viernes, 25 de noviembre de 2011

El diablo a las 4 (1961) - Mervyn LeRoy

El correcto realizador Mervyn LeRoy nos presenta esta cinta que tiene entre sus mayores atractivos, sino al mayor, la presencia de dos grandes referentes de dos distintas áreas o ámbitos artísticos, si bien uno de ellos descolló en ambos mundos. Me refiero, primero al buen Spencer Tracy, en este, otro de los papales que haría en su etapa de madurez, con una cabellera plateada, y por otro lado, acompañando a este ilustre actor, se encuentra el personaje que supo conducirse en dos mundos, el del cine, y el de la música, me refiero a ese sensacional personaje, me refiero a La Voz, me refiero a Frank Sinatra. Ver a dos personalidades de esa talla juntos, era pues, de inevitable visionado. El ya maduro Spencer encarna en este caso a un sacerdote, por momentos ambivalente religioso que se ve en una encrucijada cuando unos niños quedan atrapados al desatar un volcán toda su furia. En semejante circunstancia, se conoce también con unos condenados, prisioneros que están encaminándose a cumplir su condena, pero por azares del destino se ven compartiendo tiempo y espacio con el padre, y claro, uno de los facinerosos es el inmortal cantante, y actor también, Sinatra. Con estos datos como aliciente, es pues difícil resistirse a la cinta, y más difícil resulta dejar de disfrutar esta atractiva película.

        


En la alejada región de Tahiti, un avión sobrevuela el territorio, está transportando a unos prisioneros, esposados, entre los que se encuentra Harry (Sinatra), que junto a sus camaradas, padece por el largo viaje, en el que también los compaña un joven sacerdote. Abajo, el padre Matthew Doonan (Spencer), es un viejo sacerdote, está con su monaguillo en una paradisíaca isla, mientras llega el avión, con los pilotos y los prisioneros. El joven sacerdote va con Doonan, que utiliza a los prisioneros para realizar trabajos en la isla, un sitio en el que no es muy querido, personaje maquiavélico que fuerza jornadas laborales de hasta 24 horas. En esos momentos, un cercano volcán empieza a arrojar gases, mientras Doonan, alerta, empieza a juntar cosas para los niños, y orienta al inexperto sacerdote, van juntos al lugar. Después, libera a los prisioneros, esto bajo su responsabilidad, y van a reconstruir una iglesia agraviada, cerca de un campamento de niños leprosos. Allí se encuentra una bella niña ciega llamada Camille (Barbara Luna), que deslumbra a Harry, que no puede evitar cortejarla. Es así que empieza a enamorarla, la corteja durante una noche de luna llena, se produce un tierno idilio con la niña, pero él ignora que ella es ciega, y cuando se están besando, son interrumpidos por un furibundo y ebrio Doonan.




Doonan es un inusual sacerdote, alcohólico, que se vuelve violento cuando está en uno de sus frenesís de alcohol, pero con todo, sigue manejando a los niños, mientras hay cierto recelo con Harry. Y en medio de todo, el poderoso volcán explota, desata espectacularmente toda su furia, erupciona, ocasionando también un movimiento telúrico, y Doonan es presa del pánico, al igual que todos los presentes. Sin embargo, pasado el temor, Doonan quiere volver por los niños, y pretende regresar al lugar donde se inició todo, encontrando el edificio que se mantiene en pie, aunque en ruinas. Harry y sus camaradas quieren ayudar, y lo hacen, y por este gesto su condena es olvidada. Es así que se movilizan hasta el lugar afectado, cayendo en paracaídas, incluido Doonan, y llegan hasta donde están los refugiados atrapados. La lava y el fuego, la furia del volcán sigue avanzando, mientras ellos se mueven utilizando jumentos y sogas, van sorteando los peligros, y a la vez logran ir evacuando a los damnificados. Siguen avanzando, el mayor peligro ya ha pasado, y buscan subsistir de la manera que se pueda, y en estas circunstancias, Camille se casa con Harry, hay una terrible lluvia, y uno de los reclusos amigos de Harry muere en las arenas movedizas. Él se va, y otro recluso también muere. Estando ya solos los casados, el volcán termina de explotar, terminando de esta forma la cinta. 



Es así que el director LeRoy configura una correcta película que atrae, y no solamente por su distinguido reparto. Hablando primeramente de esto, del reparto, vemos al distinguido y recordado Spencer Tracy, ahora lo vemos a color, y con una canosa cabellera, en el inusual papel de un sacerdote bastante peculiar, con una cara inicial de corrupción, despótico religioso que utiliza a los prisioneros como trabajadores, es frío y tosco, es una suerte de antihéroe, un sacerdote alcohólico y violento, irreverente, y esta cara es contrastada con el joven, idealista e inexperto sacerdote, concretándose con fuerza la contraposición de los opuestos padres. Pero es más que nada al inicio, pues después, el dicotómico Tracy muestra un rostro más fraternal, pues esa frialdad y tosquedad van dejando lugar a una compasión, una bondad, y a una fe tan singular como el dueño de la misma. Como no podía ser de otra forma, el genial Sinatra también pone su cuota a la cinta, interpretando tan eficiente como siempre, esta vez al condenado prisionero que tiene un tierno romance con la muchacha ciega, teniendo lugar la bella y simbólica secuencia del primer beso entre ellos, cuando la invidente Camille revela su ceguera, y tiene la vista inundada, invadida por la penumbra. Otro tema remarcable es el correcto trabajo con los escenarios, los paisajes, aspecto en el que, sin llegar a descollar LeRoy, nos muestra la hermosura paisajística y paradisíaca de la isla donde todo tiene lugar, en un sereno, pero lúcido y apreciable manejo en la presentación de estos escenarios. Este trabajo tiene su máxima expresión en las imágenes que retratan la fuerza y violencia del volcán, secuencias corazón del filme, que lleva el alcance visual a su mejor momento, toda la destreza paisajística antes mencionada se potencia entonces. Muy aceptable y disfrutable cinta, que, con dos actores remarcables estelarizándola, es de deleite asegurado.





 

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