El excepcional Luchino Visconti nos presenta una estupenda cinta, que se sitúa entre dos momentos, sus iniciales trabajos neorrealistas, y su posterior estilo de distinta directriz y depuración. Ossessione (1943) y La Terra Trema (1948), los exponentes que mejor encajan en el mencionado primer movimiento italiano, han quedado atrás, y si bien Visconti se sitúa siempre entre los más ilustres representantes neorrealistas, su estilo fue notablemente diferenciado a los otros dos gigantes referentes, Vittorio De Asica y Roberto Rossellini. Siendo su estilo diferenciado, y habiendo quedado atrás su etapa neorrealista, el presente ejercicio comentado, Le Notti Bianche, es un trabajo excelente, en el que aún quedan algunos resquicios de su inicial etapa, pero en la que ya comienza a tomar nuevos senderos. Basándose en la conocida novela corta del gran Fedor Dostoievski, narra a su particular manera la historia de un solitario individuo, que toda su vida ha vivido solo, aislado de la gente, sin conocer el amor, y menos la felicidad, y que ve modificada su solitaria existencia cuando conoce a una bella jovencita, con la que parece que al fin se pondrá fin a su soledad, con la que parece que su mutua compañía será a la vez mutuo alivio, pero con lo que no cuenta es que ella ya tiene dueño, un misterioso individuo al que ella esperará incansablemente. La historia, con la salvedad del cambio cultural de una cultura rusa a la italiana, que abordaré posteriormente, está interpretada remarcablemente por el genial Marcello Mastroianni, la bella Maria Schell, y el legendario francés Jean Marais, en una cinta definitivamente imperdible, recomendable y muy disfrutable.
La historia se inicia en territorio italiano, no especificado cuál, es una fría noche, en la que un personaje (Mastroianni) camina, deambula solitariamente por la calle, parece buscar compañía, sin encontrarla, completamente solo, hasta que pasa por un puente, y estando debajo del mismo, avista a una mujer (Schell), solitaria también, que solloza. El hombre se acerca a la dama, e inesperadamente son hostigados por patanes en motocicleta, de quienes él la defiende. Reacia al inicio, el hombre consigue persuadirla de acompañarla a su casa la cual está muy cerca al puente, e incluso se citan para el día siguiente. Curiosamente, cuando él se ha retirado, ella sale nuevamente al puente, como esperando algo. Después, el hombre, Mario, despierta en la pensión donde vive solo, y su único contacto es la gritona casera. En la noche, cercana la hora de la cita, Mario avista a la joven, que lo espía clandestinamente, y luego escapa de él, llegando al extremo de ocultarse en un gallinero, pero Mario logra hallarla. Indignado, Mario desea irse, pero la chica le pide disculpas, y entablan conversación. Se llama Natalia, vive con su abuela desde niña, y afirma que espera a alguien, llora por un hombre que no llega, mientras le cuenta su historia. De origen eslavo, una vez acomodadas, ahora vive solo con su abuela, rentando habitaciones. Uno de los inquilinos fue un sujeto que la deslumbró completamente, ella incluso entró a su cuarto, quería saber más de él, aunque casi siempre permanezca muda. El personaje misterioso también se siente atraído por ella, y la lleva con su abuela a la ópera.
Ella sigue embelesada, y entablan una muda pero intensa relación, que se ve amenazada cuando al día siguiente, él afirma que debe marcharse, debe irse por un año, y que si al volver, ella sigue dispuesta, podrán consumar su amor. Mario es ahora su amigo confidente, pero él la ama, y va perdiendo la paciencia por una espera interminable, la convence de escribirle una carta, pues, inauditamente, ella hasta sabe dónde vive, pero está esperando que él dé el primer paso, y Mario afirma que él mismo llevará la misiva. Pero Mario rompe la carta, nunca la entrega, y no siente ningún remordimiento por ello. Luego, a la siguiente noche, es él quien la evita, pero se encuentran nuevamente, y tras dejar atrás inhibiciones, ríen, y van a un bar, donde realizan un frenético e intenso baile. Después, finalmente parece que la pareja se consolida, Mario parece plenamente feliz, e incluso ella también, pero de pronto, ella se aparta de él, se desvanece, insiste con su interminable espera de su inquilino, le pide a Mario que se marche. Mario se harta, pierde la paciencia y se va, busca refugio inútilmente en una mujer de la calle. Más tarde, esa misma noche, vuelven a encontrarse, y ella parece finalmente abrir los ojos, entiende que no vendrá su amado inquilino, pasean en bote con Mario, que al fin cree encontrar la felicidad, e incluso nieva. Cuando todo parece perfecto, de pronto aparece el inquilino, que al fin regresó, y ella, sin dudarlo demasiado, se va con él, dejando nuevamente solo al solitario y resignado Mario.
