viernes, 6 de abril de 2012

¿Qué? (1972) - Roman Polanski

Tras la mórbida y sangrienta La Tragedia de Macbeth (1971), con la que Polanski volvía al cine tras el traumático incidente de su mujer, continúa el polaco con su regreso al séptimo arte, con este singular ejercicio que a más de uno habrá dejado perplejo, considerando que es inmediatamente posterior a la cinta antes citada. Ejercicio de surrealismo puro, de situaciones absurdas, en las que la razón, las causas de la acción, quedan relegadas al último plano, y es la propia acción la que pasa a ser lo más importante, el delirante centro de todo. Nos introduce la cinta en el irreal mundo de una mujer, una turista yanqui, que haciendo autostop, casi es ultrajada por tres sujetos, y huyendo, termina llegando a una singular residencia, acomodada morada de un sujeto, residencia en la que habita la más variopinta y estrafalaria colección de personajes, que la van sometiendo a surreales situaciones -las que encara, mayormente, con notoria semi desnudez-, que terminan por abrumarla, y ella escapa. La cinta queda inevitablemente impregnada por el seductor hecho de ver a Marcello Mastroianni dirigido por Roman Polanski, ese solo hecho hace a uno maquinalmente seleccionar la cinta y verla, es una reacción que impulsó a quien escribe a verla. Junto al descomunal Mastroianni están Sydne Rome como la huésped en la estrafalaria casa, y el buen Hugh Griffith como el dueño de la residencia, para materializar un notable y peculiar ejercicio de Polanski, en el que él mismo tiene participación actoral.


         



Comienza la acción con una fémina, Nancy (Rome), que está siendo transportada en automóvil, es una turista norteamericana viajando con tres italianos, quienes intentan violarla, pero ella logra escapar, llegando a una suntuosa residencia, cerca al mar, donde rápidamente consigue alojamiento, y va conociendo a algunos de sus habitantes. Pasa su primera noche ahí, escribe sus vivencias en un diario, y deambula por la casa, semidesnuda, topless. Llega hasta una mesa en un exterior, donde ve otras mujeres, semidesnudas también, sirve un té a Alex (Mastroianni), y desde el balcón del jardín de la gran casa, unos jóvenes advierten a Nancy que se cuide de Alex, también llamado Coco, que la invita a reunirse únicamente los dos, a tomar té. Evaden a los jóvenes, ella sigue escribiendo en su diario; anda desnuda por la casa; una pareja tiene sexo delante de todos, ella atrae a los hombres; en una playa, un sacerdote la sermonea. Aparece Mosquito (Polanski), en el jardín, que también le advierte de Alex, pero la lleva hasta su torre, donde, ya solos, éste se viste de tigre, y tienen singular coito. Tras el sexo, Alex la despacha rápidamente de su cuarto, se citan al día siguiente, Nancy sigue escribiendo en su diario, y encuentra una pareja de yanquis.




Mientras duerme en la playa, a Nancy le roban sus pantalones, por lo que deambula ahora usando una camisa de pijama del dueño de casa, y nada más, siempre semidesnuda. Conoce al supuesto mayordomo del dueño de casa, con quien tocan Mozart en el piano, y va experimentando ciertos deja vus. Busca a Mosquito, quiere sus pantalones, y cuenta al sacerdote todo lo que le sucede. Luego, todos se reúnen a comer afuera de la casa, está presente el dueño de casa, Joseph Noblart (Griffith), personaje viejo y enfermo, que rápidamente se fija en la bella Nancy. Poco después, un demente Alex pedalea con Nancy en el mar, y luego, en la playa, la golpea preguntando por un pasaporte, absurdo interrogatorio vestido de pirata y oficial, tras lo cual, vuelve a tocar Nancy una pieza de Mozart con el mayordomo, es otro deja vu. Llega una hermosa y enorme pintura a la casa, devuelta por llegar por error, Noblart cita a Nancy, quiere su camisa de pijama; ya juntos, le habla de contagios, conversan, ambos tienen cierta afinidad, le habla el anfitrión de su enfermedad y angustia, y la hace mostrarle sus partes intimas, tras lo cual, fenece satisfecho. Posteriormente, todos persiguen a Nancy, que, desnuda otra vez, huye, dejando el cadáver de Noblart, que es descubierto, y Nancy se aleja, deja a Alex diciéndole que es hora que termine la película, una película llamada ¿Qué?




Es una cinta marcadamente surreal, en la que se prescinde de la lógica, en la que la razón es lo último que importa, somos introducidos prontamente en ese surreal universo, una mujer que ve insectos inexistentes, que combatirá con insecticida, una lata que arroja crema de afeitar o algo afín, una cama en la que se inserta un lapicero, que desaparece, es un mundo en el que un perenne sonido lo inunda todo, una suerte de grillo que no deja de desquiciar a Alex. Dentro de las muchas imágenes que deja la cinta, encontramos un obvio pero fuerte simbolismo, a Mastroianni, Alex, invistiéndose con la piel de un tigre, y, tras hacer que ella lo azote, el tigre posee a Nancy, hermosa fémina objeto de deseo para todo hombre que en ella pose la vista. Son situaciones sin sentido, es un desfile de situaciones delirantes y surreales, todo nace, todo tiene el motor, si se puede considerar como tal, al hecho de que una extraña mujer, una yanqui, turista norteamericana, está quedándose en una casa donde es una extraña, y, sin más, pasa noches y días ahí, en medio de los pintorescos y estrafalarios habitantes de ese lugar. Ella misma se vuelve parte de la singular fauna del lugar, es una mujer hermosa, que deambula gustosa y tranquilamente sin ropa por la casa, rápidamente se desnuda, rápidamente deja mucha de su piel a la vista, otra evidente imagen simbólica. Deja al descubierto su esbelta figura, y también, por momentos, su copioso vello púbico, y, en lo sucesivo, se desplazará sin mayor preocupación en topless, con los pequeños senos al aire, la desnudez abarca su parte superior a veces, y la inferior otras, sus piernas, en la segunda parte de la cinta, donde únicamente la camisa de pijama del anfitrión compone su vestimenta.





