domingo, 1 de abril de 2012

El cuchillo en el agua (1962) - Roman Polanski

El descomunal polaco Roman Polanski iniciaría su brillante camino como cineasta, pondría la primera piedra a su filmografía, con esta cinta, su primer largometraje, y un ejercicio que ya denotaba que se estaba viendo a un genio del cine, un diamante en bruto que no tardaría mucho en explotar completa e inconteniblemente. Una cinta en la que, como todo excelente cineasta que se precie, siendo su inicial filme, permite ya vislumbrar muchas de las directrices y lineamientos definitivos por los que el cine del polaco se movería el resto de su trayectoria artística, o al menos, la mejor parte. Narra Polanski una historia ciertamente sencilla, en apariencia no compleja, un matrimonio, que no atraviesa precisamente su mejor momento de pareja, se embarca a un viaje en yate, pero con lo que no cuentan es con encontrar a un joven, irreverente y vigoroso, desafiante, que desatará las situaciones más impensadas dentro de la convivencia matrimonial, sucediendo todo en el reducido espacio del yate del esposo. Cinta rodada en la tierra del director, Polonia, antes del conocido recorrido global de un director omnipresente, en la que utilizaría a un actor tremendamente prolífico, su coterráneo Leon Niemczyk para representar al esposo, a Jolanta Umecka, una desconocida y de escasa producción, pero atractiva actriz como la esposa, y a Zygmunt Malanowicz como el joven que desencadenará los eventos más tensos para la pareja. Es una estupenda cinta, no tan accesible como posteriores obras de su director, por lo mismo que se revaloriza, y se vuelve más apreciable, más vigente, una joyita, la primera película de Roman Polanski.

          


Una pareja se encuentra avanzando en un auto, conversan, mientras su parabrisas refleja los árboles pasar y los créditos son mostrados. Son Andrzej y Krystyna, que, en su camino, encuentran a un joven (Malanowicz), que está haciendo auto stop, al que por poco atropellan, pero a quien finalmente recogen y transportan con ellos. Es un despreocupado personaje, evita siempre, como dice, aburrirse. Viajan los tres juntos hasta llegar a un puerto, al yate de la pareja, y cuando el joven se estaba ya retirando, es llamado e invitado a compartir su travesía. Zarpan en al yate, al joven no le gusta recibir órdenes, pero pasan el tiempo, y regresan a tierra temporalmente. Zarpan nuevamente, el joven se muestra aburrido e impaciente mientras la pareja la pasa bien, o eso parece, y siempre está contradiciendo a Andrzej, ya sea en sus órdenes o con sus acciones. Pero después, tienen un problema cuando se inicia una tormenta, lo que los obliga a parar la nave y permanecer quietos unos momentos.




Allí, en ese claustro obligado, juegan a las cartas, juegan con unos palitos chinos, a tirar un cuchillo, propiedad del joven, Krystyna canta para el joven, y éste a su vez recita poesía, hasta que se queda dormido. Al día siguiente, ambos solos arreglan el cabo del yate, mientras el esposo duerme, y poco después, al coger éste el cuchillo del joven, se desencadena una pelea por el arma, que llega hasta los golpes, y en la que el dueño del cuchillo termina cayendo al agua, y supuestamente no sabe nadar. Lo creen ahogado, pero el avezado muchacho se esconde en una boya, y cuando Andrzej va a buscarlo, temiendo haberlo asesinado, y luego con la policía, el joven regresa al yate, a solas con Krystyna, hablan, y ella es seducida por él besándose primero, consumando el adulterio después. En tierra firme, el joven se retira sin mayor ceremonia, afirmando que seguirá con sus actividades de auto stop, mientras Krystyna encara a Andrzej, que está en la orilla, esperando a su esposa. Se marchan los esposos, otra vez, en auto, la mujer cuenta incluso a su esposo el adulterio, que prefiere creer que es una mentira, mientras ambos se retiran en el vehículo.






