Silencio. Uno de los mayores
prodigios del cine pone punto final a su espléndida filmografía. El silencio
nomás quedará, pues Hitchcock dirigió su filme último, el maestro de maestros
no rodaría más después de este ejercicio. Luto para el cine, uno de los dómines finiquitó su obra. La última película de Hitchcock es esta,
verla es como la más triste despedida, el maestro estaba ya pleno y maduro en
muchos aspectos; en otros, se permite la normal licencia de quien ya hizo todo
lo que tenía que hacer. Para su filme colofón, Hitchcock, como no podría ser de
otra forma, nos trae una historia de suspenso e intriga, mezclada como siempre
con su fino humor. Una pareja de timadores están aprovechándose de una anciana; la mujer se hace pasar por médium, por espiritista, contacta a unos difuntos
familiares de la víctima, se debe encontrar a un sobrino bastardo, ocultado por
esa vergüenza, que será el nuevo heredero de la fortuna de la anciana. Ante eso, la falsa médium y su compinche deberán encontrar al heredero, y esto los llevará a
sumirse en una peculiar situación, cuando encuentren a otros dos individuos de
dudosas actividades, poniendo en impensado peligro la recompensa que persiguen,
y sus vidas mismas. Ciertamente no es el mejor de sus trabajos, pero contiene
mucho de lo que significó el arte del director, es una obra que responde a
todas sus directrices, es un trabajo memorable, es la despedida de uno de los
genios mayores del cine, y ese solo hecho ya hará al individuo indicado,
decantarse por ver el filme sin dudarlo un instante, y vaya que lo disfrutará.
Blanche Tyler (Barbara Harris) se
encuentra trabajando, está en plena sesión espiritista con la anciana Julia
Rainbird (Cathleen Nesbitt),
contactando a sus difuntos parientes, entre ellos a su difunta hermana. Se llega
a concluir que el hijo de la hermana, un bastardo que Rainbird se esmeró en
ocultar por vergüenza, un desheredado y privado de todo lo que le correspondía,
debe ser encontrado y vuelto heredero; Blanche deberá encontrarlo, a cambio de
suculenta recompensa. Ya afuera de la casa de Rainbird, se encuentra con su
amante, George Lumley (Bruce Dern),
basto taxista, ambos son timadores, ella es una farsante, pero a George le
brillan los ojos cuando se entera de la recompensa, $10,000, ambos
buscarán al sobrino perdido. En otra locación, Fran (Karen Black), es una
farsante, se reúne con unos individuos, un magnifico diamante de gran valía ha
sido robado, y ella, tras tomar el diamante, se dirige a un campo de golf, donde
se reúne con su amante, Arthur Adamson (William Devane), tiene a
un individuo singularmente atrapado. Ambos son
timadores también, se retiran a su cuartel y coartada, una joyería, donde ocultan
la valiosa joya.
George investiga y llega hasta la
pista de la hija del viejo chofer de los Shoebridge, clan del personaje buscado, visita las tumbas de la
familia. Averigua que el
heredero, Edward Shoebridge, desapareció, y nunca se encontró
su cadáver. Luego da con Joseph P. Maloney (Ed Lauter), mecánico
directamente relacionado al difunto, él ordenó y pagó su tumba. George piensa
que Edward sigue vivo, y no se equivoca, pues Maloney se reúne luego con Adamson,
él es el personaje escondido. Inquietos, Arthur y Fran investigan al taxista y Blanche, constatan que
buscan al perdido sobrino. Maloney luego cita a George para decirle valiosa información,
pero es una trampa, le arruina sus frenos, vive de milagro, y en la carretera,
al intentar atropellar a ambos, el mecánico se desbarranca y fenece. La viuda
Maloney cuenta a George la verdad, que Edward Shoebridge sigue vivo, es
Adamson, pero el taxista prefiere esperar para actuar. Blanche da con su casa, habla con él, le
dice que es el heredero de millones, pero ve a un drogado sacerdote, ella también
es drogada y secuestrada. George finalmente la encuentra y rescata, los
villanos son reducidos, y Blanche encuentra el diamante escondido.
De esa forma, su protagonista es
un chabacano individuo, basto taxista, vulgar personaje que configura la cómica
y paródica figura de investigador, fumando la pipa incluso, una burlesca
versión de Sherlock Holmes, premeditadamente configurada para ser risible, cosa
que ciertamente consigue, el estupendo realizador se permite pues jugar con los
personajes, y no perderá la oportunidad de figurar también, con su peculiar,
inconfundible e inmortal silueta mítica asomándose en determinado momento del
filme. Así como hiciera en la magistral e inmediatamente anterior cinta, Frenesí (1972),
un Hitchcock ya adaptado a la modernidad, nos desvela prontamente el misterio principal de
la historia, ya sabemos que Adamson es Shoebridge en realidad, por lo que el
misterio en ese aspecto queda prontamente diluido, y por lo que otros aspectos
del filme cobrarán fuerza e importancia. Símilmente a la cinta antes citada,
Hitch hará gala de su descomunal dominio de la cámara, el trabajo de cámara
hace que la inquieta lente se mueva con soltura, llegando a ángulos precisos, y
estudiando y mostrándonos, con sus movimientos, la acción que sucede. Nuevamente
el gran británico a su vez realiza una exquisita construcción de sus imágenes, la limpieza y elaboración de sus imágenes en la etapa final de su carrera es
pasmosa, y consigue esto una exquisita y cada vez más depurada estética, barroca su estética gracias a la soberbia armonía y el excelente uso cromático
que realiza Hitch, descollante en este apartado el genial director, la escuela
británica se revigoriza con el septuagenario genio. Y claro, está además la banda sonora,
sutil, pero mórbida, intrigante a más no poder, elegante pero que desliza
ciertas retorcidas intenciones, pues es un filme bizarro; como siempre, Hitch
escoge bien su acompañamiento musical, que potencia y da mayor identidad a su filme.
De esta forma se construye una cinta de personajes cómicos y ridículos, donde
un par de parejas, con aparentemente nada en común, se ven batallando
impensadamente, duelo de timadores y farsantes, una falsa vidente, un taxista
vulgar, y dos ladrones de joyas, y como es usual, la tensión y el suspenso
están diseminados y se distribuyen por el filme, enriquecido con el singular
humor del realizador, que, entre las licencias que se toma en su cinta, produce
el final en el que la falsa médium al parecer no era tan falsa. Ciertamente
algunas licencias se permite, y en el aspecto moralizador, que el buen Chabrol
defendiera en su momento de Hitch, se permite el director que los facinerosos
terminaran ganadores, acaben felices y con su objetivo logrado, ellos son los
ganadores. Soy partidario de que la magnífica Frenesí es ciertamente la gran despedida de la luminaria británica,
ese fue el compendio de todo su descomunal genio, pero queda ésta como su cinta
final, corolario por unos llamada obra menor, por otros bastante apreciada, yo me inclino
por el segundo grupo, es una obra que naturalmente no alcanza el nivel de las
obras cumbres de Hitch, pero es un muy decente
ejercicio de sórdido cine. El inigualable maestro se despedía, severa
pérdida para el cine, Hitchcock, con este filme puso colofón a una de las
andaduras cinematográficas más distinguidas y magnificas. Gracias al brillante
e inmortal Hitchcock, hasta siempre, único maestro.
Hitch y sus infaltables cameos. |
La mítica e inconfundible silueta del suspense. |
No volvería a dirigir el descomunal británico. Sensible sería su ausencia. |
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