir más lejos, la prodigiosa El Verdugo (1963), y en menor medida en esta línea, Plácido (1961)-, jamás pierde esa sátira tan característica suya, ese mensaje ácido, esa burla ante una situación patética. Para esto, cuenta con el apoyo de su guionista, el genial Rafael Azcona sigue colaborando con Berlanga, ambos juntos siguen formando una de las alianzas más gloriosas del cine español, y su producto, el guión, si bien no alcanza la maestría de otras obras de ambos, siempre aporta solidez y mayor concisión a la cinta.







Berlanga nos desliza de paso una decidida lectura de la vida matrimonial promedio de su país entonces, le toma el pulso a la relación matrimonial, con el aburrimiento siempre al acecho, con el interés marital que se va evaporando. Pero entre todo, sucede algo epifánico, sucede algo que invertirá todo de manera dramática, una invención de la entrometida suegra, que transforma a su mujer en una suerte de enferma imaginaria; de pronto vuelve al indiferente y adúltero esposo en un subordinado de su mujer, que se somete a todos sus caprichos y exigencias, lo vuelve un fantoche de sus antojos. Así, un insólito giro es el que da su vida marital, y su propia existencia, una severa y total inversión de los papeles, ella de pronto es la que sale con otra persona, ella es quien pulsea el adulterio, dejando al marido en casa, pero claro, Ricardo no se queda en casa, sino que se cerciora de lo que él ya supone. A esa poderosa situación y nudo narrativo planteado, Berlanga la dota con un inédito y sorprendente final, la secuencia final, en la que, ya fraguado y llevado a cabo el intento de asesinato a Carmen, finalmente vemos el compendio de la segunda parte del filme, una fiesta o celebración de Carmen, rodeada de los artificiales y frívolos personajes de la boutique, mientras el finado Ricardo, de pronto aparece, de pronto vemos su rostro, que observa a Carmen, con una expresión grave, enigmática, indescifrable, en la que no sabemos qué está pasando por su cabeza, configurando uno de los finales más abiertos y desafiantes del genial realizador ibérico. Por supuesto, Berlanga toma el pulso también a esa clase social española, la clase superficial y frívola, sumamente artificial, con un glamour falso, artificial también, postizo, burlándose el director de lo que ellos consideran sofisticación, las figuras de la cirugía estética como una preocupación ineludible, un gusto por lo que ellos consideran arte, las visitas a los museos, todo producto del cambio en Carmen, de su nueva faceta, rodeándose de mequetrefes supuestamente sofisticados y glamorosos, pero todo es falso, todo es postizo. Pese a lo mencionado, se trata de una de las películas suyas de las que más singular opinión tiene el propio Berlanga, quien la considerara inclusive su película maldita, en el sentido de que, al ser una colaboración de estados españoles con argentinos, tuvo el director que lidiar, e incluso alinearse, con muchas imposiciones, una nueva historia de las arbitrariedades de los productores en el cine, muchas limitaciones le fueron impuestas, como el hecho de que el personaje de Ricardo estuvo por él pensado para su frecuente colaborador José Luis López Vázquez, pero el estudio sudamericano impuso la inclusión de Rodolfo Bebán; lo cierto es que el propio director afirmó que hay mucho que quisiera re-hacer del filme. Esto no imposibilitó que Berlanga realice sus característicos e infaltables planos secuencia, y siempre haciendo gala de su dominio para la cámara, dotada de una movilidad increíble siempre que Berlanga se puso a manejarla. Cinta muy interesante, apreciable como siempre con este realizador, necesaria para quien gusta del bien cine, del cine inteligente; en pocas palabras, para quien guste de Berlanga.






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