El genial director de esta forma presenta su relato sobre un matrimonio en una pequeña crisis, se ven inmersos en un alejamiento que los va consumiendo, y que al llegar un tercer personaje, terminará por estallar. Bien, ese es el mero planteamiento de la trama, sin embargo la cinta encierra muchísimo más que esos mundanos acontecimientos, son las cosas que se advierten detrás de ese esqueleto narrativo. Polanski ya plasma muchas de sus obsesiones, tanto iniciales como de toda su trayectoria, la angustia del encierro, la angustia claustrofóbica, que se retrata en un paradójico encierro dentro del inconmensurable y vasto mar, un encierro que se da dentro de las paredes del yate, que se vuelve el microuniverso donde se desenvuelven los tres impensados compañeros de cuarto, uno de ellos, completo desconocido para los esposos. Retrata el director tan inverosímil situación, que es uno de los temas recurrentes, que ya están presentes desde su inicial etapa, que comenzaba ya a retratarse, en una historia de argumento más bien sencillo, sin demasiada complejidad, y es que la complejidad del filme se encuentra en el tratamiento que le da Polanski a su relato. La atmósfera de la situación es de incomodidad, de tensión, de atracción reprimida, y es por esa auto represión que se hace cada personaje, por ahogar sus verdaderos sentimientos y pasiones, que los parlamentos de los protagonistas pasan a ser artificiales, nimios. Y es que es una cinta de aquellas en la que los diálogos pasan a ser casi pueriles, relegados a un segundo plano, sin importancia, pues lo verdaderamente importante es lo que sucede, lo que subyace a esos someros diálogos, las situaciones, que no necesitan de palabras para suceder. Lo que no se dicen los personajes es lo que conforma la atmósfera, el ambiente, la tensión, sus reprimidos deseos, una tensión que parece que podría cortarse con un cuchillo…







Asimismo, se potenciará y refinará esa atmósfera con un singular uso e inserción del jazz del músico Krzysztof T. Komeda, una delicada música que también sabe volverse frenética, que sabrá generar un confort morboso, relajamiento, estilizando esa tensión tan palpable, en momentos tales como cuando el barco se mueve sin control al estar el inexperto joven al mando, o cuando éste cae al agua supuestamente sin saber nadar. La música crea un ambiente de sospechosa sofisticación, y de paso genera una incertidumbre en la que nos envuelve, de no saber qué sucederá en una situación al parecer sin mayor importancia. Otro aspecto descollante de la cinta es la creación de sus imágenes, uno de los fuertes de Polanski, es la forma en que se materializan planos de fondo poderosos, apreciamos un sobrecogedor y omnipresente mar que refleja hermosamente el sol, el sol se dibuja y se difumina zigzagueando su figura en el mar, fulgurante figura en la que se enmarca muchas veces a los protagonistas, y esto genera también claroscuros cuando se combinan con el cielo, un cielo invadido por nubes blancas, son hermosas imágenes donde un atractivo contraste queda fuertemente plasmado. Resalta la creación de imágenes potentemente simbólicas, y las metáforas encerradas en ellas, principalmente con el joven que blande por varios segundos el cuchillo, un cuchillo que es inútil en el agua, pero él, que representa al cuchillo, está ahí, y sí que mucho ha de hacer. Ese mismo cuchillo poco después irá a parar al agua, ilustrando el título de la cinta, y de paso desencadenará la acción más importante y uno de los clímax narrativos de la cinta, el adulterio al que la atractiva mujer finalmente cede y se entrega con un deseo que ya se había ido reprimiendo prácticamente desde que lo conoció. Las miradas, que dicen mucho más que las palabras, delatan a Krystyna, observando con beneplácito al joven trepar a lo más alto del yate, lo observa compitiendo con su esposo, disfruta con su intento de poesía, ella lo desea, y su deseo va creciendo gradualmente, hasta estallar ya irreprimible cuando se encuentran solos, liberando todo el fuego, y despidiéndose, al final de la aventura, sin mayor importancia del tunante, para el que lo sucedido no ha sido más que un mero incidente en uno de tantos aventones que pide, mientras para ella, es un incidente que quedará encerrado como algo a lo que se prefiere considerar un invento, pero que fue muy real.









