sábado, 21 de enero de 2012

Acto de Violencia (1948) - Fred Zinnemann

Muy notable ejercicio de cine suspenso, thriller repleto de intriga, incertidumbre y mucha emoción, en una más que correcta cinta de un por entonces ya experimentado director, el apreciable Fred Zinnemann. En este caso nos entrega un muy disfrutable ejemplo de film noir, con uno de los actores norteamericanos referentes del género, que destacó siempre por su versatilidad y eficiencia, que, sin ser un actor de relumbrón ni una superestrella mediática, siempre realizó trabajos más que decentes, me refiero al buen Robert Ryan. En esta oportunidad, como en muchas otras, encarnará al antihéroe, un renegado y resentido ex combatiente de guerra, que participó en la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que se enfrentó a los nazis, y en el que la cobardía de su entonces oficial al mando, le costó serio daño a su integridad física, además de la vida de los integrantes de su pelotón. Ahora, pasado el tiempo, Ryan busca venganza, y lo hará desalmadamente, sin dar tregua, hostigando y atormentando al culpable de todo lo sucedido, en una cadena de actos de violencia que a nadie dejará indiferente. Para acompañarlo, tenemos al también apreciable Van Heflin interpretando al torturado ex oficial, y a la recordada Janet Leigh como su esposa, en un elenco que está a la altura de la cinta, y sobre todo, a la altura de su director, que al narrarnos esta interesante e inquietante historia, realiza un trabajo notable en la puesta en escena, tanto narrativamente, como con recursos expresivos, visuales, muy propios de la corriente que representa.

              


Inicia la acción, un individuo aparece, tiene dificultades para caminar, cojea, solo se lo aprecia cargando un arma, el título aparece, y se denota que algo trama el misterioso sujeto. El oscuro personaje, acto seguido, llega a un hotel, donde se hospeda, y recelosamente, no da ni un detalle de más acerca de su identidad o actividades. En otro lugar, siempre en territorio yanqui, un ex combatiente de guerra está siendo reconocido y agasajado, es Frank R. Enley (Heflin), tiene una hermosa esposa, Edith (Leigh), y un hijo aún pequeño. El condecorado parte de viaje, se va de pesca, y poco después, aparece nuevamente el renqueante personaje (el gran Ryan), que luego de llamar por teléfono a su casa, va a buscarlo en persona, no lo encuentra, pero su esposa le informa de a dónde fue a pescar. Llega al lugar, lo acecha, todo el tiempo armado, pero Frank, al enterarse de que un sujeto cojo lo está siguiendo, se altera y atemoriza en extremo, y aunque acaba de llegar al lago a pescar, se retira inmediatamente. Vuelve a casa antes de tiempo, preocupado, y nuevamente reciben la visita del sujeto, que Frank identifica como Joe Parkson, pero apenas nota su presencia, apaga las luces, se esconde, manifiesta un temor extremo. Frank cuenta a su esposa que, durante la guerra, Joe sufrió un accidente, quedando lisiado, y ahora lo culpa por lo sucedido, pero la historia se siente incompleta, hay detalles no compartidos con Edith. Alguna vez amigos, ahora son enemigos, y Joe fue la causa por la que el matrimonio se mudó en el pasado.





Parkson vuelve a la casa, encuentra a Edith sola, contándole que, durante la guerra, fue su esposo un soplón para los nazis, recibiendo por ello trato especial, pero esto lo hizo responsable de la muerte de muchos compañeros. Ya descubierto, Frank le confiesa a su esposa que es verdad, que, capturados en un campo de concentración nazi, su pelotón había cavado un túnel para escapar de esa pesadilla, Joe se lo contó en confidencia, y Frank, alertó a los nazis, con la promesa de ellos de que no eliminarían a su pelotón, y tras lo cual recibió alimento por su información. Todos murieron, solo Joe sobrevivió, pero lisiado. En el fondo un cobarde, no lo hizo por ayudar a sus soldados, sino por recibir alimento, y ahora no publica la historia por temor. Parkson continúa, implacable, en su persecución, mientras aparece Ann (Phyllis Thaxter), una mujer con la que tiene una relación, quiere detenerlo. Huyendo, Frank conoce a una mujer, que hace de intermediaria ofreciendo dinero a Joe, pero Parkson ríe a carcajadas. Luego, ella le presenta a Frank un abogado, y éste, tras escuchar su problema, aconseja emboscar y darle su merecido al hostigador. Su angustia aumenta, ebrio, piensa en matarse, contacta a un sicario, que lo ayuda, prepara la emboscada y lo persuade de actuar, mientras Ann suplica a Joe que abdique. Ya cuerdo, Frank reconsidera lo que va a hacer, y va al lugar donde emboscarán a Joe. Allí encuentra a Parkson y al sicario, y se sacrifica por salvar a su antiguo subalterno, muriendo ambos, él y el sicario. Finalmente, Joe afirma que él informará a la viuda.




Termina de esta forma una cinta sumamente apreciable, excelente ejercicio de cine negro, film noir que destila su esencia, particularmente en el apartado de expresión visual. Y es que, durante prácticamente toda la cinta, se aprecia un perenne ambiente de oscuridad, tétrico suspenso, las sombras que lo impregnan todo, eso incrementa de forma notable un ya natural suspenso, una intriga en la que se sume el atormentado ex combatiente de guerra, y una incertidumbre en la que se sume el espectador. El efecto omnipresente de las luces y las sombras crean un efecto que refuerza el suspenso, la emoción, potencian el agudo drama, particularmente en la primera parte, donde impera la situación de escondite, de clandestinidad, de miedo, una circunstancia incierta que se refuerza con esa tenebrosa ambientación. Si bien en la parte inicial es particularmente notable ese correcto trabajo de sombras y luces, se aprecia durante toda la cinta, y es sin duda un detalle a favor de la misma, que la distingue y eleva. Es casi inevitable notar en esta película una iniciadora de un filme que vería la luz catorce años después, y que probablemente, de una u otra forma, encontró inspiración en esta producción. Me refiero a Cape Fear (1962), del gran J. Lee Thompson, que retomaría la historia de un sujeto insoportablemente hostigado por un resentido, un personaje tiempo atrás perjudicado, y que años después buscará venganza, obsesionado con hacer justicia a quien considera principal responsable de lo sucedido; la ley que se ve imposibilitada de actuar, la desesperación que crece ante el acecho, y una emboscada que se prepara, aconsejada por la propia ley, todos elementos comunes. Ajustada y matizada, con unos detalles algo más pulidos, otros menos trabajados, la cinta de Thompson me resulta un innegable y total guiño a esta obra. Y para darle vida a este thriller, cuenta Zinnemann con la invaluable participación de Robert Ryan, perfecto en el papel del implacable y oscuro personaje, el sombrío vengador, casi inhumano y resentido, que se erige en el indiscutible protagonista de la cinta, el desalmado que ejecuta la frenética persecución, y el perfil de hombre duro de Ryan, su siempre sobria y seria interpretación, encajan excelentemente, es el protagonista sobre el que descansa toda la película, un actor considerado siempre secundario, pero que es igual, o más brillante, que muchos actores principales. Acompañando al gran Ryan se encuentran Van Heflin y Janet Leigh, que no desentonan, y completan este muy apetecible ejercicio de film noir, de ritmo frenético, como la persecución, el cual debemos agradecer a su director, al buen realizador Fred Zinnemann.






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