martes, 3 de abril de 2012

El baile de los vampiros (1967) - Roman Polanski

Cuarta cinta del gran polaco Polanski, en la que al parecer la idea de la comedia sórdida, de la comedia negra, había calado en el director, y todavía seguía con ese gusto, tras haber realizado ya un ejercicio anterior, con Callejón sin salida (1966). Siempre coherente con su estilo, con sus directrices, y perfeccionando y delineando más por supuesto algunos aspectos que irán haciendo a su cine cada vez más contundente, personal e identificable. En esta oportunidad Polanski realiza un ejercicio de sátira, de burla a las por entonces vigentes, pero ya comenzando a devaluarse, películas de vampiros, y nos recrea un fantástico mundo, en Transilvania, en un castillo y con un conde vampiro, todos los elementos clásicos de una cinta del género, pero con la salvedad de que es abordada con una deliciosa clave cómica, cuando un singular profesor, especialista en vampirismo, vaya hasta un castillo en busca del mencionado conde, con la ayuda de su cobarde e inexperto ayudante, interpretado por el propio director, en una muestra de su conocida faceta actoral. Uno de los personajes del oscuro castillo sería nada menos que Sharon Tate, futura mujer de Polanski, a la que conoció para esta cinta, y durante el rodaje nacerá el romance, que tendría el macabro y trágico final que todos conocemos dos años después. Motivos sobran para ver y disfrutar una película memorable dentro de la filmografía de este imperdible director polaco.

      


Una voz en off nos introduce a la historia, un carruaje avanza, ahí va el profesor Abronsius (Jack MacGowran), especialista en vampiros, y su ayudante Alfred (Polanski), ambos han recorrido Europa, y el profesor es considerado por sus colegas como un chiflado, por su obsesión con los chupasangres, y ahora, en Transilvania, algo bueno se avecina. Ambos llegan a una posada, donde se calientan del gran frío que impera, y obtienen una buena habitación. Allí, el posadero del lugar, Shagal (Alfie Bass) tiene problemas con su hija Sarah (Tate), extremadamente hacendosa joven que atrae a Alfred, cantando una bella melodía. Es una posada singular, con extraños inquilinos, y Abronsius encarga a Alfred siga a uno de los más extraños, un jorobado, que al llegar a cierto punto, aparece ensangrentando. Después, Sarah va a ver a Alfred a su habitación, pues afirma estar demasiado aburrida, y toma un baño allí, durante el cual aparece el conde von Krolock (Ferdy Mayne), entra volando por el techo, la muerde y se la lleva. Al llegar Shagal, se lamenta, sabedor de la existencia del conde, pide devuelva a su hija. Poco después, otro habitante de la posada aparece con extrañas marcas de dientes en las muñecas, Abronsius sabe se trata de vampiros, y quiere atacar al primero que vea con estacas, empieza a dar las indicaciones del caso a Alfred. Después se movilizan hasta un alejado castillo, en el que vive el conde von Krolock.




Ya adentro, el conde se declara admirador del profesor Abronsius y de su trabajo, y les presenta a su hijo Herbert (Iain Quarrier), ellos se hospedan en el castillo, y Alfred empieza a escuchar una canción, la que Sarah cantaba antes. Ambos están algo paranoicos, mientras el conde y su hijo descansan en las noches en unos ataúdes, servidos por el jorobado, Koukol (Terry Downes), que es su mayordomo. Amanece, y Abronsius piensa que es Koukol el vampiro, busca su cripta, logran ubicar la locación de la misma, pero el jorobado es custodio del lugar. Ante eso, ambos trepan por los techos, y llegan hasta la cripta, ven los ataúdes, y encuentran al conde y su hijo, pero además, inesperadamente también a Shagal. El inepto profesor se queda atorado en una ventila de la cripta, y Alfred, el encargado de clavar estacas a los vampiros, es incapaz de hacerlo, y sigue oyendo el dulce canto de Sarah. Encuentra a la fémina, que sigue con vida, y quien le cuenta que esa medianoche se va a realizar un gran baile en el que todos estarán presentes, Alfred está feliz de ver a Sarah, y va a rescatar al atrapado profesor. Poco después, el afeminado Herbert intenta morder a Alfred, pero éste escapa, y con Abronsius encuentran una suerte de gran panteón, con los habitantes de los ataúdes que se levantan, pero von Krolock los encuentra, encerrándolos en una torre. Iníciase el baile, los vampiros danzan en conjunto, los cautivos logran salir, se disfrazan y mezclan entre los vampiros, son descubiertos, consiguen escapar con Sarah, pero ésta muerde a Alfred, mientras Abronsius maneja el carruaje sin imaginar nada.




Peculiar y excelente comedia la que nos presenta Polanski, un humor estupendo, acorde a las temáticas y cánones del director, siempre moviéndose por el sendero oscuro, en ese mundo extraño y surreal, una tenebrosa Transilvania. Somos introducidos primero a una bizarra posada, en la que en cada esquina se encuentran colgando collares de ajos, además de extraños habitantes, sus inquilinos se presienten como seres extraños, comenzando, claro, por ese aberrante jorobado, y conforme se avanza en la cinta, va quedando claro que los habitantes de se lugar saben mucho más de lo que dicen. Y Polanski se encarga de satirizar y burlarse con su finísimo estilo del género del cine de vampiros, conservando por supuesto los elementos imprescindibles, esgrimiendo los elementos infaltables e ineludibles de una cinta de esta naturaleza, pero recreando y regodeándose en personajes ridículos que el director crea. Son figuras ridículas, empezando por un vampiro judío que se ríe cuando se le muestra el crucifijo, afirmando que eso no se le muestra a un vampiro, pero nunca superando al hijo del conde, pues uno espera siempre encontrar un vampiro temible, espeluznante, terrorífico y con la elegancia de los vampiros de antaño, pero uno no cuenta con toparse con un vampiro de más que dudosa virilidad, afeminado y que se siente atraído por el joven Alfred. Su propio padre, el conde von Krolock, se advierte como un vampiro estrafalario, burlesco, que no llega al ridículo de su hijo, pero se siente una figura ya transgresora obviamente de la clásica y maligna imagen del conde chupasangre. De esta forma, muestra a los vampiros con un satírico bosquejo como no habían sido jamás mostrados, son un manojo de ridículos y amujerados personajes.