Esos sentimientos reprimidos conforman el corazón de la cinta, sobre ese eje se construirá su ambiente, la atmósfera, que es  importantísima dentro del cine polanskiano, y es así que vemos a ambos rivalizando por la mujer. De esta rivalidad nacen las casi infantiles competencias que realizan ambos varones por la fémina, uno haciendo alarde de su juventud y del vigor propio de su condición, su actitud desafiante, y el otro, el esposo, más pensante, más inocuo, más aburrido a los ojos de su mujer, compartirán más de una vez, y todo el tiempo percibiendo y entendiendo perfectamente ella lo que está sucediendo, siempre sin palabras. El poderoso clímax de esta naturaleza y de esa situación, es sin duda la soberbia secuencia en la que se refugian en el yate durante la tormenta, una base de la que se generan momentos sublimes, se maximiza la tensión, como cuando el joven observa a la esposa desvistiéndose, esto es advertido por su marido, y el joven continúa su observación, mal disimulada con un juego de matar a un insecto, y otra vez, la tensión que se puede cortar con un cuchillo... Posteriormente, ella le canta una canción al joven, el esposo, harto a más no poder, escucha la radio con audífonos, un acto de desprecio, un ridículo desprecio que no puede remediar ante la situación, y poco después, su mujer escucha unos versos escasamente poéticos recitados por el desafiante oponente, mientras Andrzej prosigue su absurdo escape del subliminal lenguaje que emplean sus acompañantes. De ahí es que nace también la característica en la que el director se centra y obsesionaba con las más mundanas acciones, como los personajes jugando con unos palitos, no sabiendo de qué hablar, y cuando lo hacen, lo hacen meramente como un vano esfuerzo de diseminar la tensión entre ellos. Se regodea en acciones cotidianas, simples, su cine muestra esa simpleza, es cine que nace de esa simpleza, desprende lo ya analizado, imágenes perfectamente cotidianas, y para ello ayudan sensiblemente esos ya presentes ”planos inferiores” que luego volveríamos a apreciar en Repulsión (1965), con encuadres inferiores de notoria presencia, mostrando los pies de los protagonistas en movimiento, remarcándose ese aire de simpleza.




Un cine hermético, un mundo impenetrable, el mundo hermético de una pareja matrimonial que ve las fisuras de su unión desnudadas cuando llega un intruso, un matrimonio que desde el comienzo ya se advirtió conflictivo, y la irrupción del joven simplemente agudizará todo. Desde el inicio nos da ya unas pistas de lo que estamos viendo, en la primera secuencia, un matrimonio que habla dentro de su auto, y que no podemos escuchar, son palabras mudas las que se “aprecian” entre los esposos, se va desprendiendo un aislamiento y un hermetismo, se trata de un matrimonio disfuncional, desde el comienzo queda claro eso, discutiendo, lanzándose indirectas, sutiles, pero determinadas y patentes. Se manifiesta otro elemento perfectamente polanskiano, un elemento en el que no he visto a otro director fulgurar de igual forma que el polaco, el cine en espacios mínimos. Una cinta que sucede en un yate, son reducidos espacios los que el director necesita para crear todo su arte, en sus primeros filmes, naciendo con el presente, y continuando con Repulsión y Callejón sin salida (1966), vemos una de sus especialidades, reducirnos a nosotros también a un micro universo, espacios menores que de alguna forma consigue que se desvanezcan, y que no notemos ese reducido ambiente, pues es tanto lo que sucede, es tan poderoso el interior de los seres que en él se desenvuelven, que realmente esto último es lo que prevalece. Polanski cierra su filme con la adúltera esposa que cuenta su infidelidad al engañado, se la cuenta directamente, pero éste prefiere obviarlo, prefiere creerlo una mentira, y se retiran parsimoniosamente, a seguir con la única y verdadera mentira, su matrimonio. Uno de los mayores y más fascinantes directores europeos de las últimas décadas iniciaba su estupenda andadura cinematográfica, Roman Polanski comenzaba su filmografía, aún antes de emigrar a tierras inglesas, francesas, ni yanquis, es decir, su mejor faceta, de lejos. El genio ya había despertado. Esta es la primera probada de ese genio, película imperdible, de difícil acceso, pero una vez descubierta, es necesario visionarla, y disfrutarla.


                                                                     
 



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