Terminada la acción de la cinta, procederé a comentar primero los aspectos técnicos del filme, en el que resalta nítidamente, la estupendamente bella escenografía, repleta de poderosos claroscuros, fuertes contrastes de blanco y negro que genera una atmósfera surreal, de ensueño, una ciudad onírica que Visconti se encarga de generar magistralmente, hace un uso maestro de difuminación, la omnipresente niebla, la perenne bruma, lo ocupan todo, lo cubren todo, que gradualmente se funden con la oscuridad, y también nos plasman ese mundo que parece un sueño. Y ciertamente es un enigma, pues la ciudad nunca es determinada, si bien he leído alguna tentativa de identificarla como Livorno, el ambiente de los canales, las perennes aguas en movimiento, los botes a modo de rústicas góndolas, le dan inevitablemente un pintoresco y bohemio toque de Venecia, incrementando el atractivo y misterio de la ciudad, y de la película. A ese ambiente de envolvente ensueño, colabora decididamente un juego de luces y sombras tan inteligente como poderoso, en el que las sombras generalmente lo ocupan todo, generando los fuertes contrastes mencionados con las luces, pero un detalle singularmente impresionante es la forma en que las sombras se vuelven móviles, como es el caso del momento clímax, cuando Mario le declara fervientemente su amor a Natalia, es entonces que vemos, literalmente, a las sombras de la ciudad moverse, mecerse, delirantes movimientos que convierten a la ciudad en un auténtico espectáculo surreal, cual onírica alucinación, pues hasta se mueven para generar imposibles proyecciones, se mueven hasta para reflejar el agua de los canales, reflejos también dinámicos, es un trabajo de ambientación estupendo, remarcable. Otro elemento que colabora a una atmósfera casi irreal del filme es la delgada y por momentos inexistente línea divisoria entre realidad y recuerdo, entre pasado y presente, que por momentos se fusionan, excelentes transiciones del presente a recuerdos, parecen planos indivisibles, pues vemos una misma habitación que alberga ambos tiempos, o a Natalia hablándole al inquilino, y en la misma secuencia, sollozar en el hombro de Mario, fusión temporal que potencia la irrealidad, lo surreal del filme.
Mencionadas las maestrías de la puesta en escena, es pertinente señalar que toda la cinta fue rodada completamente en estudio, la maravillosa ciudad onírica y todos los efectos de ese envolvente ambiente surreal fueron fabricados artificialmente, hecho que distancia un mundo entero al filme del neorrealismo, y es clara muestra de uno de los detalles que vuelven a Visconti un neorrealista sumamente complejo, distinto y diferenciado de los demás, y al que los críticos dedicaron no pocas líneas estudiando. Abordando ahora las interpretaciones de los protagonistas, mencionaré antes que nada que lo que se está presenciando es una versionada italiana de una historia rusa, es más que obvio que, la transición de una cultura a otra, implicará modificaciones sensibles, expresivas, y lo que más interesa en este caso, culturales e interpretativas actoralmente, puesto que se reemplaza la gélida naturaleza humana del gigante país ruso, por el fuego del alma latina italiana, es natural que, el personaje frío y completamente melancólico de Mario en la novela de Dostoievski, no sea el más adecuado para un actor de las características histriónicas de Mastroianni, sin que esto signifique que su actuación sea floja, ni mucho menos. Simplemente la diferencia y distancia de una cultura a otra hace más que evidente que el personaje sufrirá también modificaciones, menciono esto por alguna crítica que he leído a la representación del genial Marcelo, pues, repito, es obvio que interpreta una versión italianizada de Mario, no se debe cometer el error de atizarle extremas gesticulaciones, o fuego intenso, pues evidentemente es una versión italiana, de una historia rusa. Dicho todo esto, la actuación de Mastroianni me parece más que aceptable, una de sus primeras actuaciones serias, empezando a ganarse a la crítica y a los directores, el italiano es excelente en su papel del solitario en busca de amor, completamente cegado por su necesidad de felicidad, de compañía, la misma que lo lleva a luchar por un amor que será imposible.
Un caso completamente diferente me parece el de Maria Schell, encantadora y juvenil, que en ese aspecto sí que encaja con el papel de Natalia, pero a la que sí considero que se le puede acusar de excesivas sonrisas, excesivas realmente, y quizás la actriz lo hizo para realzar las características de un personaje con evidentes desequilibrios emocionales, que se traducen en súbitos desórdenes y cambios de actitudes, yendo de un extremo a otro, casi bipolar, escondiéndose en un gallinero, para segundos después caminar con el pobre Mario, y por supuesto, sin perder jamás esa demasiado omnipresente sonrisa. Cierto es que se trata de un personaje de una jovencita, ingenua, insegura, que vive, literalmente pegada a las faldas de su abuela, y esa inexperiencia es la que la convierte en un ser tan maleable y voluble, sin embargo, considero que la Schell pudo haberle dado otra dimensión al personaje, sin la necesidad de estirar el rostro de oreja a oreja tan a menudo. Para terminar con el apartado de actores, completa el tándem el excelente actor francés Jean Marais, que aunque aparece efímeramente, sin duda realza la cinta, con su distinguida presencia, y claro, su actuación, el misterioso, lejano y casi hierático inquilino que tiene más que embelesada a Natalia, completando un triángulo amoroso donde siempre tuvo las de ganar. Para terminar, hay una secuencia que resalta entre las demás, la secuencia del frenético y salvaje baile de Mario, en un ambiente en el que todos son jóvenes, vestidos informalmente, todos bailan como en un ritual sin palabras, en el que irrumpe un al inicio inseguro Mario, y ahí es que vemos al genial Mastroianni, en una competencia sexual, desafiando a la juventud, silencioso ritual de cortejo, que realiza algo torpe, histérico, explosivo, se cae, se levanta, brinca, marca su territorio, y se lleva a su chica. Minutos animalescos, donde la canción "Thirteen Woman", de Bill Haley ambienta auditivamente de excelente forma tan singular e intenso momento, un tema de rock bohemio y sensual. Necesaria cinta para el buen cinéfilo, no solo para el fanático de Visconti, sino el del buen cine, en una estupenda adaptación de una buena novela. Imperdible.
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