Su desnudez, empero, jamás roza lo burdo, no hay vulgaridad ni pornografía, sino una sutil y constante insinuación, un delicioso erotismo, carnalidad y sensualidad, su desnudez se vuelve parte innata del escenario, hasta el punto de ser impensable verla vestida. La vista del otro visitante de la extravagante casa, la vista del espectador, se pasea tentadoramente por su perennemente expuesta piel, es una fémina que despierta deseo, y transmite sexualidad, poderosa sexualidad que se materializa en una de las secuencias iniciales cuando hasta un gran cánido se acomoda bípedamente, deseoso de copular con la mujer, irresistiblemente sugerente carnalidad la suya. Polanski nos introduce en esa extravagante casa con una parsimoniosa cámara, que se desliza lenta y airadamente por los pasajes y alrededores de la residencia. A esas poderosas y fuertes imágenes, se suma un elemento inusual y novel en el Polanski de aquellos años, un abrumador cromatismo, pero un vivido cromatismo, de colores brillantes y vivos, donde predomina el verde del omnipresente jardín, que denotan un muy sorpresivo optimismo, casi un gusto por la vida, casi paradisíaco escenario. En una residencia lujosa ubicada junto al mar, se materializan las imágenes del extenso y hermoso mar, fusionándose con un celeste cielo, resulta de notar ver por vez primera a Polanski realizando un ejercicio de esta naturaleza, y, de nuevo, la sorpresa se potencia considerando que es apenas un año posterior esta cinta a La Tragedia de Macbeth (1971), filme donde con arrebatadora crudeza se plasma todo el sufrimiento y turbulencia de la fresquísima experiencia de Sharon Tate y Charles Manson; se siente el presente filme como una redención de Polanski de toda la carnicería y sangre del anterior ejercicio, es como volver a una existencia donde hay vida, donde hay calidez, y las imágenes de esos infinititos mar y cielo no dejan lugar a dudas a ese respecto, estando aún fresco el macabro incidente.




Ni hilo conductor, ni coherencia, ni trama, ni narración convencional, todo simplemente va fluyendo, todo es un desfile de situaciones surreales, de delirantes momentos sin punto común o conexión, es uno de los ejercicios más surrealistas que se haya observado de Polanski, rodeando el absurdo, pero un absurdo, aunque suene ilógico, con sentido, pues no se debe buscar una explicación racional a los eventos. Es un surrealismo que hace recordar por momentos a la delirante y exquisita, Callejón sin salida / Cul-de-sac (1966), por supuesto, con la enorme diferencia visual y estética correspondiente, pero con las temáticas y directrices que se sienten afines, y que, sin dudas, recuerdan por momentos al delirio surreal de un dómine del asunto, el ibérico Luis Buñuel. Se permite incluso Polanski jugar con conceptos filosóficos, los deja vus y la insinuaciones que algunos han querido ver como Nietzscheanas, el eterno retorno, y la evidente referencia al principio de Heráclito, y cómo no pueden ser deja vus, pues un hombre no puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río; hay, pues, una evidente presencia de fuerzas filosóficas en juego. Termina el director su cinta de una forma perfectamente coherente a la misma, y de ahí que haya yo afirmado líneas arriba, que su aparente desvarío, que su ejercicio absurdo, dentro de todo, tenga lógica, cuando veamos a la mujer escapando del cine, escapando del absurdo y casi saltando al mundo real, prácticamente habla con nosotros, afirmándole a Alex que se va, que no puede regresar pues es hora de que termina le película, una película que se llama ¿Qué?; Polanski juega con la realidad y el espectador hasta el final, el maestro nos desafía hasta el final. De más está decir que Mastroianni se luce, uno de los grandes actores de su generación realiza una interpretación digna de deleite, con las ridículas situaciones, con su siempre elegante actitud que se entremezcla con ese ridículo, pero que jamás pierde su clase y distinción; todo un señor actor, cuya sola presencia realza la cinta, y materializa los memorables fotogramas de verlo junto al propio director, que se da el gusto de dirigir y actuar junto a Marcello. Aceptable es asimismo la actuación de la bella Sydne Rome, y Hugh Griffith aporta toda su experiencia y seriedad también en su personaje, su presencia dota de exotismo y mayor extravagancia, si es posible, a la película. Aliado con su siempre incondicional guionista Gérard Brach, Polanski configura uno de sus más singulares ejercicios, y una cinta que se vuelve imposible de resistirse a visionar.













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