La deliciosa  manera en que el director delinea a sus personajes continúa con el extravagante y poco ortodoxo profesor Abronsius, sus propios colegas lo consideran un chiflado, es un caricaturesco y burlesco caza vampiros, hasta ahí se ha visto reducido lo que podría se considerar una sátira de Van Helsing, el famoso cazador de monstruos que lucha, entre otros, contra Drácula. Y para ayudar al excéntrico profesor, se encuentra Alfred, su asistente que lo sirve en todo, es cobarde, joven y algo torpe, y el propio Polanski lo interpreta, como siempre, de correcta forma -como actor también tiene prolífica producción-, siendo imposible que deje de sorprender ver a tan jovencísimo hombre, sabiendo que ya ha rodado las cosas que se conocen ha realizado. Ambos protagonizarán y se verán inmersos en ridículas circunstancias, como ver a Abronsius colgando de una pared, atrapado en una ventila, y el pusilánime Alfred lo olvida mientras se queda embobado con Sarah; el enajenado profesor dirige a su ayudante que lo obedece en todo, y llegan al máximo delirio descubriendo al grupo de vampiros en su danza. La cinta no llega a ser una comedia per se, ni siquiera es demasiado hilarante -aunque sí que tiene delirantes segmentos de esta naturaleza-, pero es una efectivísima sátira, es más un terror benigno, con elementos comediescos tales como las ligeras insinuaciones de slapstick, con las caídas y morisquetas que realizan los personajes así como algún momento de fast motion, lo que le da un multiplicado efecto de comedia y sátira. En el apartado de personajes no se puede dejar de mencionar a Sarah, singular mujer obsesionada con el aseo, antiséptica a más no poder, e interpretada por Sharon Tate, que es aquí descubierta por Polanski, su futuro esposo. No dejan de tener tintes bizarros las secuencias de tierno emparejamiento de ambos, sabiendo el brutal y macabro final que no poco después tendría la hermosa pelirroja a manos del sanguinario demente satánico Charles Manson y sus camaradas, en la orgía de sangre y muerte que acabaría con su vida, y con la del hijo de ambos que por entonces gestaba, de ocho meses. Las imágenes de ambos están repletas de las más trágicas y oscuras bizarría y sordidez..




Espectacular. Lo más macabro no acabaría siendo la ficción.


Quien conozca su historia, entenderá lo infinito de su tragedia.

Un apartado en el que la cinta alcanza niveles de excelencia viene a ser una ya perfeccionada estética, una soberbia estética oscura, tenebrosa, morbosa y bizarra. Observaremos lóbregos escenarios, un trabajo visual muy detallado en el que se advierte su arraigada podredumbre, decadencia, ya sea en la posada, pero sobre todo y especialmente, por supuesto, en el gran castillo del conde, elegante, lúgubre, maligno y gótico, donde la atmósfera, uno de los elementos clave del cine polanskiano, se siente más densa y poderosa que nunca. Acá entra a tallar también el remarcable trabajo en la música de Krzysztof Komeda -brillamte jazzista que moriría trágicamente poco después, es Polanski un director que lleva un espectro trágico consigo-, que tras su primer trabajo juntos en Callejón sin salida (1966), comenzaría ya a volverse su habitual colaborador, materializando ahora una partitura tenebrosa, pero que sabe ser comediesca, misteriosa y sórdida, y complementado las atmósfera antes mencionada. Todo este portentoso trabajo tiene su secuencia clímax casi al final, por supuesto, en la secuencia que da nombre al filme, en la danza de los vampiros, los monstruos se reúnen en su baile, en la que se ve la máxima expresión de la estética del filme, de tintes aristocráticos. Es una sofisticación podrida, que por momentos llega a recordar en su momento a ciertos trabajos del genial británico Greenaway; es en el baile de los vampiros en que se aprecia lo más potente de la estética y la atmósfera decadentes, putrefactas, bizarras. La sordidez impera en ese fantástico castillo, los zombis danzan con hilarante garbo, ellos son los elementos vivientes de la podrida sofisticación, un morboso delirio, alucinante situación, en la que, por supuesto, Polanski no podía dejar de deslizar su exquisita comedia, consigo mismo bailando y buscando a Sarah, a su Sharon, rodeados de pálidos monstruos, mientras en el espejo no se reflejaba nadie, salvo ellos dos, es la más macabra celebración. Se trata de una de las mejores películas de Polanski, siempre a la altura de su director, y siempre respetando sus directrices, plagando todo en esta oportunidad de una negra y sórdida comedia, de la que ni el célebre león de la MGM se salvó, cinta que continúa el sendero de la etapa británica del realizador, y en la que ya se comienza a vislumbrar su etapa yanqui. Siempre colaborando con su guionista Gérard Brach, la cinta es de lo mejor del director, de su etapa inicial, por supuesto, de antes de que suceda el acontecimiento que lo marcaría por el resto de su existencia; y por si fuera poco, la cinta con la que conoció a la figura central de ese macabro suceso de la vida real. Razones para ver y deleitarse con la cinta, pues, sobran.











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