martes, 1 de noviembre de 2011

Gracias por el Chocolate (2000) - Claude Chabrol

Chabrol entra al siglo XXI con este título, un nuevo siglo que nos trae al realizador francés que ya va manifestando que los mejores años han quedado atrás, sus iniciales etapas, los brillantes estudios y tratamientos de sus personajes van desvaneciéndose poco a poco. Atrás ya quedaron las últimas piezas maestras del francés, las finiseculares L'enfer / El infierno (1994) y La Cérémonie / La ceremonia (1995), e inevitablemente algunos de los elementos más admirables de los que estaban impregnados sus filmes, ya no están ahí, o al menos, ya no están plasmados con la misma maestría y frescura, los años no pasan en vano. Chabrol utiliza como personaje principal, como motor de toda la acción, una vez más a una mujer, en este caso la musa de su etapa final, la menuda Isabelle Huppert, que será el ente que Chabrol estudia, alrededor del que todo gira, el pulsor del filme mismo, y la gran actuación de esta más que interesante actriz es una de las cosas que realza esta cinta.

    


En una reunión burguesa, Marie-Claire 'Mika' Muller (Huppert) y André Polonski (Jacques Dutronc) se están casando, es la segunda vez que se casan, tienen una historia atrás, ella, hija de un empresario exitoso de chocolatería, ahora heredera del negocio, y él, un conocido y prestigioso pianista, tuvo un hijo con otra mujer, de quien enviudó. Por otro lado, Jeanne Pollet (Anna Mouglalis), una atractiva jovencita pianista, se entera, de una manera casi tonta, de una historia sin mucho sentido en la que resulta que ella podría ser la hija de Polonski. Ella, inquieta, va a buscar al pianista, a quien no le cuesta mucho cogerle cariño, por ser pianista y por sentir cierta empatía con ella, mientras su hijo Guillaume (Rodolphe Pauly), parece no llenar sus expectativas. Su visita deja intranquilos a Guillaume y a Mika, cierto aire de intriga se siente, pues las intenciones de ella son inciertas, que se encarga de servirles chocolate a todos. La intranquilidad la conduce a visitar a la supuesta madre biológica de Jeanne, la doctora Louise Pollet (Brigitte Catillon), quien no tiene dudas en su corazón de ser su madre, pero sí tiene dudas en su frío lado científico, y con esto la duda de Mika crece. Jeanne se va acercando más a la familia Polonski, pasa tiempo con André practicando piano, la triste melodía de Funerales de Liszt, en una casi ridícula situación donde ambos parecen saber algo bastante evidente, son momentos de cierta tensión, mientras Mika sirve su chocolate.


                                                                                              
   




Se desata una hipótesis que parece bastante clara, en la que Mika parece haber tenido algo que ver con la muerte supuestamente accidental de la esposa fallecida de André, dormida al volante, y es que ella maneja los somníferos que toma el pianista, al igual que maneja el chocolate, ella es dominante y malignamente maquiavélica. La hipótesis queda más que corroborada cuando una secuencia muestra a Mika dándole el somnífero a la mujer, cuando de manera extraña la familia entera estaba de visita en casa de ella, en Suiza. Las intenciones de Mika son cada vez más claras, su siguiente víctima es Jeanne, que amenaza su tranquilidad con la irrupción en su familia, debe eliminarla, y para ello la invita a pasar unos días en casa con el pretexto de que practique piano con André. Paralelamente, Jeanne escucha de labios de su madre que finalmente su padre no es ni quien ella pensaba al inicio, ni el pianista, sino un desconocido donante, es que su madre se inseminó artificialmente al ser su esposo infértil. Estando Jeanne ya en casa, Mika va buscando la mejor forma de materializar su intención, mientras Guillaume se ha dado cuenta de que algo está sucediendo. Se genera un escenario idéntico a la muerte de la supuesta madre de Guillaume, Jeanne va a conducir un auto, Mika le da una bebida, estos detalles convencen a André de que ella es la asesina, todo está descubierto, pero Jeanne y Guillaume ya salieron en el auto. Finalmente, los jóvenes solo sufren un leve accidente, el asesinato se frustra, y Mika queda frágil e inmóvil.



El Chabrol del siglo XXI entrega esta cinta que ya muestra otra estética, en la que priman un poco más los jóvenes, ambiente de frescura, minifaldas, dejadez, y esto llega incluso hasta a impregnar las razones o pulsores con los que se desencadena toda la acción, que llegan a ser por momentos anodinos. Como ejemplo, la forma en que repentinamente, tras años de vida, Jeanne se entera casi tontamente de cómo ella puede ser hija de una famosísimo pianista, o lo demasiado fácil y conveniente que se siente que la familia entera viviera unos días con la ex mujer del pianista, es como si la fuerza impulsadora de toda la acción reposara ahora sobre una base mucho más frágil. A ese respecto, Chabrol no cuida la intriga o suspenso de su filme, todo lo contario, resuelve casi de entrada todo misterio, los desenmaraña, hasta nos los muestra, el enigma ya está resuelto. Esta característica es conocida en Chabrol, pues siempre sacrifica el misterio para dar lugar al desmenuzamiento del personaje, o personajes principales, pero en este caso, se siente que la forma en que todo se explica, es demasiado simple, que deja un tanto perplejo e insatisfecho, sabiendo la clase de cineasta que es Chabrol. Lo que sí es apreciable, es la inteligente forma en que Chabrol utiliza la música clásica para enriquecer la narración, pues las funerarias notas que tocan los pianistas se complementan con la situación de incertidumbre que los rodea, esa incierta pero a la vez obvia relación padre-hija, y es que la música ayuda a que la incertidumbre se vuelva algo obvio, llena los momentos de silencio, se fusiona con la narrativa.



Sobre las actuaciones, la Huppert se luce en una de sus mejores interpretaciones, maquiavélica, fría, distante, elegante, motor de toda la acción, la desmenuzada, es la maldad pura, es consciente de ello, trata de explicar el origen de su maldad, Es una profunda y traumática complejidad, que si no llega a ser debidamente esclarecida, no es por responsabilidad suya, sino de un director que da la impresión de no poder ya trabajar de la misma forma los asuntos que ha tratado toda su carrera, utilizando los recursos que ya usó también toda su carrera. Es como si Chabrol se hubiera finalmente saturado de narrar básicamente la misma historia, hasta casi con los mismos personajes, como si la mera variación de matices ya no diera tanto resultado, pues se ha perdido algo que está más allá de eso: su tratamiento de personajes. Destacable también me parece la actuación de la joven Anna Mouglalis, bella y espigada, con unos grandes y expresivos ojos, frescura en su correcta interpretación, una actriz que algo bueno puede lograr a las órdenes del director correcto. El final muy probablemente le resultó abrupto a más de uno, y es que cuando no pocos seguramente esperaban un clímax psicológico, Chabrol decidió que era el mejor momento de terminar y pasar los créditos repentinamente, dejando una sensación de que algo quedó inconcluso, es que el francés, deja en esta cinta algunos, podríamos llamar cabos sueltos, detalles que no se trabajan con la mano magistral de unas décadas atrás, con esa contundencia incontestable de otras cintas. Se inicia un nuevo estilo en Chabrol, sus más fulgurantes características han perdido brillo, pero podemos apreciar aún muestras innegables de uno de los mayores exponentes del cine francés de las últimas décadas. 


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